La impotencia y frustración pampeaba en Perú tras el pitazo final. Mientras Messi y compañía abandonaban el escenario principal del Hard Rock Stadium entre risas y sin sobresaltos; los dirigidos por Jorge Fossati explotaban de diferentes maneras en la cancha. Por un lado estaba Paolo Guerrero, raudo para irse a camerinos sin cruzar palabra con nadie, por otro estaba Sergio Peña, más enojado y con el coraje en la garganta; mientras Christian Cueva parecía buscar respuestas en su silencio y Carlos Zambrano se enjuagaba el rostro con su camiseta de la selección peruana empapada de sacrificio inútil en un partido donde fue 2-0 pero pudo ser tres o cuatro sin problema.
Iba a ser un partido difícil y finalmente así lo fue. Tal como lo habíamos planteado en la previa, que Argentina termine alineando un equipo alterno, con Messi y sus máximas figuras viendo el partido desde la grada, hizo que la presión para Perú se eleve.
Quizá y por eso la Blanquirroja salió tan agresiva y vehemente a disputar cada pelota. La inteligencia para poner la pierna fuerte, por momentos, se confundió con la violencia como la única alternativa para frenar a una Argentina que poco a poco fue encontrando la respuesta en el traslado a primer toque para hacernos daño.
También perdimos en la tribuna
Argentina fue local en el Hard Rock Stadium. Casi el 80% de los asistentes eran hinchas de la Albiceleste. Los peruanos, en número reducido, se hicieron sentir en la primera mitad, pero con el gol rival iniciando el segundo tiempo, el aliento se fue disolviendo para convertir el grito en un silencio triste y resignado.
No hubo aplausos, tampoco arengas ni mucho menos expectativa por encontrar un equipo que resista ante un agresivo Argentina. El hincha acompañó hasta que llegó el primer gol de Lautaro Martínez. Después, ya solo se escuchaban las arengas argentinas.
Puede que sea el gran número de argentinos que terminó opacando a los peruanos. Pero también suma que esta selección, partido a partido, fue desencantando a los hinchas. Otra vez, como ante Chile y Canadá, Perú aguantó defendiendo un primer tiempo; pero terminó padeciendo su falta de volumen ofensivo hasta que el error propio (o el acierto del rival) lo castigó.
El partido de Fossati
Menos calmado que en los dos partidos anteriores, a Jorge Fossati se le vio muy gestual ante Argentina. Constantemente dando indicaciones y sufriendo en carne propia cada ataque albiceleste y los errores no forzados en salida o en los intentos peruanos por encontrar sociedades.
Cuando Fossati anota el 1-0, Fossati había enviando a calentar a Christian Cueva. El técnico estalla y luego comienza a caminar de un lado a otro, como desesperado, como intentando encontrar respuestas para un replanteo prolijo. El técnico, de pronto, se detiene y lleva las manos a la cintura. Al borde de la cancha, perplejo, intentando no darse por vencido y respirando profundo para dar encuentro a la inspiración antes de elegir sus cambios.
Ya en el 2-0 las manos pasaron de la cintura a la cabeza. No con desanimo ni a modo de rendirse, pero sí con mucha cólera y frustración que no encontraban salida en el juego de la Blanquirroja pese a los cambios. El penal fallido de Lautaro lo vivió con un desahogo mudo, que algo de calma le trajo al cuerpo aunque sea por unos pocos minutos.
Pitazo y reacciones
Perú siguió intentando sin suerte ni puntería. Un cabezazo de Zanelatto, que reventaría en el palo, despertó un poquito las esperanzas de un equipo frustrado y cansado de no encontrar el camino con acierto. Así hasta que llegó el pitazo final y entonces cada uno reaccionó a su manera.
Por un lado estuvo Paolo Guerrero, quien no tuvo reparos y apenas escuchó el pitazo final, partió raudo al camerino, sin cruzar palabra con nadie ni detenerse a pensar con resignación el campo. Solo empezó a caminar sin mirar a nadie ni mostrar ningún agradecimiento a los hinchas para no parar hasta desaparecer fuera de la cancha.
Christian Cueva, quizá por el cansancio propio del rigor del partido, o quizá por su forma de ser, optó por quedarse en el campo manos a la cintura. Como pensando qué hacer mientras que recuperaba el aliento. Sergio Peña, notoriamente más molesto, intentaba calmar su ira por el resultado. El resto de jugadores, en su mayoría, manos en la cintura, se miraban entre ellos intentando buscar respuestas a un resultado que solamente agudiza la crisis deportiva.
La impotencia, otra vez, superó a Perú.
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