Con la seriedad con la que juegan los niños, la pequeña Kerstin formó un club ecologista antes de los 10 años, e imaginaba que protegía a esos animales de papel couché que veía en los libros que atesoraba en un estante. Ya de adulta, después de estudiar Biología, entendió que la conservación de especies era una acción absolutamente desafiante. Pero ella estaba absolutamente decidida.
Después de la universidad, se enroló como voluntaria para proteger a las tortugas marinas, una especie eternamente amenazada por la contaminación y por los accidentes pesqueros, pero también por el consumo indiscriminado de su carne. En un año, ella y su equipo encontraron 260 especímenes muertos, además de decenas de caparazones, y notó que el riesgo principal estaba en la costa norte. Se concentró en esa zona.
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‘Cultura oceánica’ es un término relativamente nuevo que se resume en el impacto que tiene el océano sobre el hombre, y el hombre sobre el océano. En la costa norte, Kerstin se encontró con que en los colegios, donde estudiaban los hijos de los pescadores, nadie hablaba de las amenazas ecológicas. Supo de inmediato que debía trabajar con los niños, y también con sus padres, y aliarse con ellos. Así, en el 2009 fundó Planeta Océano bajo la lógica de la comunicación horizontal: yo aprendo de ti, tú de mí.
Su primera gran batalla fue a favor de la mantaraya gigante, un elasmobranquio majestuoso cuya situación es vulnerable debido a la caza, pero también a los encuentros inesperados con las redes de pesca en altamar. Después de visibilizar el problema, de analizarlo con los pescadores y con las comunidades a las que estos pertenecen, consiguió que el Estado peruano promulgara, en el 2015, una resolución ministerial que prohíbe la pesca de esta especie en mar peruano.
“El océano es compartido, a través de él somos una misma comunidad”, dice Kerstin. Se lo demostró un humilde pescador del norte que cierto día detectó un pez sierra, especie en peligro crítico de extinción (incluso se pensaba que ya se había extinguido). Planeta Océano se contactó con otras organizaciones de Ecuador y países cercanos, y se pusieron de acuerdo en proteger a esta impresionante especie. Otra resolución ministerial coronó ese esfuerzo.
¿Qué sigue ahora? ¿A quién cuidar? El mar es interminable y también lo son sus amenazas. Los protectores del océano, como Kerstin, nunca pueden descansar y por eso se reconoce su esfuerzo.
Apenas se enteró del derrame de petróleo en el mar frente a Ventanilla, ella pensó -ingenuamente- que el desastre podría ser controlado a tiempo. Pero la enorme cantidad de crudo, la inoperancia de la empresa Repsol y la lentitud del Estado Peruano la preocuparon. Ella, que siempre ha trabajado en la costa norte mirando vigilante hacia las enormes plataformas petroleras y sabiendo que esta convivencia es frágil, ahora protesta: “Siento una frustración total. Ha sido un aprendizaje: no estamos preparados, y necesitamos prepararnos”, dice, con toda autoridad.
Conozca el trabajo de la bióloga Kerstin Forsberg en defensa del océano.
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