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El diablo en los Andes: entre los bailes y la negociación
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“Yo crecí escuchando a mi abuela decir que mi padre era el demonio”, dice el antropólogo e historiador Luis Millones, mientras recuerda una situación trágica de su infancia. “Nosotros vivíamos en un callejón de la calle Sandia, detrás del Palacio de Justicia —evoca—, éramos cuatro hermanos y mi padre por algún motivo que no comprendíamos nos abandonó. Entonces, sobrevivimos de alguna manera con mi madre y mi abuela. Ella venía de una comunidad de Áncash y había descubierto que mi padre era el demonio y hacía todos los conjuros posibles para que él no nos hiciera daño, mientras mi pobre madre vivía desconcertada”.
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Esta historia familiar puso a Millones desde niño frente a un personaje que, más allá de la tradición cristiana, le causaba fascinación e intriga. Con los años, cuando se hizo antropólogo e historiador, se interesó por estudiar la presencia de lo sobrenatural en los Andes y, por supuesto, la figura del demonio en el Nuevo Mundo, donde adquirió formas y representaciones diversas en danzas y relatos, en los que este ser encarnaba las fuerzas del mal, pero también podía ser torpe y festivo. Toda esta mitología es recogida ahora en El demonio y la cristianización en el Perú, un libro escrito en coautoría entre Millones y la educadora Renata Mayer.

Los grandes relatos
Desde la Alta Edad Media, la representación del demonio “asumió la figura de Pan, uno de los dioses griegos, que compartía en su cuerpo las formas de un ser humano y de un macho cabrío, coronando su cabeza con los cuernos del animal”, escriben Millones y Mayer. Esta es la imagen del diablo que llega al Nuevo Mundo. Aquí se difundieron, luego, la descripción del infierno realizada por Dante, y la gran batalla celestial entre Abdiel, el arcángel Miguel y el Hijo de Dios frente a las huestes de Lucifer descrita en El paraíso perdido, el poema épico de John Milton. “Ahí se explica cuidadosamente —comenta Millones— cómo es esta batalla y cómo el demonio cae en un espacio creado por su derrota que es el infierno. Pero la reacción del demonio es interesante, pues no renuncia a sus aspiraciones al cielo. Es como si dijera: ‘hemos perdido la batalla, pero no la guerra’”.
Para Millones y Mayer durante el proceso de evangelización de los indígenas, en el siglo XVI, la presencia del demonio resultó útil para infundir temor entre quienes no se bautizaban ni hacían suyo el nuevo credo. “La evangelización se explicó desde el punto de vista del clero —dice Millones—, entonces, este apuntó a una religión que definía el bien con Cristo, esa era la novedad, y el mal con el demonio, por lo que todo culto no cristiano estaba condenado al infierno. De esta manera, se creó todo un vocabulario para sepultar aquello que era ajeno al catolicismo, pero esto se hizo también porque el clero no conocía cómo eran los cultos indígenas, algo que recién se empezó a investigar en el siglo XX”.

Intercambio de favores
Sin embargo, esa idea del bien y del mal como elementos en pugna e irreconciliables nunca terminó de cuajar en esta parte del mundo. Por el contrario, aquí todo pasa por el camino de la negociación. “En la sociedad andina, la voluntad inmediata es el intercambio de favores —afirma Millones—. O sea, si un dios no te está respondiendo, tú puedes hacerle fiestas, sacrificios de animales, quema de alimentos, lo que fuera, para lograr su atención. Igual sucede con el mal… Todavía si uno va a una comunidad rural, la relación con Dios y con el diablo siempre se negocia, todo se arregla mediante un pago de servicios, siempre uno puede ofrecer algo a un santo, a un cerro, a una huaca, como un intercambio”.
En esa lógica, la figura del purgatorio (el sitio pasajero donde los pecados se negocian y pueden perdonarse) resultó más atractiva que la candente y eterna imagen del infierno. Cuenta Millones que alguna vez visitó el cementerio de Eten, en Lambayeque, y se sorprendió del nombre que le habían puesto: “El Purgatorio”.
“¿A quién se le ocurrió la idea?”, preguntó. “Es lo más lógico —le respondió el alcalde—. Cuando nosotros morimos nos vamos al purgatorio, ahí cumplimos nuestra pena y después nos perdonamos y nos vamos al cielo”.

