Una taza de avena y un par de bizcochos eran suficientes para entrar en calor. La manecilla del reloj de la salita marcaba las cinco de la mañana y doña Peta, con el estoicismo de quienes tienen el día resuelto a base de una fortaleza propia de madre, levantaba a José Paolo de la cama, primero con un cálido beso y luego, con el rigor que implica criar a un Guerrero. Le ganaban al amanecer y partían junto a Julio Rivera rumbo a la playa Agua Dulce. Ahí, el ahora goleador histórico de la selección peruana y nuevo jugador de Alianza Lima, se pasaba la mañana amagando a las frías olas detrás de su tío José Gonzales Ganosa, Caíco, que antes de convertirse en una leyenda blanquiazul, fue el mejor arquero de su generación y casi un padre para el Depredador.