Me acaban de decir que en un mes llega un chico a ocupar mi posición en el trabajo, un chibolo de 27 años. A cambio me están ofreciendo otra gerencia, pero no quiero”. Esas fueron las primeras palabras de mi futuro ex compañero de trabajo. Acto seguido, los que estaban en la oficina comenzaron a despotricar contra la empresa, contra el dueño, contra los millennials, contra el Gobierno, contra Keiko y, para cerrar con broche de oro, vinieron los comentarios de aliento en tono de venganza: “vas a ver cómo esta empresa se va a ir al diablo sin ti”, “se jodió todo, a ver si ese chiquillo tiene experiencia”, “cuando les vaya mal te van a llamar desesperados”. “Y tú que opinas, Galdós. Hay que hacerle la vida imposible al nuevo”.
1.- ¿En serio no viste venir esto?
2.- ¿Pensabas que el puesto era eterno?
3.- ¿Por qué una empresa tendría que tenerte sentado en el mismo asiento por toda la vida? ¡Es una empresa! No una beneficencia.
4.- ¿Y si fuera al revés? Es decir, si tú te fueras porque te llaman de otro lugar o conseguiste otro empleo, ¿ya no sería una empresa de mierda?
5.- ¿Por qué esa actitud de ‘conmigo o sin mí’?
6.- Yo no le voy a hacer la ley del hielo al que venga y menos aún lo voy a basurear porque sea chibolo. ¿Por qué ese prejuicio contra los millennials?
Para cerrar la historia: hace 12 días nadie me habla en la oficina.
Nos hemos vuelto a juntar los compañeros de la universidad, ese grupito que paraba tonteando en el patio. Cada uno suelta su rollo poniéndose al día después de 20 años. Micaela dice: “Me acaban de terminar”. Inmediatamente, lluvia de insultos al ex y torbellino de consejos y soluciones que me temo no van a funcionar: “hay que pegárnosla este sábado”, “llama a otro ex y métete un remember”, “hazle la vida imposible en el trabajo”, “tú eres demasiado para él”, “vámonos de viaje a Cancún a conocer chibolos”. “¿Y tú qué opinas, Galdós?”.
Bueno, yo pienso que el pata ha sido muy sincero contigo, ha sido valiente y ha decidido no seguir en algo que seguro sentía no podía continuar. No es fácil terminar una relación. No creo que debas odiarlo: más bien deberías agradecerle por los buenos momentos y de los malos ya olvídate. No te recomiendo salir por ahí y engancharte con el primero que encuentres. Un clavo no saca otro clavo, eso es una mentira. Un clavo agranda más la herida. Disfruta tu pena, escúchala, hay mensajes en ese lugar.
Bueno, todos intercambiamos WhatsApp y quedamos en comunicarnos para salir este sábado en grupo… Hasta ahora no me llega ningún mensaje y, peor aún, tres de ellos me han bloqueado, incluyendo la sufrida víctima de abandono.
Y para cerrar con broche de oro, esta ultimita. No es reciente, me pasó hace varios meses. Murió la mamá de una amiga muy querida, a los 85 años. Me acerco a abrazarla en el velorio, me quedo con ella un rato, conversamos y le pido que me cuente algo gracioso de su mamá, a quien yo le decía ‘tía’ de cariño y que se caracterizaba por un gran sentido del humor. Inmediatamente, nos comenzamos a reír porque salían una tras otras las anécdotas y los recuerdos bonitos.
Inmediatamente, se acercó un familiar y le dijo a mi amiga que no debería reírse, que era una falta de respeto que no se le viera triste. Para confundirla un poco más, le acercó un vasito con agua y medio rivotril por si le daban ganas de llorar. Es decir, ¡pobre de ti que muestres tus emociones! Ni lo uno ni lo otro, ¡sufre en silencio!
Bienvenidos a la cultura del no soltar, no sentir, no aceptar. Queremos que todo sea como nuestro encaprichado ego quiere, porque es más fácil no entender que todo está siempre en movimiento y eso con el único objetivo de recordarnos que estamos vivos. //