La conciencia le dice al autor de esta nota que no cometa la imprudencia de creer. El corazón le grita que se entregue, que lo que está pasando y viendo con la selección en real. (Ilustración: Nadia Santos)
La conciencia le dice al autor de esta nota que no cometa la imprudencia de creer. El corazón le grita que se entregue, que lo que está pasando y viendo con la selección en real. (Ilustración: Nadia Santos)
Alberto Vergara

Primer tiempo
Hoy de nuevo nos ponemos frente
a frente/
No es para que juzgues mi cariño…
Alberto Haro 

Soy un oportunista. Lo pienso mientras camino por las calles de Harrison, Nueva Jersey, en busca del estadio donde jugarán Perú e Islandia. Vi los dos primeros partidos de la , los perdimos y me convencí de que empezaba lo de siempre: derrotas a granel salpicadas de triunfos ocasionales que, como la tortura, garantizan un sufrimiento eliminatorio prolongado. Otra vez no. 

Soy un oportunista, repito al atravesar este escenario de abandono industrial. Aquí reinó el hollín y la usina, pero hoy no queda sino esta utilería sucia del siglo pasado. Una numerosa barra peruana emerge de una transversal. Cantamos que hoy tenemos que ganar. Soy un farsante, yo no confiaba en este equipo. Cunde una alegría ajena a este decorado amargo del Make America great again.  

Luego de aquellos dos partidos iniciales, no volví a ver ninguno hasta el Perú-Uruguay de la segunda rueda. Y solo lo hice porque mi amigo David Rivera me llamó cuando había tomado posesión de una mesa frente al televisor del Juanito y me informó que si no caía, me pasaba de atorrante. Fui, pero con más anhelo en mi chela con sándwich de asado que en la selección. Y, sin embargo, el gol de me partió el cerebro. ¿Hace cuántos años no gritaba un gol de Perú así? El pase larguísimo de , el tranco de Paolo, la gana con la cabeza, se sacude de , la mete abajo… un señor golazo.  

Aun así, cartesiano, no me entregué. La conciencia me gritó que no cometa esa imprudencia. ¡Tantas veces desilusionado por amarrar la promesa mundialista a una calculadora! El partido con Bolivia me agarró en un restaurante y de la cocina llegaron los gritos de gol. Se ganó de nuevo. Y la conciencia: te va a hacer llorar, te va a hacer sufrir, traerá decepción. Contra Ecuador me quedé en mi oficina. Gooool, se oyó del piso de arriba. Seguí frente a la computadora. Goooool, corearon de nuevo. Dejé todo y subí a verlo. Grité, pedí que la reventaran a la tribuna (también tuve que preguntar el nombre de varios jugadores), imploré que el árbitro lo acabase…  

Quedé enganchado. Volví a ser niño. O al menos regresé dos décadas en el tiempo, cuando no hubo suerte para el Cristal de Markarián en la Libertadores ni para el Perú de Oblitas en la eliminatoria. Aquella coyuntura cuando el ‘Chorri’ fue nuestro Cubillas generacional, Julinho nuestro Garrincha y todos nosotros, educandos del magisterio de Solano. Pero no hubo Mundial. 

En cambio, Harrison a estas horas es puro . Bajo un cielo gris y un frío severo, los peruanos se han apropiado de las calles aledañas al estadio. El 12% de la población de Harrison es peruana. Adaptando la costumbre gringa de organizar la previa fuera del estadio (el célebre tailgating), aquí están miles de peruanos desde la tarde preparándose para ver a su selección. De carros, camionetas y minibuses surgen valses, salsa, huainos y hasta rock argentino de los 80 que a estas alturas ya es otra forma de peruanidad. De la comida, ni se diga. Como en Central, humean platos de todos nuestros pisos ecológicos. Pero además de pagar, se goza.  

Aquí nadie habla de política. La pelota no se mancha. El cuadro emociona hasta al más pecho frío. Bruce Springsteen, hijo de Nueva Jersey, hizo carrera cantando la necesidad de fugarse de estos pueblos cacrecos (baby we were born to run). Nunca imaginó que fugitivos de otros pagos podían encontrar refugio aquí mismo. “Todos resucitan en Patterson”, me dice Gabriel Muschi, historiador de la migración peruana a Nueva Jersey. Desde los 60 no han dejado de llegar. ¿Dónde más iban a prosperar estos descendientes de los Paracas sino en el corazón de la industria textil norteamericana?

Harrison era una fiesta.

Segundo tiempo
En la medida en que el Perú llegue a estar fundado en la responsabilidad y la justicia,
[…el criollismo] tendrá que desaparecer.
Luis Loayza

El 12% de la población de Harrison es peruana. Miles se apropiaron de las calles aledañas al estadio, pese al frío severo.
El 12% de la población de Harrison es peruana. Miles se apropiaron de las calles aledañas al estadio, pese al frío severo.