El honor de ser diablico
Ya sea en Túcume, Paucartambo o Puno el diablo siempre baila en el Perú. Es un personaje importante de las danzas como encarnación coreográfica y festiva de esos pecados que deben ser redimidos y perdonados por la fe. “Para la gente en Túcume es un honor ser diablico —afirma Renata Mayer, coautora del libro—, todos quieren ser diablicos, incluso los niños, y en Colán todos quieren ser moros”.
“¿Por qué ocurre esto?”, le preguntamos.
“Porque es la única forma —responde— en la que la gente puede hacer un sacrificio. Este consiste en disfrazarse de diablico y representar algunos de los siete pecados para recibir, durante las fiestas, golpes y burlas. Eso no les importa, porque saben que luego podrán pedir el perdón de la Virgen”.

Estos diablos ya no inspiran temor, sino se parecen más a los personajes de las historias españolas del Siglo de Oro, como El diablo cojuelo, en las que el demonio es objeto de burla por haber quedado maltrecho, tras haber perdido la batalla celestial. Entonces, se vuelve terrenal y cercano para amplios sectores populares.
Al Infierno en mototaxi
¿Pero cuál es la imagen del infierno en los pueblos del Perú? Un buena respuesta es lo que sucede en Mórrope, Lambayeque. Ahí, la única manera de llegar al infierno es en mototaxi. El trayecto demora 45 minutos. El único problema es que nadie quiere ir por lo solitario y alejado del lugar.
Como parte de su trabajo de campo en la costa norte peruana, Mayer y Millones escucharon a los curanderos mencionar la historia de este sitio, conocido como el Infierno o Casagrande, donde alguna vez se reunían los brujos maleros que servían al demonio. Después de varios intentos, ambos investigadores lograron convencer a un mototaxista para hacer el recorrido por una buena propina. “Otra vez la negociación”, sonríe Millones.
Renata Mayer interviene en el diálogo y describe al Infierno como una enorme y caliente pampa perdida en el desierto. “Tu sales del valle —dice— y lo único que ves son estas arenas infinitas que forman innumerables dunas. La gente cuenta que todo el que pasaba por ahí, después de las seis de la tarde, era tragado por un encanto, y se quedaba atrapado en el lugar, en una especie de ciudad colonial, cuyo centro era la casa grande de un hacendado”.
Título: El demonio y la cristianización en el Perú
Autores: Luis Millones, Renata Mayer
Editorial: Universidad César Vallejo
Páginas: 170
La explicación de los lugareños es que en este lugar había también una gran huaca que apuntaba hacia el pueblo, por lo que alguna vez se reunieron los mejores curanderos de Mórrope para hacer una sesión y voltear la boca de la huaca hacia el mar. “Desde ese momento, dicen, el Infierno ya no molesta a la gente, pero igual nadie quiere pasar por ahí”, agrega Mayer.
Incluso se cuenta que, a una gran distancia, por las noches, aún pueden verse las luces y oírse los ruidos de esta ciudad fantasma poblada por los demonios y sus cautivos. Por la descripción de este sitio, Mayer hace la asociación y concluye: “quizás para la gente de Mórrope el infierno era la colonia”.
Algo que contrasta con la opinión de los españoles del siglo XVI, para quienes el demonio se escondía más bien en los cultos de los antiguos que ellos identificaban como gentiles, es decir la humanidad nacida antes del conocimiento de los Evangelios. Estos gentiles viven en el imaginario andino como condenados que vagan por la Tierra a la búsqueda de algún tipo de redención, en un mundo donde todo se negocia.
Más allá de los textos bíblicos, el demonio ha inspirado dramas universales como Fausto, de Goethe, sobre la vieja fantasía del hombre que vende su alma al diablo para que este cumpla sus deseos, pero también estudios históricos y sociales. En este último campo, destaca Historia del diablo. Siglos XII-XX, de Robert Muchembled (Fondo de Cultura Económica): un estudio completo sobre la configuración del demonio, desde la Edad Media y sus múltiples metamorfosis hasta épocas contemporáneas, cuando este es asediado por el cómic, la música, la publicidad y el cine. También pueden mencionarse Satanás: una biografía no autorizada, de Salvador Hurtado (Editorial Morgana), que explora en la naturaleza del mal desde épocas antiguas y El diablo en sus infiernos, de María Jesús Zamora (Abada editores), que reúne ensayos sobre la inquisición, las brujas, el demonio y la hechicería.
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