Xena es una joven gallinazo de plumas negras y brillantes, como tinta china. La bautizaron así en homenaje a la Princesa Guerrera, aquella heroína de la televisión de los años noventa. Pero, a diferencia del carácter díscolo de la justiciera, esta Xena es más bien mansa, se apresura en corregir Letty Salinas, jefa del Departamento de Ornitología del Museo de Historia Natural de la Universidad de San Marcos, mientras le acaricia la cabeza calva y el rostro rugoso y agrietado. “A mí me gustan todas las aves, pero los gallinazos me han robado el corazón”, dice Salinas sosteniendo a Xena, que desde hace unos meses es estudiada por el departamento que la especialista dirige. “Son hábiles, inteligentes, observadores, parecieran saberlo casi todo”, explica la ornitóloga, quien, desde hace dos años y junto a su esposo —César Arana, coordinador de la división de Ecología del mismo museo—, se embarcó en la tarea de revalorar esta ave que por carroñera y luctuosa, o por dar de brincos entre la basura genera rechazo más que aprecio; espanto más que simpatía, aun cuando se luce en el mismísimo escudo de la ciudad. Una paradoja. “Mucha gente tiene la idea de que el gallinazo es un ave de mal agüero, que donde está es porque huele a muerto o hay enfermos o alguien va a morir, y no es así”, dice Salinas, enfática, sobre esta ave que mira a la otrora Ciudad de los Reyes desde los cielos, como dominándola. Tiene razón. Los gallinazos se encuentran en Lima desde antes que se llamara Lima y son parte de nosotros desde antes que nosotros llegáramos aquí. Son útiles para el ecosistema: devoran los desechos que nos empeñamos en arrojar sin pudor a los ríos o al océano. Son el primer sanitario natural del país, un símbolo de la capital que, si bien es menos valorada que una paloma, cumple una función vital: la de un reciclador incomprendido. César Arana explica que los gallinazos habitan esta ciudad desde antes de la Colonia. En el oráculo de Pachacámac, los sacerdotes los alimentaban con cestas de pescado y los tenían bien considerados pues limpiaban el santuario de los desechos que dejaban quienes hacían su peregrinaje a ese lugar. “Eran los únicos que mantenían limpia la ciudad; en ese entonces, eran más valorados que ahora”, dice el experto sobre este animal que mide en promedio unos 70 centímetros, no supera el kilo y medio de peso y es parte de los 1.845 tipos de aves que hay en nuestro país.
***En el blog “Lima la única”, dedicado a recoger la historia de la capital, recuerdan que Garcilaso de la Vega también apreciaba la tarea de esta ave de plumaje negro y graznido aterrador: “Los gallinazos no eran de comer carne ni otro provecho alguno, sino de limpiar las calles de las inmundicias que en ellas se echaban”. El escritor pisqueño Abraham Valdelomar también se refirió a él en su “Ensayo sobre la psicología del gallinazo”, de 1917, y lo calificó como el primer concepto social de la higiene pública en el Perú y quizá en el mundo pues disfruta —con sus pequeños ojos vivaces y su frente estrecha— el andar en medio de los zapatos viejos, platos rotos, bolsas de plástico, latas, jarras y huesos de palta. “La ignorancia hacía que le tuviéramos rechazo. No es una mascota, pues, ni genera ternura por su apariencia dura. La percepción generalizada es que está en las últimas de las querencias… pero eso está cambiando”, dice Mariano Castro, viceministro de Gestión Ambiental del Ministerio del Ambiente, quien toma la palabra sobre una campaña que se viene viralizando en las redes sociales: Gallinazo Avisa, un proyecto creado para detectar los focos de basura en Lima y llamar la atención de quienes la producen. Para ello han empleado diez de estas aves y les han instalado un GPS y una cámara GoPro para ir registrando los botaderos de la ciudad. Esta información es subida a mapas virtuales de los desechos de la capital en su página web (www.gallinazoavisa.pe). “El gallinazo avisa desde el aire dónde se encuentran concentrados los desperdicios para que nosotros actuemos en tierra, no botando basura o recogiéndola. Hay que reconocer al gallinazo, ya que se convierte en la consciencia sanitaria de la ciudad”, dice el viceministro Castro. Y no le falta razón: el común de las personas disfruta del andar torpe de un pelícano en una hermosa playa, se sorprende con la majestuosidad del cóndor, alimenta a las palomas que causan virus y defecan en las plazas, pero repelen a los gallinazos que se posan en las azoteas. Preferimos recordar que estas aves son una amenaza para la aviación comercial pues son capaces de volar altísimo y que, en la literatura de Julio Ramón Ribeyro o Sebastián Salazar Bondy, son usados como símbolos de una ciudad decadente, de una Lima empobrecida, violenta, sin valores y mugrosa.
