Imagina que posees una lámpara maravillosa, como la de Aladino, que concede todos tus deseos. Y si no fueras solo tú, sino que cada habitante tuviese a la mano su propia lámpara a la cual acudir cuando necesite algo? ¿Cómo sería el mundo? Esto sería una recreación material de lo que la mayoría entiende por ley de atracción.
La hipótesis de que una energía atrae a otra fue publicada en libros de los círculos ocultistas a finales del siglo XIX, y fortalecida en la actualidad, gracias a la autora Rhonda Byrne, con su bestseller El Secreto, donde describe la llamada ley de la atracción, según la cual, los pensamientos y emociones tienen el poder de atraer como un gran imán lo que nuestra voluntad imagine.
Nuestra cultura nos enseña a interpretar la vida desde el punto de vista de la carencia: casi todo ser humano considera que algo le falta para poder estar completo; ya sea físico, material, psicológico o espiritual. Y dedicamos gran parte de nuestra energía, consciente o inconsciente, en obtener aquello de lo que carecemos.
En la realidad, cada uno de nosotros es una puntada del gran tejido humano que rodea al planeta, todos entrelazados y únicos al mismo tiempo, lo que nos lleva a comprender nuestro gran parentesco genético: biológicamente somos casi idénticos y por lo tanto “no nos hace falta nada”.
Comúnmente, atracción significa magnetizar, atraer o conseguir. Pero, si partimos de la premisa de que nada nos hace falta, como principio espiritual, atracción es entonces una habilidad, no de adquirir lo que necesitamos, sino de atraer lo que nos necesita.
La atracción es uno de los aspectos verdaderamente mágicos y misteriosos de la materia, y negar su existencia sería como no creer en la gravedad. La atracción nos une y nos mantiene unidos. Es una fuerza primaria e inexplicable que mantiene en lugar todas nuestras relaciones, desde la que existe entre nuestras células hasta el acuerdo que la Tierra tiene con el Sol. En sentido literal, existimos porque existe atracción.
Cuando una flor se abre, lo que le comunica a la naturaleza es que ya está lista. Los insectos y las aves acuden a ella, y así la flor logra cumplir su función de polinizarse y reproducirse. Nosotros, en lugar de observar la atracción como el insecto que va tras el polen, debemos observarla desde la óptica de la flor, que al estar lista atrae lo que necesita para poder cumplir su función.
Espiritualmente, la atracción permite que expandamos y evolucionemos nuestra conciencia:
- Nos da la capacidad de integrar, ser transparentes e inclusivos; entender que todos procedemos de la misma fuente (somos una sola especie), solo que nos expresamos de distintas maneras.
- Permite relacionarnos con nuestra historia desde una perspectiva más trascendental. Ofrece la posibilidad de verla como una de plenitud en lugar de episodios fragmentados y divididos.
La atracción nos impulsa a minimizar nuestra adicción al pensamiento separatista, por ello debemos vencer nuestra obsesión con las diferencias y abrazar nuestras semejanzas.