Al salir del estadio ya olvidé que soy un oportunista. Ahora soy un desconcertado profundo. Mis convicciones más arraigadas se tambalean. Carezco de mapa emocional y conceptual para seguir la pista de este equipo peruano. ¿Un sistema moderno e integral que funciona partido a partido, aunque haya que cambiar jugadores? ¿Doce partidos sin perder? ¿Un equipo sin disfuerzos egóticos y criollos? Qué quieren que haga… el itinerario de mi ciudadanía futbolera cabe en un verso de Valdelomar: la alegría nadie me la supo enseñar.  

No se trata de caer en la exageración. Gran parte del primer tiempo perdimos la pelota y nos empataron. Un bache mental semejante ocurrió contra Croacia. Y muchas pelotas largas que los centrales deberían rechazar con facilidad terminan infiltrándose en nuestra área. Pero sería mezquino detenerse en esto y no en la novedad más relevante: hay un sistema. Durante años vi selecciones peruanas donde ‘atacar’ significaba que los laterales tiraban centros bombeados desde tres cuartos de cancha. E incluso el Perú del 98 dependía mucho del saque largo de Balerio y el pivoteo de Maestri. Entonces, digámoslo de una vez: este equipo liquida tres décadas sin media cancha.  

Carrillo, Santa María, Ramos y Tapia celebran el 1-0 a Islandia.
Carrillo, Santa María, Ramos y Tapia celebran el 1-0 a Islandia.

En el precioso libro "El fútbol peruano: protagonistas de su historia", editado por Antenor Guerra-García, Augusto Álvarez Rodrich sostiene que las grandes selecciones peruanas son las que tuvieron una defensa colosal. En especial la de México 70. Ojalá su teoría se demuestre falsa. Porque si algo fuese colosal en este equipo, sería la volante. Los defensas se han lesionado sin parar y los alternantes han funcionado decentemente. La delantera también ha tenido que ser modificada varias veces; la inhabilitación de Paolo recuperó al mejor Farfán, y aunque generalmente hemos jugado con un atacante, contra Islandia se sumó Ruidíaz y el equipo mantuvo el balance. 

La consistencia ha estado, más bien, en la medular: Tapia, Yotún, Flores y Cueva. Ninguno es Cueto, pero todos son volantes contemporáneos. Y tanto es esta la línea de flotación de todo el equipo que, expulsado Yotún contra Croacia, Gareca prefirió retrasar al ‘Orejas’ y poner a otro delantero (Ruidíaz), antes que incluir a un volante ajeno a ese cuarteto sólido. Hay una sincronización inédita entre los volantes y laterales para tener la pelota y atacar; también con los backs para salir jugando cuando el rival aprieta en cancha nuestra. Ojo, no es salir jugando en el sentido que le dábamos cuando lo hacía el gran cabezón Reynoso; es salir jugando como si fuera la Champions. Método y despliegue antes que una gambeta tan garbosa como peligrosa. 

Después de muchos años, la hinchada respalda al jugador peruano. El ‘Oreja’ Flores entre los preferidos.
Después de muchos años, la hinchada respalda al jugador peruano. El ‘Oreja’ Flores entre los preferidos.

Aunque menos logrado, hacia adelante la volante también impone una inédita verticalidad. No tenemos a Xavi ni a Iniesta, pero tampoco abrazamos ya el primitivo ollazo. De cuando en cuando surgen pases rasantes entre los centrales buscando el mano a mano. Más importante aún, a veces los delanteros sacan a sus backs del área en el mismo momento en que Cueva o Carrillo pican hacia adentro para aprovechar el hueco creado.

Felizmente, detrás de la novedad del método y la chamba, también brilla lo de siempre. De pie grito un emocionado ¡ole! con una huachaza de Paolo Hurtado, también con otra de Carrillo. Es lo que le gusta a la gente.

Doce partidos sin perder. Récord casi tan imponente como estos diecisiete años ininterrumpidos de democracia. ¿Debemos acostumbrarnos a semejante consistencia? ¿Eliminamos la palabra gitanería del diccionario futbolístico nacional?  

Al salir del estadio, entonces, soy un hombre desconcertado. Durante años creí que lo verdaderamente peruano sería un día clasificar al repechaje para luego perderlo. El desquicio generado por el gol de Farfán contra Nueva Zelanda prueba que era temor difundido. Del repechaje que convocaba el bochorno ha surgido cierta dignidad. El repechaje como esperanza. La esperanza de no volver al ollazo, de no regresar a Burga, de no añorar cuatro fantásticos, de no revertir, en suma, hacia el criollismo, que, escribió Luis Loayza (hasta siempre, maestro), es incompatible con un Perú fundado en la responsabilidad y la justicia. No está mal recordarlo en este país que hace dos siglos tuvo una independencia de repechaje, y ahora cuenta con un presidente de repechaje.  

Pero ahora las heladas calles de Harrison se vacían. Mañana se chambea. 

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