

Científicos del Hospital Clínico de Barcelona en colaboración con la Universidad de Santiago de Compostela y la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) anunciaron este martes que, según un estudio conjunto, el cerebro tiene la capacidad de controlar la composición de las bacterias intestinales e influir así en la sensación de saciedad.
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“El cerebro se comunica con el intestino para indicar si tiene hambre o no, tiene la capacidad de controlar la composición de bacterias en el intestino en un tiempo récord, 2 horas, y por tanto de influir en la sensación, o no, de saciedad”, subrayó un comunicado de prensa emitido este martes por la universidad belga.
El interés del estudio reside en demostrar que, al restablecer la comunicación entre el cerebro y el intestino, “podríamos actuar sobre las bacterias intestinales y controlar nuestros hábitos alimentarios”.
“Normalmente, las áreas que controlan el apetito en el cerebro (hipotálamo) se iluminan cuando tenemos hambre y se apagan cuando el cuerpo está lleno, como un interruptor de encendido y apagado. Cuando esta zona está apagada, el cuerpo consume sus propias reservas de energía, lo que ayuda a regular el peso”, aclaró la nota de prensa.
Sin embargo, el estudio reveló que en las personas con diabetes tipo 2 este sistema “funciona mal” y la información de saciedad “no se transmite correctamente, lo que explica una tendencia a la obesidad”.
En su investigación, los científicos emplearon técnicas genéticas y farmacológicas para estudiar las zonas del cerebro que controlan el apetito.
Como resultado, observaron que cuando se activa o bloquea la zona que inhibe la ingesta de alimentos se produce un cambio “ultrarrápido”, en dos horas, en la composición de la microbiota intestinal.
“En resumen, modificar las áreas que controlan el apetito o el hambre en el cerebro tiene un impacto en las bacterias del intestino, que reaccionan como si hubieran recibido nutrientes, aunque no se haya ingerido ningún alimento. Como resultado, envían mensajes al cerebro diciéndole que el cuerpo está lleno o no ha recibido ningún alimento, cuando en realidad esto no es así”, afirmó.
Este descubrimiento “permitirá en última instancia desarrollar procesos de intervención para restablecer la comunicación entre el cerebro y el intestino e influir así en los hábitos alimentarios”.
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