Si Christian Cueva decidiera con la cabeza probablemente sería ingeniero o ajedrecista. Pero Aladino siempre resolvió con los pies. En el césped, en la losa y en ese otro ámbito donde, dicen, se realiza el “entrenamiento invisible”. Con esa talla 39 hizo diabluras más que valiéndose de la velocidad y el vértigo, con el sigiloso arte de la pausa. Aquel recurso tan subestimado que le daba un instante extra de claridad en medio del caos. Hoy esa vorágine sobre la que se desplazaba tan cómodo, tan cachaciento, tan él, terminó por devorarlo completamente y a los 33 años recién cumplidos, la edad de Cristo, podemos decir, sin pecar de ligereza, que hemos perdido para siempre a ese ídolo que forjó Gareca.
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