De los miles de millones de animales que alguna vez vivieron en la Tierra, solo algunos pocos dejan rastros que llegan hasta nuestros días. Y los encargados de estudiarlos son los paleontólogos, detectives que logran revelar los secretos de los fósiles luego de miles e incluso millones de años.
Los científicos que analizan los fósiles pueden determinar, a partir de pruebas genéticas, fisiológicas y biológicas, a qué ser vivo pertenecían estos restos, cómo vivían o si pertenecían a una especie completamente desconocida por la ciencia. El conocimiento para hacer que los fósiles den información valiosa se fue perfeccionando desde mediados del siglo XIX hasta llegar a las técnicas usadas actualmente.
Los fósiles son restos de animales o de sus manifestaciones biológicas. Es decir, no necesariamente un animal tuvo que haber muerto para que se formara un fósil, pues las huellas dejadas por sus patas o sus heces fosilizadas (coprolitos), así como los rastros de plantas, también son considerados fósiles.
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¿Cómo se forman los fósiles?
Para que el rastro de un animal (u otro ser vivo) quede preservado debe darse una serie de condiciones: un ambiente apropiado para la sedimentación (acumulación de material) y no estar expuesto a la destrucción biológica (descomposición), mecánica o química.
Es por ello que no hallamos fósiles en cualquier lugar; las zonas donde encontramos huellas o restos a menudo son ambientes sedimentarios, es decir, contienen rocas que se formaron a partir de la acumulación de material, ambientes que en la antigüedad fueron parte de lagos o mares.
“A medida que los restos del organismo se van enterrando, los espacios que dejan se van rellenando por el sedimento. En ese momento empiezan a producirse una serie de transformaciones químicas que poco a poco van sustituyendo los compuestos orgánicos de esos restos por minerales. Esta transformación depende de la composición química del hueso o concha, y de la del sedimento que lo contiene, si esta combinación es favorable, la sustitución se realizará molécula a molécula, durante un largo, muy largo período de tiempo, hasta que el organismo esté completamente mineralizado, es decir, convertido en piedra”, explica el Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Pero dentro de los fósiles también se encuentran las huellas dejadas por los animales. Estas quedaban grabadas en lugares que reunían las características necesarias para preservarlas hasta nuestros días.
“En general eran ambientes muy cercanos a cuerpos de agua muy tranquilos, riberas de playas, llanura de inundación, lugares planos a los que se cree que los animales iban a beber o estaban acechando a sus presas, y entonces caminaban por ahí y dejaban grabadas sus huellas”, explica a El Comercio el paleontólogo Rodolfo Salas Gismondi, encargado del Departamento de Paleotología de Vertebrados del Museo de Historia Natural de San Marcos.
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¿Cómo se estudian los fósiles?
Una vez que el fósil ha sido hallado, los investigadores se hacen una serie de preguntas: ¿a qué criatura pertenece?, ¿cuál es su antigüedad?, ¿es una nueva especie?, etc.
Los paleontólogos utilizan la información ya disponible sobre los descubrimientos realizados en el mismo lugar o cerca de él y analizan si el fósil es similar a otro. Además, es fundamental que sitúen el hallazgo en el tiempo, para lo cual realizan una serie de pruebas de datación. Eso les permite conocer a qué era geológica pertenece el fósil.
Así, los investigadores utilizan la geología, anatomía comparada, física, química, entre otras ramas de la ciencias para lograr determinar ante qué criatura se encuentran. Este trabajo puede tomar meses e incluso años. Una muestra de ello es la reciente descripción de un plesiosaurio, un reptil marino de hace 135 millones de años, que fue hallado en Lima. Los restos fueron encontrados en el Morro Solar, una zona que estuvo bajo el nivel del mar hace millones de años. Su estudio científico se realizó casi dos décadas después de que fueron hallados los restos fósiles.
Sobre el análisis de los fósiles, Salas Gismondi explica que el mayor reto es interpretarlos de una manera correcta: cuanto más completo está, es posible llegar a conclusiones más certeras. Cuando falta información, entonces los científicos deben hacer conjeturas basadas en evidencia científica previa.
“Cuando uno encuentra una huella, por ejemplo, se hace una correspondencia entre la anatomía ósea del pie y la pisada que uno observa, la pisada obviamente representa la huella del animal con el tejido blando de la extremidad, entonces se hace una comparación, se estima el tamaño de las falanges, de los huesos que forman parte del pie, el tipo de andar y así se van descartando y se va afinando las conclusiones”, explica el investigador.
La información obtenida se compara con los datos que ya se tienen de los animales de la época a la que pertenecen las huellas y así se determina si son similares a alguna anteriormente descrita o no. Entonces se puede concluir si le pertenece a un animal ya identificado o si se trataría de una nueva especie. Lo mismo sucede con registros de huesos fosilizados.
De este modo, al utilizar la tecnología y diversas ramas de la ciencia, los paleontólogos logran revelar los secretos de los fósiles.
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