He manifestado muchas veces que soy autodidacta, hecho que influye en mis remembranzas y las hace más personales. Sin embargo, puedo decir que los años de aprendizaje los viví en los claustros sanmarquinos. Mi condición no me obligaba a nada, podía asistir a los cursos que más me interesaban. No daba exámenes, pero a pesar de estas ventajas añoraba dejar de ser una alumna libre y hubiera preferido estar atada a horarios y deberes. Solo con los años he comprendido y valorado mi situación y mi libertad de aquel entonces, al no tener que asistir a cursos obligatorios.
Me veo en la situación de explicar por qué no podía ingresar normalmente a la universidad: por no poseer los certificados que acreditaban siquiera haber aprendido a leer. Había pasado la mayor parte de mi niñez y juventud en Europa y mi padre, con cierta despreocupación, no conservó los papelitos necesarios. ¿Acaso una hija tenía que estudiar? ¿El matrimonio no era la meta de toda joven?
Me faltaban los certificados de educación media porque la primaria la pasé en el campo, con profesores, situación bastante aburrida que me era imposible acreditar. Al momento de rescatar de los colegios los necesarios certificados, el estado del mundo era un caos, no se podía obtener nada de Europa, no existía ningún tipo de correspondencia ni de comunicación. El colegio inglés donde cursé dos años se situaba sobre los acantilados de Brighton y se había convertido en un cuartel para los soldados de la defensa de la costa británica. Bruselas sufría la ocupación alemana.
Me perdonarán esta digresión para explicar mi situación y el no poder ingresar a San Marcos; fui una alumna marginal, situación que me dolía profundamente.
Por esos años, grandes e ilustres maestros dictaban cursos en el Patio de Letras, como Raúl Porras Barrenechea, Luis Valcárcel, Julio C. Tello y otros. Para mi buena suerte conocí a Porras y se interesó en mis investigaciones. No solamente apoyó mi proyecto de escribir una biografía del inca Pachacutec, sino que con su profunda vocación de maestro me orientó y enseñó cómo investigar historia, cómo fichar, y me suministró la bibliografía necesaria. Además, me consiguió la autorización para ser alumna libre en San Marcos y el acceso a la biblioteca central.
Así un día, tímidamente y con gran respeto, me asomé por primera vez a la universidad. El aula donde hablaría el maestro estaba colmada y los alumnos se apiñaban. Con dificultad me hice un sitio, nadie quería perderse ni una palabra del curso. Brillantes eran las charlas de Porras, los sucesos de la conquista eran repasados con erudición y ante la expectante audiencia desfilaban los galeones, los soldados con sus yelmos, arcabuces y alabardas. Imaginábamos la llegada de Pizarro en su tercer viaje a Tumbes y su sorpresa al hallar la ciudad en ruinas y quemada después de la derrota naval que sufrió Atahualpa ante el empuje del curaca de la isla Puná, partidario de Huáscar.
En otras ocasiones Porras Barrenechea explicaba el valor de cada crónica y analizaba la veracidad de sus autores. Distintas eran las conferencias de Arqueología del Dr. Julio C. Tello, ellas tenían lugar a las siete de la mañana y era una carrera para llegar a tiempo a San Marcos. Primero había que tomar el ‘urbanito’, un pequeño bus un tanto destartalado, atestado de gente, que después de dar mil vueltas por el ‘balneario’ permitía tomar el tranvía hasta el Centro de Lima. Mis salidas tan matutinas de la casa disgustaban a mi marido y a mi hija, y ambos se confabulaban en sus protestas.
No menos interesantes eran las charlas del Dr. Luis Valcárcel sobre Etnohistoria; fue él quien acuñó el término para designar el estudio del pasado andino por ser el pueblo del Ande su tema principal de estudio. Las noticias y la investigación giraban en torno al hombre y a los grupos étnicos. El doctor hablaba sobre el Cusco, sus soberanos, los episodios conocidos de su historia; sus palabras me obligaron a desear viajar a la capital del Tahuantinsuyu, y recuerdo el impacto que me produjo su primera visión. Quedé deslumbrada por su belleza, su luminosidad y los colores de su campiña. El Cusco se volvió un recuerdo inolvidable.
Un importante acontecimiento en San Marcos fue el Primer Congreso Internacional de Peruanistas, organizado por el doctor Porras Barrenechea, director del Instituto de Historia de la Facultad de Letras, con ocasión de celebrarse, el 12 de mayo de 1951, el IV Centenario de su fundación por Cédula Real de Carlos V y de la Reina Madre Doña Juana.
En respuesta a la convocatoria acudieron eminencias, profesores y alumnos nacionales y extranjeros de las especialidades de Historia, Arqueología, Etnología, Arte y Folclore.
Por entonces había terminado la primera versión de la biografía de Pachacutec Inca Yupanqui, y Porras me pidió presentar una ponencia sobre un capítulo que trataba de las sucesiones inca por encontrarlo novedoso. Aquello fue mi debut, y por supuesto estaba aterrada de hablar ante destacadas personalidades. Recuerdo que Wendell Benett se percató de mi angustia y me tranquilizó con palabras de aliento.
Para terminar estas cortas notas sobre mis recuerdos —no en vano pasan los años— añadiré que al no haber sido una alumna en situación normal, ni haber enseñado en San Marcos, no tuve la oportunidad de ver los defectos que otros pudieron sufrir […]. Para mí San Marcos representaba un ideal, un centro de sapiencia.
*Texto entregado a la biblioteca del IEP.