Está caliente Barcelona. No solo hay amanecer de verano en tierras catalanas, sino que los quioscos y los medios digitales en España siguen en ebullición por una historia que sigue sin cerrarse. ¿Lionel Messi se va o se queda? La ausencia de información oficial deja que crezca la bola de nieve de la inexactitud. La historia del ’10′ argentino sigue recorriendo el infeliz pasillo del rumor. Los programas de debates en la península ibérica coinciden en que es la hora de una conferencia de prensa de la ‘Pulga’. Que abra el discurso para aclarar el desenlace de esta novela que ya cumplió más de una semana. La prudencia que tiene Messi hoy fue la misma que no tuvo hace cuatro años. No es la primera vez que patea el tablero. La diferencia es que en el 2016 lo hizo en vivo y en directo.
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Ocho minutos y veinte segundos. Eso es lo que podría durar un video editado con el sufrimiento de Lionel Messi en tres actos y con un cambio de look para aliviar cada caída. En los primeros cuatro minutos, aparecería Leo en el centro del campo del Maracaná de Río después de perder la final del Mundial con Alemania. Allí está con una camiseta azul y con las manos en la cintura. Con la mirada en el vacío recibirá el premio al mejor jugador del torneo y después subirá a la tribuna con sus compañeros para que les cuelguen medallas de plata que solo algunos conservarán. Aún no llora, solo ha convertido su rostro en una pena con signo de interrogación.
Segundo acto de dos minutos y cinco segundos: Messi otra vez, ahora frente al arco del estadio Nacional de Chile donde perdió el título de la Copa América frente a la selección local. Luce el cabello más largo y una camiseta albiceleste. Al inicio estará tranquilo al anotarle a Claudio Bravo y después apabullado cuando Higuaín y Banega fallen. Se sienta con los ojos clavados en el césped, un lagrimón parece que va a caer. Unos niños se acercan para consolarlo; más tarde se tomará un retrato con uno de ellos. La foto aún no ha sido encontrada en Internet, podría ser el selfie más triste de todos sus tiempos.
En el cierre de este video melodramático de poco más de ciento veinte segundos , tendremos a Lionel en el pico más alto de su tragedia. Ya es 2016 y es la tercera final consecutiva con su selección en el estadio Metlife de Nueva Jersey. En el cierre de la Copa América Centenario no solo perdió otra vez ante Chile sino que falló el primer penal de la definición. Se ha dejado crecer una barba casi bíblica.
El derrumbe es secuencial: comienza tapándose el rostro con su camiseta, continúa con las manos apoyadas en el banco y el primer amago de sollozo. Camina unos metros, lo abrazan Agüero y Lavezzi, algo le dice el chileno Díaz. Lionel ya no puede más. Llora. Llora como si ese desahogo viniera desde ese gol de Goetze en el Maracaná. Llora como pidiendo que por esa noche de junio del 2016, dejara de ser él mismo. Para alguien tan competitivo como Messi, perder una final es el mejor pretexto para intentar ser otro.
-El cambio de look como protesta-
Antes de esa final ante Chile en Nueva Jersey, Lionel Messi había escogido cambiar el look (o bajar de peso con un nutricionista) como señal de protesta, como rebelión personal ante la derrota. “Me teñí el cabello porque es una forma de comenzar de cero. Venía de muchos líos con cosas que habían pasado y me dije que era hora de romper con eso”, le respondió más calmado Lionel Messi al imitador argentino Miguel Rodríguez, en la sala de entrevistas del complejo de la AFA en Ezeiza, tres meses después de esa pesadilla en Estados Unidos. Cada transformación llegó después de una dura caída, cada cambio fue para Messi una manera de dejar atrás a algún Lío.
26 de junio del 2016. Ha terminado la final de la Copa América Centenario en el Metlife y la sala de prensa del recinto se desborda. Vuelan por todos lados papeles en las estadísticas del partido, los pasadizos se congestionan con periodistas apurados por alguna entrevista en caliente. Los reporteros radiales incendian las emociones en todos los idiomas y hacen un coro incomprensible de euforia deportiva. Como si el fútbol ya tuviera mucho de monetario, estos minutos después del triunfo chileno hace ver esta zona del estadio como una bolsa de valores en estado de emergencia.
El bullicio se interrumpe cuando desde la zona mixta se escucha que Lionel Messi ha renunciado a la selección argentina. “Se terminó, la selección no es para mí”. Se multiplicaron los reportes, las agencias de noticias agilizaron el ritmo, las portadas sufrieron cambios de último minuto. Esa noche en el Metlife, el personal de limpieza del estadio acabó su trabajo a la una de la mañana, mientras que los periodistas que estábamos allí volvimos a nuestros hospedajes a menos de dos horas para el amanecer.
Fue largo el silencio de Lionel Messi, hasta que dos meses después subió una foto a su cuenta de Instagram donde aparecía con la misma barba, pero con el cabello rubio, una camiseta de los Chicago Bulls y su perro Hulk. Tres millones de likes. Desde los programas más sintonizados de la televisión argentina, se le pedía volver a Messi. Hasta el nuevo técnico, Edgardo Bauza, viajó a Barcelona para conversar con él. Leo se retractó y regresó a la selección argentina. Volvió rubio, con barba e ilusiones. Era otro.
Cuando perdió la final de Brasil 2014, lo primero que hizo Lionel fue buscar un nutricionista para bajar de peso; después de perder la primera final con Chile en la Copa 2015, Messi se olvidó por un largo tiempo de la rasuradora. En medio de esos cambios también hubo tatuajes y un afán por abandonar su timidez. La única vez que utilizó unos micrófonos para descargar bronca fue en aquel 2016. Y tuvo que dar un paso atrás. “Hablé en caliente, estaba muy cargado”, le respondió hace unos meses a los colegas de Fox Sports. Por eso, en estas circunstancias extremas, ha decidido aún no pedir la palabra. Sus últimas imágenes son jugando frontón en casa. Ni un solo acercamiento al periodismo ni mucho menos a las redes sociales. ¿Y si después va a tener que disculparse por mandar un burofax apresurado? ¿Y si finalmente se queda en el Barcelona?
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