El actor peruano Gilberto Nué se ha vuelto uno de los más queridos en televisión luego de interpretar a una persona sorda en la telenovela Luz de Luna 2. En conversación con Somos, recuerda pasajes de su niñez, además de compartir lo más retador de ser actor y sus próximas metas.
Asimismo, hasta el 16 de octubre, el actor se encuentra participando de la obra “Un maldito secreto”, en el Nuevo Teatro Julieta. La obra, reflexiona sobre los prejuicios, el racismo y el clasismo en contextos cotidianos. Las funciones son de jueves a domingos a las 8 p. m. en Pasaje Porta 132, Miraflores.
Lo más complejo de interpretar a una persona sorda en televisión nacional ha sido transmitir emociones a través de la lengua de señas. Y lo más gratificante… Dos cosas: lo primero, es encontrarme en la calle con gente sorda, feliz de sentirse identificada en una pantalla. Lo segundo, tener la posibilidad de visibilizar a la gente sorda, relegada por esta sociedad egoísta, que debería hacer más para que ellos se sientan parte de esta.
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Lo más retador que enfrento al dar vida a un nuevo personaje es convertirlo en algo que sea meritorio del recuerdo de la gente, que sea memorable.
La verdad es que, más que identificarme con alguien en particular, busco características en gente que admiro, para poder trabajarlas en mí.
Me gustaría tener el talento de cantar extraordinariamente. En algún momento me metí a un taller de canto, y reafirmé que nací negado para la música.
Televisión o teatro: los dos tienen su encanto, al igual que el cine. No importa dónde. Lo importante se resume en simplemente actuar.
El rasgo de personalidad que más me define es que soy muy observador. En mi apariencia, creo que más me define ser flaco. Me falta cuerpo y me sobra frente.
Soy absolutamente feliz cuando me voy de vacaciones. Desde el momento en que llego al aeropuerto ya comienza mi felicidad.
La felicidad perfecta es abrazar a mi hijo, porque me llena de paz. Mi próxima meta es lograr que él sea una buena persona y que lo que quiera ser en la vida, lo logre.
Recuerdo cuando estaba en el colegio y, al regresar a la casa, nos sentábamos mi hermano, mi mamá y yo en la cama, frente al único televisor de la casa (de 14 pulgadas), con nuestro plato de comida sobre una bandeja. Allí los tres nos poníamos a ver las novelas mientras comíamos.
La única extravagancia que tengo creo que es mi perro. Pesa igual que yo.
El mejor plan de sábado por la noche es ir al teatro y luego a comer a algún lugar bonito con Daniela (mi pareja), acompañado de una copa de vino.
De mi vida en pandemia rescato lo positivo de constatar las ganas desinteresadas de ayudar de algunos amigos y que a mi círculo más cercano no le haya pasado nada.
El día del apocalipsis llevaré un celular al que nunca se le acabe la batería y una mochila mágica donde siempre haya agua y fruta cada vez que la abra.
No diría “quién” me marcó la vida, sino “qué”. Los golpes… porque te enseñan.
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