Una tos se cuela en el teléfono, delatando las secuelas del COVID-19. Ya me contará más adelante como las dos semanas con el virus encima lo han llevado a ajustes estratégicos. Le pido hablar de su más ilustre fantasma, con terno y banda blanquirroja. Francisco Sagasti era poco menos que el ideólogo del partido, el número uno en Lima en la primera elección morada el 2020 y el portavoz de la bancada en cuyas reuniones siempre estaba Julio Guzmán. Partido, bancada y bases trabajaban con la consiga de Julio al 2021, hasta que, ¡zás!, vacaron a Martín Vizcarra y un morado que no es Guzmán entró a Palacio de Gobierno.
“Cuando yo propuse al presidente Sagasti como una salida política a la crisis que ocasionó la mayoría, te juro por mis hijos que yo no tenía la menor idea del impacto en la plancha, no sabía si el JNE me iba a excluir [el JNE resolvió esperar a que la plancha se inscribiera y Sagasti renunciara a ella, y validó la candidatura de Guzmán sin darle chance a completar su fórmula]”. Luego de unos segundos, Julio es el que pregunta: “¿Crees que era beneficioso para un candidato como yo que un miembro del partido asuma un gobierno tan complicado, con la mayoría del Congreso en contra?”.
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En verdad, la teoría dice que eso no es beneficioso, pues el candidato absorbe las críticas al gobierno, y Guzmán conoce la teoría. Por eso, le recuerdo que en un momento del frenético domingo 15 de noviembre, cuando se elegía al sucesor de Manuel Merino, manifestó que Vizcarra debía continuar. “Lo que voy a defender son valores, no personas. Cuando apoyamos al expresidente no era por él, era por la democracia, por la estabilidad política. Ahora que vemos que se ha comportado mal, debemos ser consistentes con nuestros valores”, explica. Para que no queden dudas de que Vizcarra no es un fantasma querido, los morados presentaron su propia acusación constitucional contra aquel, sumándose a otras bancadas que ya lo habían hecho.
Pero yo no me refería al rechazo a la vacancia, que en ese principismo práctico coincidió con muchos, sino a un comunicado en pleno 15 de noviembre, sobre una posible vuelta de Vizcarra. “Fue una posibilidad que existía, la intención de fondo era mantener la estabilidad”, dice Guzmán con ánimo de cerrar ese tema.
Si la exclusión en el 2016 fue lo más duro que le pasó en su carrera, ¿qué fue la súbita presidencia de Sagasti?. Demora unos segundos: “Una esperanza. Fue muy sorpresivo y teníamos que tomar decisiones con rapidez. Esperanza porque conozco a Sagasti bastante tiempo [desde 1996], es honesto, no le conozco algo incorrecto en toda su vida. Entonces, que el Perú pueda tener un presidente así, manya, qué bien, eso me da esperanza al margen de esta situación”.
Sigamos con el fantasma del Ejecutivo morado. Aunque ellos digan que no es un gobierno partidario y, en efecto, no hay ministros ni consignas moradas en él, la gente lo asocia a Sagasti de modo tal que la suerte de la candidatura de Julio está ligada a la suerte del presidente. “A pesar de que esa relación política no existe en la realidad, la relación existe en la percepción de la gente, y el impacto [del gobierno en la candidatura] podría existir. Pero, a veces, me pongo a pensar que el impacto de una caída en la popularidad del presidente es mayor que el de una subida”.
Para graficar su argumento, Guzmán cuenta del momento en que Sagasti cayó alrededor de 30 puntos y su intención de voto también cayó sin que los morados hubieran hecho, por sí solos, nada que justifique la caída. Al revés, no está seguro de que, si Sagasti tiene un gran éxito en la vacunación masiva y sube su aprobación, ello beneficie a su candidatura. Por supuesto, como peruano y como morado, quiere que le vaya bien.
El virus estratégico
Dije que lo oí toser y no tuvo reparo en hablar de ello. Me cuenta de sus secuelas del COVID-19 y de cómo el virus ha afectado a su familia y a su jefe de campaña Jonathan Reynaga. Le digo que me sorprendió, hace unos meses, que los candidatos prefirieran hablar de reactivación económica más que de salud, como si pretendieran que la peste era cosa del pasado. Fue una suerte de negacionismo electoral que ayudó a fragmentarlos y relegarlos más ante don ninguno.
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Julio empieza a responder en un tono de ‘ah, pero yo no’: “Una idea central del plan, no voy a dar detalles, es el aprendizaje que he tenido en el COVID-19 y lo que ha significado para comprender la política en el Perú. Hablo de COVID-19 todo el día, el 80% de mi discurso es COVID-19, porque sé que es la prioridad y porque lo he vivido. Estoy convencido que esta falta de interés a pocas semanas de las elecciones es porque tus seres queridos están muriendo”.
Tan cerca y tan lejos
Hablar y dar testimonio de lo que muchos sufren, de lo que todos temen, es una estrategia irreprochable; pero no parece que le funcione demasiado bien. Invoco un primer fantasma que conoce desde el 2016: Julio, haber sido excluido del proceso electoral cuando estaba con viada hacia la segunda vuelta, y luego haber encabezado sondeos y bajado de lugar, ¿le hace sentir que la presidencia es inasible, que es algo tan lejos y tan cerca?
