Cuando conocí el teatro musical, dije “¡Dios mío! ¿Qué es esto?”. Podía mezclar el canto, la actuación, el baile. Todo en un mismo lugar. El teatro es mi primer amor y es el que más me ha acompañado. El que más satisfacciones me ha dado. Sin embargo, hace un año y cinco meses, mi ocupación favorita es ser la mamá de Leandro.
La risa de mi hijo. Esa es mi felicidad perfecta. Cuando nació, cuando me dice mamá y cuando ríe... soy verdaderamente feliz.
El rasgo que más me define es mi sonrisa. También mi nariz y mis dientes grandes. Amo ser así.
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Recuerdo cuando empecé a cantar en el colegio. Fui solista del coro, con presentación en el Teatro Peruano Japonés. Tenía seis años.
Me gustó mucho interpretar a Dolores Cabero de Grau, la esposa de Miguel Grau, y conocer que tenían un amor tan bonito e inquebrantable como el que cualquiera soñaría tener.
Mi recuerdo más antiguo: con mi familia, comiendo pomarrosas en San Ramón.
Me marcaron la vida mis hermanos. Ellos me enseñaron a amar sin medida y a sufrir genuinamente cuando algo malo sucede.
Mi placer culposo es comerrrrrrrr comida chatarra.
Me gustaría tocar algún instrumento. Me da pena y pica nunca haber aprendido.
El mejor plan de sábado por la noche es tomar un vino con mi novio, ver tele y charlar.
En pandemia mi relación se fortificó. Nació Leandro y, con él, renací yo.
Mi pasatiempo favorito es dormir. Pero hace mucho que no lo practico, je, je.
Lo más raro que me ha pasado es que me pidan fotos de mis pies en redes sociales.
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Mi mayor inversión han sido todos los talleres y los estudios que he llevado. Talleres de jazz, de actuación, de dramaturgia. Mi papá alguna vez me pagó la mensualidad de algún taller. Mi novio, otro. Dicen que al final uno solo se lleva lo vivido, lo comido y creo que los estudios son parte de eso.
Yo no soy muy pegada a las cosas. Soy bien desprendida. Cuando me deshago de lo material, no me cuesta botar. Creo que las cosas son cíclicas. Sin embargo, algo con lo que siempre estoy pegada, y nunca lo abandono y creo que sufriría si se me pierde –por un tema laboral– es mi celular.
Las personas no suelen tener la capacidad de ponerse en el lugar del otro. De ser empáticos. De ser un poco amables a la hora de escuchar. Uno no se pone en el lugar del otro casi nunca. Lo vemos a diario en el tráfico, en las colas, en la vida cotidiana. Es una cualidad admirable.
Un día decidí que no quería un amor mediocre, una vida insatisfecha. Busqué curarme para poder dar lo mejor de mí. Y aquí estoy. Viviendo el sueño de tener una familia sana y feliz. //
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