La vida es un parpadeo, un ratico como decía Juanes. En un momento eres un chiquillo de la Miraflores de los años sesenta, invencible, que va con la patota de amigos hasta San Bartolo o Punta Hermosa en el Volkswagen de alguien para bajarse unas olitas. La gran mayoría de playas peruanas son un territorio virgen, al que se conquista dos veces: primero cuando se corre en ellas y luego cuando se les pone nombre: “Señoritas”, por las chicas; “El Silencio”, porque su existencia debía permanecer como un secreto.
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