Cuando en 1905 Albert Einstein compartió con el mundo su teoría de la relatividad especial, también nos reveló la que quizá sea la ecuación más conocida en la historia de la física:c². Ella nos demuestra de una manera muy simple que incluso una cantidad de masa muy pequeña puede llegar a liberar una cantidad gigantesca de energía. Para liberar esa cantidad de energía se requiere de una reacción en cadena, un proceso mediante el cual un evento inicial desencadena una serie de eventos sucesivos, cada uno de los cuales activa otros eventos similares, en un ciclo continuo. En la fisión nuclear, por ejemplo, un núcleo de uranio puede dividirse en dos núcleos más pequeños y liberar energía y neutrones. Estos neutrones liberados pueden a su vez chocar con otros núcleos de uranio provocando que se dividan y liberen más neutrones, generando de esa manera una reacción en cadena.
Así como el uranio o el plutonio tienen la capacidad de liberar energía, existen otros elementos como el boro o el cadmio que actúan de manera inversa, como absorbedores de neutrones y pueden detener una reacción en cadena.
Si bien años más tarde Einstein reveló que nunca pensó que su teoría podría ser la base para construir el arma más letal creada por el hombre, lo cierto es que los usos de su descubrimiento en campos como la generación de energías limpias o la tecnología nuclear utilizada en diagnósticos médicos como tomografías y en tratamientos contra el cáncer, han contribuido de manera enorme con la salud y bienestar de la humanidad.
¿Qué podríamos extrapolar de esta teoría en las organizaciones?
La innovación, la creatividad, las iniciativas para el desarrollo de productos y servicios, las ideas que contribuyen con la mejora de la productividad, etc., son la energía que las organizaciones necesitan para seguir creciendo, generando impacto y cumpliendo su propósito.
En la mayoría de las ocasiones, estas iniciativas parten de algún equipo en particular, pero incluso de alguna idea individual. Parten del núcleo de la organización: la persona. Dando los espacios necesarios en las organizaciones para que las personas planteen sus ideas, con confianza, con la posibilidad de equivocarse, reconociendo el esfuerzo y el trabajo, pueden crearse las condiciones para motivar a más personas y equipos a plantear más ideas y alternativas para enfrentar los nuevos retos.
Se puede crear así una reacción en cadena que, así como el uranio o el plutonio liberan una cantidad enorme de energía cuando esto ocurre, en el caso de las organizaciones, esta secuencia de eventos sucesivos tiene como resultado la creación de valor.
Pero cuidado con el boro o el cadmio… cuidado con aquellos que, a través de la falta de colaboración o desalineamiento con el propósito o los objetivos de la organización, actúen como absorbedores de la energía positiva creada por esta reacción en cadena. Estemos atentos, desde los procesos de reclutamiento hasta en la evaluación y ‘feedback’ continuo, para poder identificar al uranio y el plutonio, así como también rápidamente al cadmio y el boro en la organización.
En síntesis, a casi 120 años de publicada la fórmula de Einstein, además de su explicación y aplicación en el mundo de la física o la medicina, podemos ampliar su alcance y decir que un solo equipo o incluso una pequeña acción individual, con las condiciones correctas, puede llegar a generar una reacción en cadena positiva que genere un impacto enorme en la organización.
¿Y si extrapolamos esta teoría también a nuestro país?