Esta es la historia de cómo un soporte organizativo se convierte en una piedra en el zapato. Perú Libre y Vladimir Cerrón, exgobernador de Junín, formaban parte de esa izquierda tradicional, muy dependiente ideológicamente de ese circuito del chavismo latinoamericano y muy conservadora en relación con las demandas de las minorías y las de igualdad de género.
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Perú Libre necesitaba para sobrevivir y mantener su inscripción de un candidato presidencial y lo encontró en Pedro Castillo, quien había salido a la luz pública a propósito de la huelga magisterial del 2017. Cerrón controlaba el aparato partidario y Castillo se encargaba de la campaña electoral, imprimiéndole su estilo que desarrolló por años, como rondero y sindicalista en el magisterio. Perú Libre tenía un ideario para la propaganda y un programa para lo mismo. Un universo pequeño en contenido, pero que en un contexto de crisis por todos lados y pandemia que mataba, encontró una rendija que supo aprovechar cuando las otras candidaturas caían. En un mundo de liliputienses, no era necesario empinarse mucho, bastó un discurso inflamado que cuestionaba el orden de las cosas. Un partido desconocido, un candidato con rostro nuevo para la mayoría, unos cuantos eslóganes generales y un lápiz como símbolo allanaron un camino. La ganancia para Perú Libre fue enorme, lo mismo que para un candidato que vino apoyado desde los lugares que, desde Lima, se veían como alejados e incomprensibles.
Pasar primero a la segunda vuelta supuso no solo la posibilidad de un, hasta ese momento, impensado triunfo electoral, sino también enfrentar exigencias mayores. Pedro Castillo debía exponerse más, ser permanentemente entrevistado, debatir, mostrar a sus vicepresidentes, equipo técnico, desarrollar una nueva estrategia electoral para correrse algo al centro, desarrollar una política de coaliciones y presentar su plan de gobierno. El apoyo que tuvo desde el inicio de la segunda vuelta, que poco ha variado, fue a pesar de él, dadas sus serias limitaciones, en medio de un fuego cruzado y sostenido de quienes apoyaban a la candidata de Fuerza Popular. Él ha cometido todos los errores posibles.
Pero cuando Pedro Castillo quiso cambiar, moderar, aclarar, organizar su equipo y plan de gobierno, así como su política de alianzas y coaliciones, se encontró con un Cerrón de problemas. El líder de Perú Libre, que no puede postular y quizá tener un puesto en un hipotético gobierno de Castillo, sabe que su inversión es hoy, para no quedar relegado mañana. Controla la organización y la bancada parlamentaria. Pero quien no está en el gobierno ni en el Parlamento carece de poder. Eso del poder detrás del trono es cada vez más difícil de manejar. Castillo necesita de Cerrón ahora, mañana no. Cerrón necesita de Castillo ahora y mañana, solo si es presidente. Si no, puede hasta prescindir de un candidato perdedor, sin cargo alguno. Por eso, al lado de las diferencias, late una ruptura que ambos pueden necesitar. Por ahora, tienen que convivir, así se miren con recelo.
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