Hay que ser temerario para tratar de intimidar al Real Madrid mostrándole una Champions en la cancha tal como quiso hacerlo el Manchester City aquella noche del 17 de abril de 2024 en el Etihad Stadium. Restregarle una copa al que la ha ganado catorce veces es la evidencia inequívoca de que el City todavía se indigesta con los éxitos recientes: pecados de candidez del nuevo inquilino de la realeza del fútbol europeo. Al hincha más cabalero le hubiese bastado ese desliz para oler la derrota. Pero aquella noche ni el más escéptico hincha del City vislumbraba que el Real Madrid conseguiría apearlos de la Champions. Sólo Guardiola y el Real Madrid se mostraban contenidos.
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Al llegar a Manchester, los bares y grafitis te hacen saber que el club más grande de la ciudad es el United. Sin embargo, el City –un club muy antiguo, aunque conflictuado históricamente entre medianías, descensos y algún que otro título esporádico– se ha instalado en élite europea hace poco más de una década. Domina con mano de hierro en la Premier League, cambiando su aciaga suerte desde la llegada del jeque Mansour, los petrodólares y el Abu Dhabi United Group.
El ambiente que rodeaba la previa del Manchester City – Real Madrid no era lo suficientemente copero si uno lo compara con toda la parafernalia y mística que rodean a otros estadios ingleses como Old Trafford o Anfield. Eso no impide que todos los anuncios y gigantografías que recubren el Etihad te recuerden hasta el cansancio el “Treble”, el triplete de Champions League, Premier y FA Cup que había conseguido el City en el 2023. Pero el estadio no aprieta mucho. La única forma de entender el invicto que llevaba el City en este estadio en Champions es que juegan con una autoridad apabullante. Te someten como sometieron al Real Madrid.
El Madrid hizo poco, pero defendió como se defendieron las Termópilas. Y es que este Madrid no necesita más de media ocasión para fabricarte un gol. Un rechazo que Bellingham bajó desde 20 metros eludiendo a Rodri con el control para habilitar a Valverde. Valverde a Vinicius que aparece de improviso por la derecha, centro entre las piernas de Díaz y Rodrygo Goes que la empuja dos veces para firmar el uno a cero. Lo demás fue un asedio del City.
La velocidad de movimiento de pelota del City supone que la defensa rival no pueda permitirse pestañear. Si saltas a la marca de De Bruyne y Bernardo, aparecen sueltos Foden y Grealish y, si ellos no bastan, pues aparecen desde atrás Gvardiol, Stones o Akanji. Te ganan por demolición pues repiten los movimientos sin cesar. En el único despiste de Rüdiger apareció De Bruyne que soltó un latigazo al primer palo de Lunin con todo el empeine. Uno a uno y prórroga. El Madrid había sobrevivido al bombardeo.
En el alargue no pasó nada. El Madrid ha remontado mucho en Champions y remontó también un penal marrado por Luka Modric –no merecía que su idilio en Champions acabara con esa afrenta–, remontó quizá porque Lunin tuvo la frialdad de bajarle un penal a Bernardo sin moverse, quizá porque Lucas Vásquez tira los penales como un funcionario público que sella documentos. Como sea, cuando entró el último penal de Rüdiger besando el palo, el alemán corrió a festejarlo con sus compañeros y luego salió arrebatado y poseído para fundirse con los tres mil madridistas en el Etihad. Había caído el campeón defensor, había pasado el Real Madrid. Le espera el Bayern.