Abogada cajamarquina de 46 años, Mirtha Vásquez era tan tímida de niña, que sus hermanos, burlándose, le decían que no sabían si estaba o no estaba sentada con ellos en la mesa. Años más tarde no imaginaría que su carrera en el Derecho y, sobre todo, su vida como política la colocarían en el lado más protagónico de esa mesa en la que solía pasar desapercibida.
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Como ha contado en el documental ‘Peruanas del Bicentenario’, de la periodista Vanessa López (07/09/21), la también activista de izquierda en temas de derechos humanos y medioambientales tuvo que enfrentar no poca hostilidad cuando alcanzó algún puesto de poder. Incluso en sus inicios, mientras postulaba a un cargo de fiscal en el Ministerio Público, alguien la mandó llamar. “Me dijo que podía darme una plaza en el lugar que yo quisiera pero que tenía que ser un lugar cerquita porque él iba a ir a verme. ‘Te puedo poner donde tú quieras, pero eso sí, quiero ir a verte, quiero acostarme contigo’. Esa experiencia me marcó para siempre”. Tuvo que dejar la timidez y aprender a defenderse.
Más tarde respiró de cerca la atmósfera machista en el Congreso. En una institución presidida a lo largo de dos siglos por 341 varones (y solo 7 mujeres), la primera señal de esa actitud fue la forma como se dirigían a ella. Muchos congresistas no le decían “presidenta” sino “señora presidente”. Ella replicaba: “presidenta”. Un día le mandaron por chat el video de una mujer que se burlaba del lenguaje inclusivo. “Lo que te están diciendo en el fondo es ‘nosotros no vamos a reconocer tu rol como mujer, en una representación nacional que es absolutamente masculina’. Sé que les molesta que yo sea una ‘mandoncita’”. Con ese apodo empezaron a llamarla, pues, según esos mismos congresistas, tomaba decisiones sin consultarlo con todos. “Yo no sé si a un presidente varón le exigirían eso y le llamarían ‘mandoncito’”. Así que les dijo que había decisiones que le competían como presidenta, y que el resto iba a tener que respetarlas. “Cuando yo dije eso, me respondieron: ‘por eso tienes problemas. Ya, generalita’”. También la conocían como la “dictadora”, o la “problemática”. Nada de eso la intimidó.
Un día se percató de que llegaba a su despacho una cantidad sorprendente de solicitudes de congresistas que pedían permiso para ausentarse y viajar a los Estados Unidos. “Muy curioso porque habían conseguido la invitación de un senador (…) para una capacitación sobre la labor de fiscalización y leyes de ese país. ¡A menos de un mes de irnos!”, dijo Vásquez en entrevista con Rosa María Palacios (Radio Santa Rosa, 20/07/21). Su argumento era que si el Estado invertía para mandarlos a EE.UU., esa inversión debía ser retribuida en su labor congresal, pero en pocas semanas habría elecciones generales y ellos dejarían de ser parlamentarios. “Yo les denegué esos permisos. Para muchos mi gestión fue diferente, porque hay gastos que no se justifican”. Les dejó claro que ella usaría con responsabilidad los recursos. “No es su plata”, le dijeron. “Tampoco es la suya”, les respondió. “Somos 11 votos…”, la amenazaron. “Hagan con sus votos lo que les parezca”.
El hostigamiento laboral no era un asunto nuevo. Formada en la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC), en Cajamarca, su región de nacimiento, Vásquez se involucró en temas relacionados a la defensa del medioambiente y de personas denunciadas por protestar y reclamar por sus territorios en Choropampa, el cerro Quilish, Conga, entre otros. En este último caso se dedicó de lleno a la defensa de la campesina Máxima Acuña, a quien el 2011 la minera Yanacocha denunció por usurpación agravada. El caso llegó hasta la Corte Suprema (mayo 2017), que declaró inocentes a Acuña y su familia, poseedores legítimos del terreno, en Sorochuco. Aquellos años, Vásquez fue blanco de seguimiento y espionaje telefónico. Según denunció en su momento el periodista Edmundo cruz, se encontraron fotos y correos electrónicos suyos en las computadoras de la empresa de seguridad privada, Business Track.
Mi profundo agradecimiento a los compañeros/as de la @cnddhh por este homenaje.¡Cómo no sentirme honrada cuando del movimiento de derechos humanos aprendí a luchar por justicia, verdad y vida!. Ser político no es fácil en un país donde la política se aprovecha para el privilegio. pic.twitter.com/13XjqO6l1x
— Mirtha Vásquez (@MirtyVas) September 30, 2021
“La conocí el 2011, cuando yo era secretaria ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos”, recuerda Rocía Silva Santisteban, ex congresista y ex colega de bancada de Mirtha Vásquez (Frente Amplio). “Ella andaba con un policía por Cajamarca. Debido al espionaje que salió a la luz, ella pidió medidas cautelares a la Comisión Interamericana de DDHH y se las concedieron. Por mandato de la Comisión, el Estado le puso esas medidas, un policía permanentemente. Se ha enfrentado a los grandes poderes del país”.
Silva Santisteban recuerda también que la hoy primera ministra defendió casos en Cajamarca “bien difíciles” de violencia sexual. “Incluso un caso famoso de un periodista (Walter Quiroz) que fue acusado de violar durante años a su hija, un tema complicado porque allá hubo espíritu de cuerpo por parte de la prensa, se le golpeó mucho”. Nada se acerca al caso de seguimiento y espionaje que Vásquez describe en el documental citado al inicio y que la obligó a mudarse a Lima con su familia.
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“Cuando mi hija mayor era bebe, un día salimos a un compromiso con mi esposo. La dejamos con la señora que nos ayudaba a cuidarla. Salió a pasearla una hora, y cuando regresó habían entrado a mi casa. La chica pensó que era un robo, salió disparada, y después no la encontrábamos. Pensé que la habían secuestrado. Me volví loca, me quería morir”. Cuando vio a su hija de nuevo, sintió culpa. “Estoy arriesgando la vida de mi hija por hacer ese trabajo. Pensé en la posibilidad de huir, de no seguir”. En ese momento decidió junto a su esposo empezar una vida nueva en la capital. “Vinimos acá, no trajimos nada, no nos mudamos, sino que huimos”. En adelante, intentó buscar trabajos “más tranquilos”, pero la vida parece llevarla en sentido contrario. //
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