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“Si no estoy en televisión, no muero. Aprendí a no depender de ella”: después de la polémica y en íntima entrevista, Gisela habla de la Teletón, la TV, sus amores y su etapa de vedette
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No planeó su regreso, aunque lo anhelaba en silencio. Tras más de tres años de ausencia, Gisela Valcárcel vuelve a la Teletón, escenario del que se alejó cuando sintió que su presencia eclipsaba la misión solidaria. Prefirió entonces acompañar y apoyar desde la distancia, pero hoy retorna renovada, con la ilusión de un nuevo comienzo y la certeza de que su regreso a la televisión estaba escrito. A pesar de polémicas recientes.
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“Así estaba designada mi vuelta”, nos dice sonriente. “¿Cómo no volver?. Hoy regreso con el alma alegre y el espíritu reconfortado”, añade.
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Su ausencia, admite, no fue por falta de amor a la Teletón, sino porque percibió que cada vez que asumía la conducción, todo giraba en torno a ella, y la atención se desviaba, como ocurrió cuando se le señaló de haber impedido la presencia de Tula Rodríguez en la cruzada solidaria.
“La última vez se inventó algo muy fuerte, que dije, ‘Ya, basta’. Dejaron de darle la importancia a la Teletón y era Gisela, si se mueve a la izquierda, a la derecha o le permite o no a alguien estar en escena, cosas que para mí son falacias, mentiras, que los que estamos allí sabemos que no es así y dije: ‘Creo que no le hago bien a la Teletón’. Entonces me alejé. A veces me infrinjo ciertos castigos. Creo que a muchos nos pasa”, refiere.
Hoy, su mirada es distinta. Ya no pesan las críticas, sino la esperanza de ser puente de unión. Porque la Teletón, dice, es una causa que trasciende nombres y egos. “Es un bien mayor y no tiene que ver conmigo, ni con nadie más, sino con la unión que va más allá de las figuras que puedes ver”.

Con esa convicción, este 12 y 13 de setiembre, Gisela Valcárcel volverá a ser el rostro y la voz que aliente la cruzada solidaria, acompañada por su hija Ethel Pozo, conductora de “América Hoy”, junto a Cristian Rivero, Adolfo Aguilar, André Silva y más de 80 artistas y personalidades.
“Me enteré de que habían convocado a Ethel cuando ella misma me escribió para contármelo. La Teletón siempre llega a mi vida como un regalo, un recordatorio de que debo seguir practicando el arte de dar”, reflexiona.
El regreso de Gisela a la Teletón, que en esta edición de 26 horas ininterrumpidas busca superar la meta de S/8,054,927, no es el único en su horizonte. Su retorno a la televisión con un programa propio sigue siendo un pendiente que la ilusiona y al que ya empieza a darle forma.

Vida en TV
Y no podría ser de otra manera: ha vivido más entre cámaras y reflectores que en cualquier otro escenario. Su trayectoria está llena de momentos memorables, como aquel día de 1993 en que descendió en helicóptero sobre el estadio de Matute para celebrar el cuarto aniversario de “Aló Gisela”, frente a un recinto desbordado de gente.
“La televisión sigue siendo un pendiente. Si me dicen que voy a conducir ahora, créeme que me saco las zapatillas, me pongo los zapatos y salgo, porque hay en mí algo especial que solo aparece cuando estoy frente a las cámaras. Llevo 40 años haciendo televisión. He vivido mucho más en un set que en la calle, en un parque o en el mar. Solo que si no estoy en televisión, no muero. Aprendí a no depender de ella. Pero hace dos semanas, al grabar el spot de la Teletón y abrazar a mis amigos del canal, me quebré”, asiente.
Pero su retorno a la Teletón no solo tiene que ver con la televisión. También conecta con esa historia personal que, desde hace décadas, la convirtió en un símbolo de resiliencia para muchas mujeres.

“Yo lo he dicho siempre, creo que obedece a que soy una peruana tipo. A los 17 años me convertí en madre soltera. Y allí empezó mi gran mirada hacia el mundo y hacia el cielo buscando a Dios y diciéndole, ‘Ahora, ¿qué hago?’. La poca responsabilidad de un hombre la convertí en la fuerza de una mujer. Y pude salir adelante con Ethel y darle, por ejemplo, una educación que yo no tuve“.
Fuerza interior
Esa fortaleza no solo la acompañó en la maternidad temprana, sino también en su vida personal. Sus dos matrimonios, que ella misma define sin rodeos como fracasos, se transformaron en aprendizajes.