Guzmán coge al fantasma como si quisiera estrujarlo: “Ese tan lejos y tan cerca es una condición del sistema político peruano, porque no hay fidelidad por un partido o un candidato. La política es muy volátil, muy desconfiada; y, sobretodo, se vota no tanto por una idea, por una propuesta, sino por una imagen, por un personaje que, la mayoría de las veces no está en la realidad”. A esta ‘ars política’ personal, el candidato añade su excusa para estrujar otro fantasma, el de la encuesta cruel, la que alguna vez lo puso primero y ahora lo pone en el séptimo lugar con 4% (último sondeo de Ipsos Perú): “Yo ya me acostumbré a que estar en el primer lugar, en el medio o en el último, no significa mucho. He aprendido que cuando estás en primer lugar no debiera distraerme en eso, y si estoy mal tampoco debo distraerme en eso. Hay que trabajar”.
Es cierto que en el caso de Guzmán las distancias son siderales y relativas. Empezó su afán presidencial sin partido y sin equipo; sin pensar en el escalafón de regidor a alcalde distrital a congresista y solo después a tirarse a la gran piscina. Era un tecnócrata, ex funcionario del BID, viceministro del Produce y secretario general de la PCM queriendo debutar en la arena. “Se dio la imagen del outsider, pero no me sentía uno”. Era un término marketero. “Lo era, pero no quise usarlo”.
La pretensión de un tecnócrata que no había llegado a capitanear un ministerio o liderado una política pública, era enorme. Recuerdo que le hice un perfil en el 2015, conversando en un aula de ESAN, cuando no llegaba al 1% de intención de voto, y sus ambiciones parecían tan gordas, que lo titulé, “Un mundo para Julio”.
“En principio quise formar un partido, no tuve tiempo”, se explica Julio y cuenta que llegó a viajar a regiones para establecer comités pero, cuando vio que no llegaría a fundar nada antes del 2015, buscó a Todos Por el Perú para plantearles algo más consistente que un alquiler de vientre: una entrega parcial del cascarón para que él sumara sus propias bases sin aparato. La caótica tramitología de ese proceso fue la que dio pie a su polémica exclusión a pocas semanas de la primera vuelta. “Un bombazo”, la llama Julio.
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Tras ello, se convenció de que necesitaba su propia casa y la fundó con el nombre de Partido Morado el 18 de noviembre del 2017 e inscribió, tras presentar cientos de miles de firmas, el 4 de marzo del 2019. El lila preexistía, ya lucía en la parafernalia de la campaña del 2016.
Quiero bailar
El fantasma que más abruma a Julio es una anécdota que la opinión pública elevó a una antiepopeya, a narrativa opuesta a la suya: el amago de incendio en un departamento tras una cita privada, el hombre que se corre de los problemas versus el hombre que corre hacia la presidencia. Antes de invocar a este cuco, sentí que ya asomaba en su ‘ars política’: “En política, la mayor cantidad de factores está fuera de tu control, no es como en la vida privada. En ella hay variables fuera de control, pero la mayoría forma parte de tus esfuerzos. En cambio, en política la minoría está en tu control, la gran mayoría está fuera de tu control. Por ejemplo, la imagen de ser una persona que no trabaja. Yo trabajo desde los 15 años y nunca en mi vida he parado de trabajar. Desde que murió mi papá estuve solo, tuve que aprender solo, pagar mis estudios, conseguir becas”.
Le comento que esa imagen de ‘Julio no trabaja’ es similar a la de ‘Keiko no trabaja’ e implica que mucha gente no considera el trabajo político como algo digno. “Trabajar por un partido, por un plan de gobierno, liderar una bancada, es un tremendo trabajo. También es cierto que en países como el nuestro no se valora el trabajo de los políticos porque le mienten a la gente, porque no se han ganado su confianza”.
Espantó al fantasma del falso ocio, pero queda el de la carrera tras el incendio. Ha hecho mucho por desaparecerlo pero lo sigue molestando. Le comento que lo he visto, a veces, esforzarse por adoptar una imagen de firmeza y hacer declaraciones furiosas contra otros políticos, que no resultan muy naturales. “Cuando te pasa algo tan doloroso, no solo haces el esfuerzo de perdonarte a ti mismo, sino que en ese proceso comienzas a liberarte y comienzas a ser más quien realmente eres. En mis últimas entrevistas, ese soy yo; que cuando ocurre algo grave me indigno y cuando hay algo humano, me emociono”.
Apareció otro fantasma, más íntimo, invisible, que está muy presente en la campaña, que zumba persistentemente en torno al candidato como a otros les zumban procesos judiciales o balances de gestiones pasadas. No está judicializado, fue poco más que una anécdota, pero lo persigue con insistencia. Le comento que es tan difícil de sacárselo de encima que vi que intentó conjurarlo con humor. ‘Si no puedes con el enemigo, ríete con él’, me pareció uno de los lemas del spot del bus en el que Susel Paredes le dice “correlón” y él replica “graciosita, eres”.
En estos conjuros cómicos, se juega algo muy serio para el político: su autenticidad que, vista por sí mismo, es su identidad; pero la política lo confunde todo. “Sí tengo sentido del humor y me río de mí, muchísimo; pero lo hago en ambientes de mucha intimidad, porque soy una persona muy tímida y me cuesta mostrar esa parte irónica. Está en mi personalidad, pero no se ha visto mucho. Ese video del bus me hizo sacar algo mío”. ¿Pero se lo sugirieron, es parte de una estrategia? “Es parte de una narrativa, pero no voy a hacer algo de lo que no me sienta cómodo. Por ejemplo, si me invitan a un programa de espectáculos, lo que sí voy a hacer es cantar y bailar, porque me encanta hacerlo; pero nunca me vas a ver hacer payasadas o estupideces, no hago el ridículo”.
Vaya nostalgia de las campañas de antaño. Ahora nadie invita a Julio a bailar ni a George, Verónika o Yonhy a cantar; vaya oportunidades que se están perdiendo para remontar la caída o mantener la ventaja.
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