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El día que dos aviones de la FAP chocaron en Pisco al intentar una maniobra acrobática
El accidente aéreo en Pisco hace 60 años, cuando se estaba realizando un ensayo de maniobras acrobáticas que se presentarían en el Día de la Aviación Nacional, causó hondo dolor y tristeza en todo el Perú. Ese 18 de setiembre de 1962, fue un día negro para la Fuerza Aérea Peruana.
Fue uno de los más dramáticos accidentes aéreos del siglo XX. Ocurrió el martes 18 de setiembre de 1962, hace 60 años, en el cielo de Pisco, en Ica, al sur de Lima. Dos aviones Cessnas T-37 a reacción, conducidos por el Capitán FAP Juan Hernández Panduro y el Teniente FAP Jorge Salazar Medina, colisionaron de costado, por las alas, ante la atónita mirada de sus colegas del aire. La frase del cronista de El Comercio en Pisco fue rotunda: “Sobre el cielo de Pisco se pulverizaron dos aviones a reacción de la FAP”.
En realidad, todo ocurrió por el choque de las alas de las unidades aéreas, en el momento en que, como parte de una escuadrilla de T-37, realizaban un primer vuelo de acrobacia, dentro de un plan de entrenamiento.
La escuadrilla de las víctimas la formaban cuatro aviones, los cuales estaban en sus particulares evoluciones; de pronto, cuando todos entraron en “tonneau” (tonel), es decir, en un giro en vuelo invertido (rotación de 360º en el eje longitudinal del avión), la gente que apreciaba el acto con admiración quedó anonada al ver fuego en el cielo.
PISCO TRÁGICO: DEL ASOMBRO Y AL TERROR EN EL AIRE
Aquella tarde, de la admiración y el asombro los testigos pasaron a la angustia y el terror, ya que vieron cómo dos de los aviones se cruzaron y rozaron por las alas, y uno de ellos explosionó al instante; el otro no, “pero fue cayendo lentamente y desintegrándose a manera de cámara lenta”, describía el cronista del diario.
El estallido fue ensordecedor. Según los expertos de la FAP, los aviones se atomizaron y los fragmentos cayeron lentamente, casi como volantes o papel picado. Se dispersaron a lo largo del fundo ‘Santa María’, prácticamente a un kilómetro de la carretera que lleva al balneario de San Andrés.
Los cuatro aviones estaban preparándose para presentarse en el “Día de la Aviación Nacional”, que realizaría el 23 de setiembre, o sea, cinco días después, en conmemoración del 52º aniversario de la hazaña en los Alpes del piloto peruano Jorge Chávez.
Con seguridad, ambos pilotos peruanos, con la imagen de Jorge Chávez en la mente, trataron de dar lo mejor de sí mismos en ese ensayo acrobático; sin embargo, las cosas salieron mal: un error de cálculo, un descuido, o simplemente una maniobra desgraciada acabó con ellos.
El Capitán FAP Juan Hernández y el Teniente FAP Jorge Salazar perdieron la vida a los pocos segundos del choque aéreo, a solo 3 kilómetros al norte de la Base de Pisco. Al incendiarse sus aparatos estos cayeron a tierra. La explosión, el fuego, la destrucción y, al final, dos cuerpos completamente carbonizados. Ese fue el escenario que los testigos pudieron ver en Pisco.
Ir a buscarlos, con una mínima esperanza, fue lo que vivieron sus compañeros de arma y también las unidades de bomberos que llegaron para apagar el fuego. Las máquinas quedaron destrozadas, partidas en trozos de hierro, metal y vidrio esparcidos “en un radio de medio kilómetro”, decía El Comercio.
No fueron fáciles las búsquedas. El primer cuerpo en ser hallado fue el del Capitán Hernández, completamente carbonizado, pero no mutilado. Los restos del Teniente Salazar, pese a la intensa búsqueda, fueron descubiertos recién una hora y 10 minutos después del accidente.
Lo que quedó de Salazar estaba en una acequia de regadío, debajo de un fragmento del motor de su avión, que aún estaba humeante. Ante la demora en encontrarlo, muchos buscadores “pensaron que su cuerpo se había desintegrado”. (EC, 19/09/1962). Fue una escena terrible para sus jóvenes colegas.
Los otros dos aviones de su escuadrilla, que hicieron las maniobras con las víctimas, lograron virar hacia el lado opuesto al choque y salieron de ese cuadro; buscaron la pista de aterrizaje y tocaron tierra segundos después. Estos aviones, junto con los cuatro de la escuadrilla que hizo su evolución por la mañana, regresaron a su base original en Las Palmas (Lima). Pero antes, hicieron algo significativo.
“En cerrada formación, los seis veloces aviones volaron en círculo sobre el punto donde cayeron sus compañeros de arma y rindiéndoles póstumo homenaje picaron hacia tierra e inclinaron pronunciadamente una de las alas, para rápidamente retomar altura y enfilar hacia el norte, rumbo a Lima”. (EC, 19/09/1962). Una hermosa forma de despedirse de sus colegas que perdieron la vida en un acto del servicio.
PISCO DE LUTO: EL DOLOR DE LAS FAMILIAS DE LAS VÍCTIMAS DE LA FAP
Un redactor de El Comercio se dirigió a la casa del Teniente Salazar, en la calle Ocharán, en Miraflores, y allí se percató de que la familia acababa de enterarse de la penosa noticia. Estaba con ellos un Capitán de Sanidad de la FAP, quien les trajo la información y les explicó, de la manera más sencilla posible, la forma en que se dio el accidente en Pisco.
