Cuando uno creía que la incertidumbre había tocado su pico máximo y empezaría finalmente a caer, la semana pasada el flamante presidente Pedro Castillo dejó en claro que en el Perú siempre se puede aspirar a más. Así, no contento con llegar a la juramentación al cargo sin haber confirmado un solo integrante para su gabinete, procedió a postergar la presentación del Consejo de Ministros hasta el viernes y luego de nuevo la adelantó para el jueves.
El evento finalmente ocurrió la noche del 29 de julio con más de dos horas de atraso, sin permitir el acceso a la prensa más allá de los canales oficiales y con la vergonzosa ausencia de cabezas en las carteras de Economía y Justicia. Esto, en un gobierno que apenas un día antes prometía reactivar la economía y luchar contra la corrupción.
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Sumado a ello, si alguien esperaba encontrar prudencia en los nombres que finalmente acompañarán al mandatario, la esperanza duró muy poco. Ya no hablamos solo de un premier que considera democrático a Cuba, que es investigado por apología del terrorismo, que tiene audios con los Dinámicos del Centro, que promueve el indulto a Antauro Humala y que representa al lado más cerronista del Parlamento. También se ha sumado un equipo de personas sin mayores méritos conocidos para ocupar cargos de tan alta responsabilidad.
Con eso se diluyó rápidamente el efecto de tranquilidad en los mercados que podría traer Pedro Francke, quien finalmente decidió asumir la cartera de Economía el viernes por la noche. Más todavía si un día antes lo vimos salir de la primera ceremonia en el Teatro Nacional evitando a la prensa y sin querer participar en ella.
La sensación general que ha quedado, entonces, ha sido una de improvisación total en la que el gabinete pareció armado en las horas que el jefe de Estado hizo esperar al país entero. Desde un canciller admirador de Fidel Castro y a favor de las políticas aplicadas en Venezuela hasta ministros que no cuentan con experiencia alguna en los sectores que ahora lideran, la incertidumbre de lo que será el gobierno de Pedro Castillo empieza a disiparse y lo que se percibe no ha sido bueno.
Y es que el viernes se pudieron ver las primeras consecuencias de los nombramientos del presidente. Ese día el dólar abrió la sesión en su máximo histórico y cerró al alza en S/4,07 con su mayor crecimiento en una jornada del que se tenga registro en el siglo. Ni en el peor de los escenarios electorales la moneda estadounidense había estado tan cara con relación al sol. La responsabilidad de esto, por supuesto, es del Ejecutivo y su racimo de mensajes que aterran la confianza.
El mundo tampoco se ha quedado de brazos cruzados. La bolsa en Lima cerró el viernes con casi todos sus índices en rojo (menos el minero). El índice general retrocedió casi 6%. En Nueva York, las acciones de varias empresas peruanas también cayeron con fuerza. Y por si fuera poco, Citi bajó la recomendación para bonos peruanos en dólares tras la designación del gabinete.
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Además, desde la clasificadora de riesgo Moody’s consideran bastante difícil que el Perú pueda mantener la evaluación A3 que ha cuidado por más de una década. Esto último estaba avisado. Sus representantes habían adelantado que esperarían las primeras señales del gobierno para tomar una decisión.
Con esto, quizá la frase “no más pobres en un país rico” que el presidente repitió todos los días durante la campaña electoral jamás buscó concentrarse en la eliminación de la pobreza. Más bien, a lo que pareciera apuntar Pedro Castillo ahora es a borrar el rastro de lo que ha sido hasta ahora un país rico. Al menos así lo sugieren sus primeras acciones.
Despedida
Esta columna es la última que publico como editor de este semanario y de la sección de Economía de El Comercio. La decisión ha sido absolutamente personal para enfrentar nuevos retos profesionales. Dejo así un lugar que he considerado mi segunda casa desde que llegué a integrar el equipo de editorialistas allá por el 2015.
A El Comercio le debo muchísimas cosas, tanto a nivel personal como profesional, y creo que siempre marcará una parte fundamental en la historia de mi vida. Agradezco de corazón a los que me acompañaron en la aventura de convertirme en periodista (son demasiados como para poder nombrarlos en este espacio). Por suerte seguiré teniendo el honor de escribir en estas páginas, aunque ahora me tocará hacerlo como columnista en la sección de Opinión.
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