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Secretos detrás de un rostro pintado: los Oré y por qué el arte del payaso es legado, vocación y consuelo
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La historia de los Oré, la familia payaso, comienza con el eco tierno de las viejas historias de carpa. Todo empezó cuando Luis Enrique Oré (60), el patriarca, se enamoró a los 17 años de una bailarina de un circo de barrio. En esa edad en que uno aún cree que la vida cabe en un impulso, decidió dejarlo todo por ella y seguirla, aunque todavía no tuviera ningún talento circense desarrollado. Fue bajo las lonas de ese circo itinerante que descubrió su vocación, por accidente. “Aprendí a ser payaso mirando. Nadie te enseñaba, todos cuidaban sus trucos como secretos. El circo era la escuela”, recuerda hoy, ya convertido en el legendario Trompetín —o Cancha—, figura de La Tarumba y patriarca de una de las familias más entrañables del arte clown en el Perú.
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Cuando conocimos a Trompetín, hace unos meses en la carpa de La Tarumba, nos contó que su historia de amor con el circo se la había transmitido sin querer a sus seres queridos. Esa pasión fundacional es la semilla de una dinastía. Tres generaciones después, los Oré siguen pintándose la cara. Christian, su hijo, empezó a jugar a los payasos con su papá cuando tenía solo cuatro años. No porque lo obligaran, sino porque en su casa cualquier desayuno podía transformarse, de pronto, en una escena de improvisación. Padre e hijo ensayaban rutinas, primero para ellos mismos, luego para los amigos. Así nació Canchita, su personaje.
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“Mi viejo decía algo en la mesa y yo le seguía el juego, como si estuviéramos en el circo. Improvisábamos y todos se reían. Ahí supe que quería hacer reír. Que podía hacerlo”, cuenta Christian. Su debut profesional llegó también por accidente, cuando un día faltó un payaso en el circo de su tío Huevito, un cómico ambulante. Era una carpa modesta, de barrio, pero fue suficiente para que el niño de primer grado —que ya sabía maquillarse solo— saliera al ruedo a hacer reír.

Un padre payaso es cosa seria
Uno podría suponer que tener un padre payaso debe de ser lo más divertido del mundo: un eterno carnaval de bromas y risas. Pero no necesariamente es así. Cada payaso tiene su propia personalidad una vez que se lava la cara y le toca enfrentar las circunstancias del mundo, como cualquier ser humano. Cancha, cuentan sus hijos, podía ser muy renegón a veces, como cualquier papá con niños inquietos en casa. Porque hacer reír también es una profesión, y como toda profesión, dura hasta el último aplauso. Luego viene el revelador proceso del desmaquillaje, cuando el payaso se queda sin armadura.
Cuando era más chico, a Christian le daba un poco de roche tener un papá payaso. En parte porque nadie más lo tenía en su salón y a cierta edad los niños solo quieren encajar, no ser distintos. Eso, sumado a que su padre se aparecía por el colegio vestido de la forma más estrafalaria posible, le generaba una incomodidad que solo resolvió con el tiempo, cuando se dio cuenta de que él mismo se inclinaba por las ropas holgadas y la pintura facial. Ya como Canchita, Christian ha ganado concursos nacionales de payaso y ha fundado la Escuela Experimental de Payaso, con la intención de dotar de teoría al gremio y brindar herramientas para que los nuevos artistas puedan profesionalizar su arte.


Años después, Canchita invitaría a su hermana Naomi Oré a uno de sus talleres de clown. Ella acababa de terminar el colegio y no tenía claro qué rumbo tomar. Pero algo se encendió en ese taller: le gustó tanto que, poco después, llegó su primer show. Luego vinieron las funciones para empresas, los eventos infantiles y, finalmente, el nacimiento de Chullpi, una niña traviesa, burlona y con una conexión inmediata con el público. La familia payaso ganaba así un nuevo rostro para su causa.
“Con Chullpi me divierto mucho. A veces estoy estresada, pero voy a un evento, me transformo y se me pasa todo. El cuerpo se cansa, pero la mente entra en paz”, cuenta Naomi, que ha encontrado su espacio en los eventos privados y corporativos, más que en la arena del circo. Tiene claro que el trabajo del payaso exige entrega total: “De las puertas para afuera, tú eres el personaje. Nada de tus problemas entra al evento”.
La función debe continuar
En una familia payaso, las risas no siempre son constantes. A veces hay discusiones, tensiones, tristezas. “Nos hemos peleado con mi papá antes de salir a escena y aun así hemos hecho reír a todos. Después, cada uno seguía molesto, pero en el escenario no se notaba”, cuenta Christian. El año pasado, por ejemplo, fallecieron los dos hermanos de Luis Enrique. Él igual tuvo que trabajar. Naomi también. “Ese día hice un baby shower. Fue un show hermoso, todos me felicitaban. Salí, subí al taxi y me puse a llorar. Pensaba en cómo se sentía mi papá”.
La dinastía de los Oré se sigue renovando, ya entrada en su tercera generación. Wendy, la única hija de Luis Enrique que no salió payasa, es madre de Sayri Gabriel, el pequeño que ya ha debutado en la arena con su familia, con el nombre artístico de Capuchino. Bajo la carpa del Circo Americano, ubicado en el skatepark de Independencia, el abuelo Oré maquilla con orgullo a su nieto con la pintura blanca del clown. A su lado, una futura adición: la pequeña Emilia Sofía, hija de Naomi, también quiere dar sus primeros pasos en el mundo payaso, como su mamá. El nombre de personaje que le han escogido: Chullpicita.


Para los Oré, lo mejor de ser payaso, más allá de vivir de la noble profesión de hacer reír o de aliviar momentos difíciles, es predicar con el ejemplo y dignificar su arte frente a los no iniciados. En una ocasión, Canchita y Trompetín decidieron llevar su show a un importante centro cultural limeño donde no fueron bien recibidos al inicio. Los artistas y bohemios los miraban con desdén. ¿Payasos en un teatro? ¿Qué hacen aquí? ¿Se equivocaron? Pero Christian, que sabe de teatro, hizo lo suyo. En escena habló de Stanislavski, Grotowski, la biomecánica. Citó teorías, hizo reír a todos y desarmó prejuicios. Al final, los mismos actores que los habían mirado de reojo fueron a felicitarlos.
“Lo más bonito de ser payaso —dice Christian— es conectar con alguien que no pensó que iba a conectar contigo. Y hacerlo desde la risa. Eso no se olvida”. //
♦◊ Una familia singular encarnan Danylo y Karolina Strakhov, dos artistas ucranianos que actualmente se presentan en Lima como parte del Voltoff Cirken, en el Jockey Plaza. Herederos de la reconocida familia Strakhov —célebre por sus actos de acrobacia y el entrenamiento de tigres—, padre e hija comparten un número de mano a mano que exige confianza total, sincronía y amor. Karolina, nacida en 2016, es la artista más joven del espectáculo. Comenzó a entrenar a los 4 años, rodeada de una familia completamente entregada al circo: su padre, su abuelo, su tío y su hermano también forman parte de esta tradición. Con carisma innato y sorprendente destreza, Karolina deslumbra al público en un acto inspirado en el glamour del estilo Gatsby, que combina técnica, emoción y elegancia.

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