Existe una mirada y un tono de voz particular que cada amiga, que ya es madre, pone cuando le cuentas que estás embarazada. La más maternal te da una muy tierna y te habla emocionada, compartiendo todos los secretos para que seas la mejor madre que puedas ser. Pero también está (y esas abundan en mi grupo y las amo) las que te observan como dándote la bienvenida; es una mirada que te dice: “Te estaba esperando, cojuda. Ahora sí vas a venir a todos los cumpleaños de mis hijos”.
No importa qué tipo de amigas tengas, está bueno tener gente alrededor que te acompañe en el proceso cuando estás esperando un bebé. Se hace más fácil si tu grupo de amigos están pasando por lo mismo o ya tienen hijos. Una de las razones es obvia: todos se tienen que ir a dormir más temprano. Ya no es cosa de todos los sábados terminar la noche tomando shots de pisco porque no hay más cerveza.
Pero hay algo más importante. Así tengas al lado a la amiga maternal, o a la que se sigue burlando de que tu vida va a cambiar, las mujeres necesitamos aprender muchas cosas de otras que creemos que es instintivo, como dar teta. No es fácil para todas, ya sea por razones físicas, emocionales o por el hecho de que no es algo que vemos a nuestro alrededor todos los días.
Lo mismo pasa con dar a luz. Hace años, una mujer daba a luz rodeada de otras, entre abuelas y nietas. Esto hacía que el conocimiento sobre el parto y el cuerpo femenino sea natural. Ya no es así. Es más, ahora hasta existe mucho miedo frente a la idea de parir. Por dar un ejemplo más claro, Carlos González, un pediatra que ha escrito libros espectaculares, cuenta que son muchísimas las madres primerizas que sostienen a sus bebés para darles de lactar como si le fuesen a dar biberón porque esa es la única postura que han visto en revistas y en televisión.
Y describe la historia de gorilas en cautiverio que no sabían cómo alimentar a sus crías porque nunca vieron a otras hacerlo. “Una se ponía a su bebé de sombrero”, comparte. Para solucionar el problema, los administradores del zoológico llamaron a madres humanas para que se sienten a dar leche a sus bebés frente a los animales. El resultado fue impresionante: las mamás gorila imitaron a las humanas y así recuperaron eso que era tan natural como dar leche.
Claro, no creo que se trate de llamar a tu amiga y preguntarle si puedes ir a ver cómo da leche (eso dependerá de cada una), pero sí creo que se trata de escribirle a esa amiga –quizás no tan cercana- que sabes que también anda panzona, fastidiada de que le estén preguntando cuántos kilos se ha subido y que le digan que se vaya a dormir a las tres de la tarde porque luego no lo hará nunca más.
Se trata de tener cerca a la que sabe lo que es esa acidez en la mañana, lo que es tener galletitas en la cartera para evitar arcadas y a la otra que te motiva a hacer deporte por más que sientes que eres del tamaño de un rinoceronte. Si algo he ido aprendiendo estos meses es que la panza atrae de todo: consejos malísimos, desatinados y horrorosos; así como anécdotas con las que te puedes conectar, te hacen reír o te quitan más de una preocupación.
Habrá esa amiga que te dirá que ella nunca tomó ni una copa de alcohol embarazada, pero habrá otra que te dirá que en cada matrimonio ella se zampa dos copitas de champán, que siempre lo ha hecho, y que su hija mayor es bien inteligente. Tendrás la que te dirá que te vas a estreñir tanto que te vas a olvidar lo que es ir al baño, y estará la otra que te dirá que los meses que ella estuvo embarazada su cuerpo estuvo en la mejor condición de su vida. Esas últimas no me caían muy bien al principio, pero ya las aprendí a querer.
El tema es el siguiente: cada experiencia es distinta. No puedes ponerte los lentes de otra solo porque le comentaste que no estás viendo bien. Cada una tiene sus rollos, sus traumas, cuerpos, hormonas y distintas formas de tomar el hecho que de un día a otro tienes que rodar para salir de la cama y que, además, no puedes verte los pies.
Yo he tomado la postura de decir gracias a todos los consejos, desde los que siento que no van conmigo para nada, hasta los que considero útiles. Pero lo más valioso que he aprendido en estos meses es aprender a quedarme con la gente que quiero, porque a ellas sí les puedo decir a la cara lo que pienso. Solo a ellas les puedes decir que estás harta, que extrañas una chelita bajo al sol, que quieres quedarte en la cama, comer harta canchita y para rematar, una torta de chocolate. No importa si es la maternal o esa sarcástica que disfruta de verte no tomar; si te entiende te dirá que no importa, que te entregues y ya está.