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Afroperuanidad e identidad del circo: ¿Por qué “Festejo” es el show más íntimo y poderoso que ha hecho La Tarumba?
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En las memorias de niño de Carlos Olivera (47), el primer encuentro con La Tarumba resuena como una escena cinematográfica. Son los años ochenta y él está jugando en un terreno descampado entre San Martín de Porres y Los Olivos, una zona empobrecida de la ciudad donde aún no ha llegado la electricidad. De pronto, una estela de polvo en el horizonte. Es el Volkswagen de Fernando Zevallos y Estela Paredes, los fundadores de La Tarumba, que llegan para hacer talleres con los chicos del barrio. Cada fin de semana que Carlos ve llegar al escarabajo y la columna de polvo, sabe que con ellos llega la alegría. Aún no imagina que su vida quedará unida al circo para siempre.
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Esta historia iniciática, que parece sacada de una novela, es real. Olivera participó en esos talleres fielmente desde los 12 años, hasta que, al cumplir 17, recibió una visita inesperada mientras se alistaba para ir al colegio. En la puerta de su casa estaba el propio Fernando Zevallos con una propuesta que le cambiaría la vida: sumarse a La Tarumba. Ese mismo día, Carlos se subió al Volkswagen y fue con él a conocer la nueva casa del circo en Miraflores. Era 1992. Nunca antes había pisado ese distrito. Se enamoró del lugar al instante. Poco después, se mudó a vivir allí.
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Esa casa, que sigue siendo hoy el cuartel general de La Tarumba, fue donde empezó verdaderamente su historia con el circo. “Este justo era mi cuarto”, dice Carlos al pasar por la habitación donde hacemos la entrevista, un sábado por la tarde con el tráfico infernal de la avenida Paseo de la República colándose por la ventana. Carlos —o Carlitos, como lo llaman en La Tarumba— es actualmente el miembro más antiguo del circo después de sus dos fundadores, y es además el nuevo director del espectáculo de esta temporada. El show que ha diseñado se llama “Festejo” y marca un momento simbólico en su vida: por un lado, es la celebración del encuentro entre la música afroperuana, el arte del payaso y el circo; por otro, es también un paso importante en su consolidación como figura directiva dentro de una institución artística a la que quiere como se quiere al hogar mismo.
“Lo que deseo celebrar en este espectáculo es esa identidad propia que ha construido La Tarumba a lo largo de los años”, explica Carlos. “Por eso he querido dar protagonismo tanto a la pista del circo como al escenario de los músicos. Quiero que este último se sienta como la casa de ‘Chebo’ Ballumbrosio un viernes en la noche, con sus amigos, con la jarana encendida”. Las canciones, como siempre en La Tarumba, son originales. Amador ‘Chebo’ Ballumbrosio las compone para rendir homenaje a los ritmos del Perú: el landó, el festejo, la zamacueca y la marinera.

“Yo llegué a Lima solo, apenas con un cajón en la mano en los años ochenta. Me venía de El Carmen y con La Tarumba me vinculé casi desde sus inicios”, cuenta Ballumbrosio. Recuerda que de esa época estaban Fernando, Estela y Carlos. Entró primero como tallerista y luego, como pasa muchas veces, se quedó encantado de esa vida. “Desde el principio, la propuesta que presentábamos era inédita: mezclar el circo con los ritmos afroperuanos. Me siento un privilegiado de haber sido parte de todo esto. La música en “Festejo” se construye desde esa inspiración que es totalmente afroperuana, desde la tradición de la costa criolla y de los Andes carmelitanos”. Como “Festejo” es una jarana, los músicos lucen un vestuario que remite a las grandes fiestas criollas de la Lima antigua. Chebo recuerda que así se vestían también en El Carmen, en Chincha. “Así se vestían los tíos, los abuelitos. Se ponían elegantes para divertirse. Era bonito verlos vestidos así”.
La puesta en escena del nuevo show incluye los clásicos caballos de La Tarumba —entrenados con doma natural, sin maltrato— y una ‘troupe’ diversa de artistas peruanos, colombianos, mexicanos y de otros países. Entre los talentos nacionales destacan las gemelas Stephanie y Valerie Koechlin, formadas en la escuela de La Tarumba y responsables de los números aéreos. Y, por supuesto, estarán los payasos, un rol central dentro del espectáculo y especialmente significativo para Carlos. Sucede que de todos los oficios que ha ejercido en el circo, en más de 30 años, ser payaso es el que más satisfacciones le ha dado.
-Historias de Circo-
Un lunes por la tarde acudimos a la carpa de La Tarumba, ubicada en Chorrillos, para presenciar una escena de ensayo. Encontramos justo a los payasos, vestidos con sus uniformes de trabajo, en pleno proceso de creación de los números cómicos. La sesión está liderada por Olivera y el elenco es variado, con artistas muy jóvenes y otros cuya experiencia salta a la vista. Es el caso del mítico Trompetín, también conocido como ‘Cancha’, el payaso de mayor edad del grupo. Su nombre completo es Luis Enrique Oré y cuenta 59 años. Tiene hijos e hijas dedicados al arte del payaso y hasta un nieto que sigue sus pasos.


‘Cancha’ está lleno de historias que divierten a sus compañeros. También conmueven. Se inició en la vida nómada del circo al enamorarse de una artista de circo de barrio, a quien decidió seguir. Desde entonces, ha llevado la vida itinerante del cirquero —la que todos imaginamos— con todos sus hermosos inconvenientes: recorrer las trochas del Perú, improvisar escenarios y, alguna vez, quedarse varado durante quince días en la selva con una ‘troupe’ que incluía trapecistas, equilibristas y un nutrido elenco de artistas de talla baja. “Había serpientes por todos lados y para comer teníamos que sacar yuca de la tierra o cazar gallinas que encontrábamos por ahí”, recuerda. Era una vida exigente, pero también feliz. Hoy no extraña esos días. La Tarumba le ha dado un hogar desde hace años, y eso también es motivo de celebración.
Para Olivera, en su papel de director de este espectáculo, se trata de una responsabilidad grande que ha asumido con la mayor tranquilidad. Siempre hay noches mejores que otras, en las que se acuesta pensando en el circo y se levanta igual. Trata de honrar la figura de Fernando Zevallos, director creativo del circo, y de Estela Paredes. “Para mí ellos son como mis padres, mis amigos, mis jefes y maestros. Me enseñaron a amar el escenario. Cambiaron mi vida”.

¿Qué habría sido de él si Fernando no llegaba ese día a su casa en San Martín de Porres? No lo sabe. Pero tiene claro que, desde niño, quiso ser un tarumbo. No solo un artista de circo, sino un artista comprometido con transformar su entorno, con valores, con pedagogía, con arte. “El circo me ha dado todo: amor, una hija, una profesión, el mundo entero”. Su primer viaje en avión fue directo a París. Hoy ha vivido más tiempo en Miraflores que en su barrio. Casi toda su carrera ha sido con La Tarumba. Y “Festejo” es su carta de presentación como director: una celebración, un homenaje y una declaración de intenciones. “Ir al circo tiene que ser una experiencia mágica”, dice. “Desde que estás a punto de entrar a la casa, ya tiene que pasar algo”. En La Tarumba, ese algo está pasando. //
Para quienes deseen vivir la magia de “Festejo”, el nuevo espectáculo de La Tarumba, hay una promoción especial: los suscriptores de El Comercio podrán acceder a un 30% de descuento en entradas hasta el 26 de mayo, sujeto a stock disponible. El espectáculo tiene previsto su estreno para la última semana de junio.








