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‘Paquetazo’ del 88: Cuando el Perú apostó por sobrevivir a las dramáticas medidas económicas del gobierno aprista | FOTOS
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Por esos días, el país amanecía acorralado por una inflación que devoraba sus sueños y ahorros. Todos esperaban el anuncio salvador del MEF, a cargo del ministro Abel Salinas Izaguirre. El primer gobierno aprista de Alan García (1985-1990) acuciado por una crisis histórica y el desgaste de sus promesas, preparaba el terreno para una cirugía mayor en el cuerpo maltrecho de la economía nacional. Y esa intervención quirúrgico-económica sucedió la noche del 6 de setiembre de 1988.
En julio de 1988, dos meses antes del mensaje del ministro Abel Salinas, la economía peruana empezó a dar señales más que evidentes de agotamiento. El modelo heterodoxo, que en un inicio buscó contener la inflación con controles de precios y estímulos al consumo, entró en crisis. El dólar superó los 200 intis y la inflación mensual pasó la barrera del 30%, cifras que confirmaban un deterioro acelerado.
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Las colas para el arroz y el azúcar se hacían cada día más largas, los rumores sobre el "paquetazo" agitaban cada esquina, y la incertidumbre agobiaba tanto a ministros como a amas de casa. Frente a la disyuntiva del shock o la gradualidad, Salinas prometía medidas "fuertes y firmes" para devolver la confianza a millones de peruanos exhaustos.
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Mientras los especialistas advertían sobre una inflación anual cercana al 1,000%, la urgencia por apoyo internacional también crecía, y la sombra del colapso total sobrevolaba las decisiones del gabinete. El país se jugaba, en esa noche decisiva, mucho más que cifras: apostaba a la supervivencia de la democracia y la esperanza nacional.

LA VIGILIA DEL PAQUETAZO
Antes del 6 de setiembre de 1988, Lima vivía una vigilia interminable; los murmullos en los mercados y bancos ofrecían el termómetro social más veraz. Las familias se aferraban a cualquier pista sobre el inminente anuncio y la prensa repetía que el nuevo ministro de Economía y Finanzas (había jurado el cargo cuatro días antes), Abel Salinas, desde Palacio de Gobierno, desvelaría medidas integrales para devolver la estabilidad perdida.
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El cambio de ministro (Salinas había sido ministro del Interior, de 1985 a 1987, y de Energía y Minas, de 1987 a 1988), lejos de calmar los ánimos catalizó la ansiedad colectiva, marcada por la promesa de revelar en 48 horas el programa que decidiría el rumbo de los hogares y del país. El dólar saltaba de récord en récord en el mercado negro, y amas de casa, estudiantes y comerciantes ya sentían el golpe del ajuste incluso antes de que fuera oficial.
En Lima, principalmente, la sensación dominante era de una ciudad sitiada por la necesidad y la zozobra. Los coleccionistas de divisas extranjeras hacían su agosto, mientras la moneda peruana, el inti, se depreciaba de hora en hora; la crisis económica convertía a los bancos y casas de cambio en arenas movedizas de especulación.

EL EQUILIBRIO DELICADO
El hábil político aprista Abel Salinas enfrentaba, esa semana, la encrucijada entre un golpe gradual u otro traumático. Cada hora de espera era una dosis extra de especulación y desconcierto. Las prácticas informales y estafas creativas brotaban en cada rincón de Lima como reflejo de una economía al borde del colapso.
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El discurso gubernamental prometía coherencia y compasión: las medidas, aunque duras, serían necesarias para evitar una crisis definitiva y alcanzar la recuperación anunciada. Pero la confianza pública pendía de un hilo tenuemente sostenido por la palabra del nuevo ministro. La urgencia y el temor palpaban los días previos al anuncio, mientras la población rezaba por algo más que promesas.