***“Me interesa reivindicar al gallinazo y creo que debería ser el personaje insignia de la ciudad de Lima”, dice Cristina Planas, artista que hace un año diseñó, creó y colocó cinco cabezas de gallinazos de dos metros de alto sobre las palmeras muertas de los Pantanos de Villa, y luego hizo lo mismo junto a la laguna del Museo de Arte Contemporáneo de Barranco, en el marco de la COP 20. Su propuesta generó escozor entre las personas que no entendían cómo podía darle protagonismo a un animal tan feo y lleno de verrugas. “Algunos me decían: ‘por qué mejor no haces arte con las garzas reales que son tan hermosas’”, cuenta Planas, quien respondía que prefería usar al gallinazo para llamar la atención sobre su rol en un contexto de cambio climático. “Hay algo en esta ave que todos queremos reivindicar pero no nos atrevemos”, dice Planas. “El gallinazo —sigue— tiene mucho de limeño, de peruano, de sobreviviente. Yo no lo encuentro feo, me encanta su vuelo, me parece majestuoso cómo planea, me gusta su color negro”. Además, la artista usa la figura del gallinazo como un símbolo de valor, de ética, hasta de superioridad moral. “Los gallinazos comen basura. Si pensamos que la basura es la falta de valores y la corrupción, entonces los gallinazos son capaces de comerse esa falta de valores y esa corrupción”, explica. Y puede ser cierto. Coincide César Arana, quien entusiasmado afirma que nuestro reciclador natural es también comparable con el ave Fénix “porque de la materia muerta crea su propia vida”. Pero, para acabar con toda esa inmundicia, el número de gallinazos en Lima es escaso. Según la investigación que vienen realizando en el Museo de Historia Natural, en la actualidad deben existir unos dos mil en la capital. La mayor cantidad estaría en el Cercado y en la Costa Verde, en lugares como en el malecón Cisneros o la playa Marbella. Pero también se observan en las torres de la Catedral de Lima, donde anidan; en los árboles del Museo de la Santa Inquisición, donde reposan; en los bordes del río Rímac, donde se alimentan; o en la Ermita de Barranco, donde observan el océano y son observados por los turistas. El gallinazo espanta y encanta a la vez, como la propia Lima. Censar a los gallinazos es complicado, los captan atrayéndolos con carroña y luego les colocan un número en el ala derecha. Para ello usan hasta cinco métodos que reducen los fallos en la investigación. “No se sabe si hay más o menos gallinazos que antes, eso lo determinaremos pronto”, explica Letty Salinas, quien le ha colocado la numeración a Xena, su gallinazo de estudio. Lleva un 326 de un color amarillo que resulta llamativo sobre su plumaje. “El ciudadano puede llegar a sentir simpatía por un ave que antes no era bien vista. Salinas adelanta que pronto aparecerán más estudios sobre los gallinazos, pues la investigación que tiene a cargo es la única hasta el momento, así como más libros donde estas aves heráldicas serán los protagonistas que ayudarán a sensibilizar en la tarea de cuidar el medio ambiente.