La familia Salazar, natural de Mollendo, Arequipa, contó que la última vez que vieron con vida al joven teniente de 31 años, fue en casa, el mismo martes 18, muy temprano. Estaba alistándose para irse a Pisco, y les dijo que participaría en los ensayos para el “mitin aéreo” del 23 de setiembre. (EC, 19/09/1962).
El Teniente Salazar había regresado al Perú hacía solo unos meses desde Estados Unidos, a donde fue enviado para que llevara un curso especial, justamente en el manejo de aviones a reacción. El Comercio certificó que el teniente fallecido gozaba de la admiración de sus colegas, y era considerado uno de los mejores pilotos de entonces. “Un magnífico piloto, cuya pericia y capacidad lo habían hecho distinguirse”. (EC, 19/09/1962)
Graduado de oficial en 1954, a los 23 años, el oficial Salazar estaba casado con la señora Graciela Cussianovich y dejaba en la orfandad a un hijo, pequeño aún. Por otro lado, el Capitán Hernández era un año mayor que el Teniente Salazar. Con solo 32 años, era una persona completamente carismática y fraternal dentro de la FAP.
Hernández había estudiado en el Colegio Militar ‘Leoncio Prado’ (fue la 11ª. Promoción), a donde llegó desde su natal Iquitos. Era, como Salazar, un experto en aviones de reacción. Casado también, con Gladys Manzur, el fallecido capitán dejaba a dos menores hijos (de 5 y 2 años).
PISCO CONMOCIONADO: ¿QUÉ OCURRIÓ EN VERDAD?
Las autoridades aeronáuticas indicaron que el “plan de vuelo” estaba claro. Todos lo sabían. Y es que debido al “bajo techo” que había en ese tiempo del año para los vuelos de aviones, la “Superioridad de Aeronáutica” dispuso que el plan de entrenamiento para las evoluciones por el Día de la Aviación Nacional sean en Pisco.
Esa decisión estaba fundada en que esa zona al sur de Lima tenía “las mejores condiciones meteorológicas”. Las autoridades precisaron que la prueba de aquello era que, durante los últimos días, los pisqueños fueron testigos de varios vuelos de prueba acrobáticos en su despejado cielo. Todo llevaba a indicar que el error fue enteramente humano. Un error fatal de un segundo que acabó con la vida de esos jóvenes valores de la aviación peruana.
Aquí el cuadro en resumen de los hechos: ese mañana del martes 18 de setiembre de 1962, dos escuadrillas de aviones Cessna T-37 volaron en Pisco; una lo hizo por la mañana; y la otra, la que protagonizó la tragedia, lo hizo por la tarde. A las dos de la tarde empezó el ejercicio. Solo diez minutos después de haber levantado vuelo, las cuatro máquinas “realizaban su primera prueba del programa acrobático, a unos 3 kilómetros al norte de la Base Aérea de la FAP, donde ocurrió la tragedia”. (EC, 19/09/1962)
DE PISCO A LIMA: LA LLEGADA DE LOS CUERPOS Y EL ENTIERRO EN EL ÁNGEL
El mismo día del accidente, el martes 18 de setiembre de 1962, en un helicóptero y en un DC-3 de la FAP, los restos de los dos hombres del aire fueron trasladados a Lima. A las 6 y 30 de la tarde, los cuerpos del Capitán Hernández y el Teniente Salazar llegaron a la capital.
De inmediato fueron conducidos para velarlos al Instituto de Sanidad de Aeronáutica, ubicado en la avenida Petit Thouars, donde se hizo una misa de cuerpo presente. A las 10 de la mañana, del miércoles 19 de setiembre, con honores militares y el penoso lamento de los familiares y amigos, llegaron los restos cargados en hombros de sus compañeros de promoción de la FAP.
El Cementerio El Ángel, en Barrios Altos (Cercado de Lima), estaba repleto de militares y civiles, todos lamentándose de la desgracia de estos jóvenes valores. Como no podía ser de otro modo, asistieron al sepelio el vicepresidente de la Junta de Gobierno y Ministro de Aeronáutica, el Mayor General FAP, Pedro Vargas Prada; el Comandante General de la Fuerza Aérea, General FAP Carlos Granthon; y el Comandante FAP, Carlos Campodónico, edecán del presidente de la Junta (general Ricardo Pérez Godoy). Asimismo, estuvieron los jefes de las misiones aéreas de los EE.UU., Brasil y Argentina. Delegaciones del Ejército y de la Guardia Civil también asistieron para dar el pésame institucional a los deudos.
La Banda de Música de la FAP tocó unas sentidas notas, que afligió aún más el ánimo de los presentes, pero a la vez les dio consuelo, mientras un Batallón rendía los honores del caso a los cuerpos. Los responsos fúnebres precedieron a las palabras de despedida y homenaje.
Los discursos más conmovedores fueron los de sus compañeros de promoción: el del Capitán Américo Alva, de la promoción “Carlos Sanguinetti”, compañero del Capitán Hernández; y el discurso del Capitán Daniel Miranda, de la promoción “Livio Montoya”, compañero del Teniente Salazar. El final fue tan duro como la propia caída de los aviones T-37 en Pisco. Mientras los féretros se hundían en la tierra, un Corneta ejecutaba el profundo y doloroso “Toque de Silencio”. Así acabó todo.
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