LA NOCHE DEL ANUNCIO
A las 10 de la noche del 6 de setiembre de 1988, el país vivió una jornada nocturna decisiva. Abel Salinas Izaguirre ocupó todas las frecuencias radiales y televisivas, presentando el paquete antinflacionario como el bisturí necesario para salvar al paciente nacional.
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Con frialdad económica, Salinas anunció la congelación de precios básicos y públicos, tipo de cambio, combustibles y tarifas, por 120 días, tras un reajuste inicial severo. El mensaje del Gobierno era claro: todos los costos de producción, salvo los perecibles, quedarían bajo el férreo control estatal.
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También se prometió la eliminación de la emisión inorgánica de dinero, la reducción drástica del déficit fiscal y la desaparición de subsidios antieconómicos. Esos eran los puntos que formaban el núcleo del ajuste. La devaluación repentina del inti era inevitable; el país se removía en su asiento, temiendo por sus pequeños ahorros y la estabilidad de los precios.
REPERCUSIONES Y CHOQUE POLÍTICO
La reacción fue inmediata. Políticos de todos los partidos opinaron con vehemencia: Luis Bedoya Reyes, del Partido Popular Cristiano (PPC), dijo que las medidas eran "más duras que las del FMI“, y que el ajuste era solo una amarga lección para el país.

En tanto, Edmundo Del Águila, de Acción Popular (AP), lamentó los tres años perdidos y la falta de credibilidad internacional, vaticinando más desconfianza y menor inversión productiva, especialmente fuera de Lima.
Asimismo, Jacinto Yrala del Castillo, diputado de IU (Patria Roja), advirtió que el ajuste sólo serviría para acumular presión social y cuestionó el colchón de maniobra que el Gobierno buscaba, augurando tensiones explosivas en los meses venideros.
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Los economistas independientes dispararon críticas acerbas, como Guido Pennano, quien destacó el carácter "durísimo" del plan, con insuficiente protección social y un aislamiento preocupante frente a la comunidad financiera internacional. Pennano insistió en que la falta de credibilidad gubernamental era el verdadero enemigo, y que los reajustes salariales y el programa de empleo temporal apenas serían escudos ante el derrumbe del poder adquisitivo.

HACIA EL AMANECER: EL PULSO DEL MERCADO Y LA CALLE
La madrugada del 7 de setiembre de 1988 era un campo de batalla emocional en los hogares y las oficinas de Lima. La imagen de Abel Salinas, el "médico de urgencias" de Palacio, había quedado impresa en la memoria colectiva. Entonces, el mercado reaccionó con fuerza: las operaciones en dólares se suspendieron, la cotización del dólar saltó de 310 a 325 intis en horas, y las transacciones bancarias en moneda extranjera se paralizaron, socavando a la nación en la incertidumbre.
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Los balones de gas desaparecían por falta de peso, fábricas de ferretería paraban producción, y los ambulantes se debatían entre precios altos y el miedo al cambio abrupto. En tanto, en las redacciones periodísticas y en los cafés, periodistas y empresarios debatían si el Perú, tras el shock, lograría reinventarse como país y cerrar el ciclo trágico de la hiperinflación.
EL AÑO EN QUE EL MODELO SE QUEBRÓ
De esta forma, el nuevo paquete de medidas significó que los precios oficiales se ajustaban de manera drástica: la gasolina subió 300% y los alimentos en promedio 150%. La estrategia supuso un viraje hacia una política ortodoxa, basada en el recorte del gasto público, la devaluación de la moneda y la búsqueda de estabilidad macroeconómica.

Sin embargo, el impacto fue limitado. La inflación mantuvo su ritmo ascendente y los sectores populares, los más frágiles frente a la escasez, soportaron el mayor golpe. Con la crisis en aumento, también se desplomó la confianza política: la aprobación del presidente Alan García cayó de 40% en julio de 1988 a solo 11% en el mismo mes de 1989.
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La combinación de ajuste, inflación y desgaste político marcó un punto de quiebre. La promesa de estabilidad nunca se concretó, y la crisis terminó profundizando la vulnerabilidad económica y social del país.
La noche decisiva del paquetazo aprista quedaría, para siempre, marcada como el instante en que el Perú apostó a sobrevivir, sorteando el filo de la desesperanza y la necesidad de la reinvención. Luego, llegarían los años 90… Pero esa, ya es otra dramática historia.

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