El lunes, los limeños nos despertamos con el inusual sonido de truenos y relámpagos, fenómenos meteorológicos rara vez presentes en nuestra árida costa, pero comunes en la sierra y selva. En ese “interior”, a pocos cientos de kilómetros de Lima, unas horas antes, más de una docena de hombres, mujeres y niños habían sido ultimados en Vizcatán del Ene, en aquella zona del país que deshumanizamos con una sigla, pero que constantemente nos recuerda que a 200 años de su nacimiento, el Perú sigue siendo un Estado parcial, inacabado, donde un estruendo es sinónimo de asombro para unos y de terror para otros.
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Esta nueva tragedia ha develado ese fracaso en dos aspectos. Primero, en la distancia geográfica e institucional que separa a los peruanos. Tras varias horas de un hecho consumado, la policía y el Ejército diferían en el número de víctimas, y el comandante general de la policía comunicaba a una radioemisora, hacia el mediodía del lunes, que se encontraban en Pichari, a ocho horas del lugar de los hechos. La información, fragmentada e incompleta durante gran parte del lunes, es un reflejo de las deudas en construcción estatal, donde la institución encargada de velar por el orden interno no tiene presencia ahí donde impera un grupo criminal.
Lo revela una tremenda investigación de Enrique Vera para Convoca y Connectas, de la cual tomo esta cita pero que recomiendo leer en su totalidad: “La ausencia del Estado ha permitido que la organización armada opere como propietaria de tierras, administradora de su propia justicia, recaudadora de pagos y como una fuerza de seguridad local solo en función de sus intereses”. Vale decir, el narcoterrorismo ejerce la soberanía en ese pedazo grande del Perú.
Por otro lado, la falta de claridad también permitió que varios decidieran completar las piezas del rompecabezas a punta de desinformación y contrabando ideológico, haciendo evidente nuestro fracaso como nación. Desde la izquierda, el líder del partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, y otros políticos sugiriendo un operativo psicosocial para favorecer al fujimorismo, y desde la derecha, el expresidente del Consejo de Ministros Pedro Cateriano y el hermano de la candidata presidencial buscando capitalizar la masacre electoralmente. No son troles o cuentas anónimas en una red social. Son la supuesta élite política que gobernará a partir del 28 de julio. Una mano sostiene la mecha, la otra rocía el país con gasolina. Ambas carecen por completo de empatía. Eso no va a cambiar el domingo 6 con el flash electoral y dejará heridas abiertas que serán muy difíciles de sanar.
Es de destacar eso sí, el rol de parte de la prensa, como el propio Vera, pero también el equipo de Ojo Público y periodistas de El Comercio que vienen cubriendo una zona de altísimo riesgo desde hace varios años. Gracias a ellos, podemos empezar a pensarnos como una comunidad imaginada, como diría Benedict Anderson, como parte de un mismo grupo, pese a los nefastos esfuerzos de ciertos actores políticos por dividirnos.
Tendría que haber dedicado esta columna al debate técnico del domingo por la noche, o a las encuestas publicadas a solo dos semanas de la elección. Sin embargo, pronto olvidaremos las frases de los actores de reparto de esta campaña, y las encuestas expiran en una semana, cuando veamos, oficialmente, una nueva y última fotografía antes de la elección del 6 de junio. Las tareas pendientes y las deudas históricas permanecerán.