El turismo en el Cusco y su lucha contra el COVID-19
Al Cusco llegamos con la emoción de quien viaja por primera vez. Después de nueve meses de quedarnos en casa por el COVID-19 era lógico que las mariposas saltaran el día D. El vuelo no estaba del todo lleno, casi nadie se levantó al aterrizar y el silencio de un aeropuerto desierto nos dio la bienvenida.
Nos lavamos las manos en un caño con pedal instalado en los exteriores de la terminal y ni bien salimos, una interminable fila de taxistas ofrecía sus servicios: «¡S/10 a la Plaza de Armas!», gritaban los primeros y conforme fuimos avanzando, la oferta cayó a S/3 por el mismo trayecto. Increíble, pero cierto.
Edy Cuellar, presidente de la Cámara de Comercio de Cusco, asegura que la reactivación en La Imperial se está dando, pero de forma muy lenta: «Desde octubre estamos en cero llegadas de extranjeros. Por las restricciones, la cuarentena, la prueba molecular. El turismo nacional también está asustado (…) Las vacunas son la única esperanza».
Cusco como hace 20 años
En la Plaza de Armas de Cusco, algunos balcones vacíos y portones cerrados daban cuenta de aquellos cafés y restaurantes que han pasado a la historia a causa de la pandemia. Sin recibir comensales y pagando el mismo precio de alquiler que antes de la llegada del COVID-19, fue imposible subsistir.
Lugares que funcionaban hace más de diez años como la trattoria Don Marcelo, en el portal de Belén; o el restaurante Paititi, en el portal Carrizos; lucen cerrados. A unos pasos, en Santa Catalina Angosta, el Incanto de comida italiana y su vecino saludable, Greens, tampoco funcionan. En San Blas, el famoso Pachapapa, que atendía en una hermosa terraza al ritmo del arpa, no opera hasta nuevo aviso. Y la lista continúa.
Según Cuellar, el 90 % de los negocios ligados al turismo en la región están cerrados. Algunos abrieron con la reactivación, pero no lograron cubrir con el aforo y solo generaron pérdidas. El principal destino turístico del Perú está como hace 20 años y urge apretar el acelerador. «Velocidad es lo que le pedimos al Estado porque cada día que pasa se despide a más personas, se cierran más empresas y nadie sabe cuándo nos recuperaremos».
El arte resiste
Un vendedor de acuarelas nos ofrece sus obras por S/35. Se trata de un sobreviviente del COVID-19, que asegura haber superado el mal a punta de hoja de matico. Él nos cuenta que la caída del turismo lo ha golpeado más que el virus: «Si antes sacaba unos S/3000 al mes, ahora no llego ni a S/300. Porque el nacional no valora el arte como el extranjero».
En San Blas vimos chullos desde S/12, chompas de baby alpaca en S/25 y ponchos tradicionales desde S/250, cuando su precio superaba los S/500. Los vendedores invitan a que uno dé un precio y regatee, así no se gane, al menos alcanza para pagar las cuentas.
Al artista Julio Gutiérrez Samanez lo encuentro en su taller ubicado en el distrito de Santiago. Rodeado de piezas de cerámica vidriada colonial de Cusco, que aprendió a elaborar de la mano de su padre, cuando solo tenía seis años. Aunque estudió ingeniería química, lleva una vida dedicada a este arte.
Su gran talento y pasión por la investigación lo ha llevado a recuperar esta técnica casi extinta, que solo se dejaba ver en colecciones privadas y museos. Además, enseña con dedicación a todo el que busque aprender a moldear y decorar piezas en arcilla. Los talleres de este Gran Maestro de la Artesanía Cusqueña duran 3 horas, cuestan S/100 para peruanos y te llevas de recuerdo la pieza que hiciste.
«En los últimos años he trabajado intensamente con turistas extranjeros. Cuando llegó el COVID-19 tenía reservas para todo el año y fue una pena, porque se cancelaron. Pero mantenemos la esperanza de que en algún momento todo volverá a la normalidad», me dice con cierta ilusión.
Con poco turismo, pero con optimismo
Otro optimista es Vicente Montesinos, un apurimense que llegó a Cusco a los 15 años y que lleva más de 35 dedicados al turismo. A él lo conocimos porque nos brindó un servicio de movilidad privada hacia los atractivos del sur de la región. Siempre con la mascarilla bien puesta, su auto impecable, su conversación amena y todos los tips que el viajero necesita (978-468 555).
Además del auto en el que viajamos, Vicente cuenta con dos camionetas de 15 y 20 pasajeros. Vehículos que maneja junto a su hijo mayor. Con su hija, administra las habitaciones de Casa Montesinos, ubicado a solo dos calles de la Plaza de Armas (calle Arequipa 159), y en pocas semanas abrirá su segundo hospedaje en San Blas.
¿Es buena época para invertir? Es que aunque el COVID-19 haya golpeado su economía, para quien ha sido botones y parte del equipo de limpieza y de cocina de diferentes hoteles en Cusco y Machu Picchu antes de administrar sus negocios, cualquier momento es una buena oportunidad.
Cuando se impuso la cuarentena, Vicente recuerda haberse quedado con catorce extranjeros hospedados: «Unos se quedaron por un par de semanas y siete por más de un mes (…) Se les dio tarifas especiales y se les permitió el uso de la cocina, porque todos teníamos que poner el hombro (en medio de la cuarentena por el COVID-19)».
Hombro que sigue poniendo hasta la fecha para asegurar su operación. «Para atender al peruano solo cambiamos la moneda», nos dice. Si una habitación doble costaba US$120 y una simple US$70, ahora se ofertan en S/120 y S/70 respectivamente.
Precios que animan a viajar
Pero el alojamiento y las artesanías no son lo único que está en promoción. En la Plaza de Armas encontramos un menú por S/25, con entrada, plato de fondo y postre. En la subida a Sacsayhuamán, otro similar por S/39, que incluía pisco sour y una vista de fotografía. Un desayuno buffet en el Novotel Cusco cuesta S/35 y así, una estadía en nuestro principal destino turístico cuesta mucho menos que hace un año.
Cabe indicar que esta ciudad ha recibido el sello de destino seguro y eso nos queda clarísimo cuando en el café del Hotel Plaza de Armas Cusco nos reciben con una pistola de amonio cuaternario para desinfectarnos de pies a cabeza. Uno de los muchos lugares que han implementado los protocolos como Dios manda.
Nuestros días de viaje por La Imperial acabaron con una suerte de satisfacción por lo vivido y melancolía por lo que el virus se ha llevado. Nos queda claro que la reactivación está en marcha, pero que el camino es todavía muy largo. Apoyar al turismo nacional es una obligación para quienes amamos viajar, solo debemos hacerlo con responsabilidad.
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