“Gracias a Dios pude convertirlos en la fórmula para conocer lo que era la soledad. Y la soledad es una excelente compañía cuando sabes administrarla y guiarla. De un día a otro pasé a vivir sola, después de haber estado siempre acompañada”, recuerda.
“La gente vio lo que me pasó: a mí, en dos ocasiones y con matrimonios muy cortos, el macho alfa sacó la vuelta y yo les saqué la vuelta a esos sacavuelteros. Y sacarles la vuelta significa que ahora soy dueña de mi vida y de cómo gestiono lo que me pasa. No podía echarme a llorar ni quedarme tirada porque tenía una hija. Tuve que salir adelante”.
A sus 61 años, asegura que no siente la ausencia de una pareja, aunque no descarta que pueda volver a enamorarse.
“No extraño porque no he conocido a alguien a quien yo pudiera extrañar. Si conociera a alguien así, créeme que lucharía”, confiesa. Y aunque reconoce que el matrimonio es un camino difícil, tampoco cierra la puerta a un tercer intento.
“Si esa persona a quien llegara a extrañar quisiera casarse conmigo, yo creo que sí, pero con ciertas libertades que ambos tendríamos que tener. Los sábados, por ejemplo, yo salgo con amigas a caminar, nos vamos a tomar un desayuno especial. Cuando pasa el tiempo, eres más dueña de tu vida, de tus momentos”, explica.

Herencia televisiva
Hoy ya no está al frente de un programa diario, pero sigue presente detrás de cámaras en la producción y observa con orgullo cómo su hija Ethel Pozo forja su propio camino en la conducción.
“A veces veo algo de mí en todos los míos. En Ethel, en Cristian Rivero, en Janet Barboza. Me ha pasado que estaba viendo ‘América Hoy’ y, desde la cocina, pensaba que estaban hablando de mí… y era Ethel. Su voz me recuerda mi existencia, aunque ella es más cauta que yo, tiene una fortaleza muy bacán”, dice.
Legado vivo
Su carrera pudo haber tomado otro rumbo cuando Televisa le abrió las puertas y le ofreció un programa propio; pero eligió quedarse en Perú y criar a su hija con el apoyo de su madre y hermanas.
“Probablemente, fue la mejor decisión de mi vida”, reflexiona. Y en esa misma línea de amor y entrega familiar, habla con naturalidad de su legado y la muerte. Reconoce que ya ha conversado con sus seres queridos sobre cómo quiere ser recordada.
“Les dije que en mi epitafio tiene que decir: Conoció el amor. Ese es mi mayor aprendizaje, porque lo conocí, porque lo conozco (se quiebra). Cuando muera seré feliz, estaré bien. No necesito que nadie me llore”, asegura.
Primeros pasos
Esa franqueza también le permite mirar hacia atrás y hablar con libertad de sus inicios. Con 19 años, cuando trabajaba como vedette, se sintió reducida a un cuerpo que otros miraban sin reservas.
“No me avergüenzo, pero sí sentí que en ese momento era solo un pedazo de carne al que algunos podían mirar. A Ethel la llevaba al colegio y, al darme media vuelta, veía cómo algunos papás se quedaban observando mi parte de atrás. No es que me molestara que me miren, pero comprendí que debía darle otro rumbo a mi vida”, recuerda.
Y lo hizo. Dejó atrás el brillo de las plumas y las lentejuelas, pero no renegó de esa etapa: la transformó en aprendizaje.
“Esa vedette que se vinculó con mucha gente a través de la revista, del teatro y de los restaurantes, aprendió a hablar desde adentro, a mirar a la gente a los ojos, sin bajar la mirada. Porque cuando uno mira de verdad, reconoce a las personas”.

De aquella joven que se abrió camino en escenarios pequeños a la conductora que llenó estadios y marcó hitos en la televisión, las define la capacidad de reinventarse.
“Hay fórmulas de construir, y yo deseo que la gente construya y avance. Si lo que construyes te hace sentir orgulloso ante tu hija o tu sobrino de seis años y ellos te dicen: ‘Quiero ser como tú’, hazlo. Pero si algo te hace sentir avergonzado, déjalo de hacer”, reflexiona.
Mirar atrás la llena de orgullo. Desde su debut en la conducción con “Aló Gisela”, que la despojó de sus miedos y la convirtió en un rostro cercano para miles de peruanos, hasta “El gran show”, que consolidó su papel como conductora, la animadora no se queda en la nostalgia. Más bien, habla de evolución.
“Todos nacemos para cambiar. Nunca te quedes siendo el mismo de hace dos años. La vida se trata de adaptarse”, dice.
Hoy, con más de cuatro décadas de trayectoria, Gisela Valcárcel habla desde la serenidad que le ha dado la vida. Define esta etapa con calma, gratitud y armonía, convencida de que aún le queda mucho por dar. “Mi mente está lista para empezar y mi espíritu, para terminar cuando Dios quiera”, subraya.

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