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De la hazaña a la agonía: las últimas horas de Jorge Chávez
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Su Bleriot despegó de Suiza a la 1:29 de la tarde del 23 de setiembre de 1910. Jorge Chávez asciende derecho, vira y se mantuvo sobre el gran glaciar Aletsch. Se dirigió en línea recta hacia el paso del Simplón elevándose hasta los 2.500 metros. Pasa sobre el temible valle del Gondo, mientras que en Domodossola, la primera población italiana al otro lado de los Alpes, lo esperan agitando banderas.
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Para El Comercio, el periodista italiano Luigi Barzini describe su hazaña: saliendo de la garganta del valle, se perfila la pequeña silueta del Bleriot. El motor aumenta su velocidad y hace un ruido que el cronista compara con el de una locomotora. El aviador franco-peruano intenta descender, pero la inclinación del monoplano es preocupante. Ante el estupor general, el frágil avión se estrella contra el suelo. El público corre al lugar del accidente y encuentra a Chávez bajo los escombros. “Su cara está transformada en una máscara sanguinolenta. ¡Mi pierna, mi pierna!, dice con voz débil”, cuenta. Chávez pide agua y un desconocido se la entrega en un sombrero tras recogerla de un arroyo cercano. Un médico lava su rostro herido. Una dama ofrece su pañuelo para vendar sus heridas a la vista.
Conducido al hospital San Biagio, en Domodossola, Chávez fue recibido por el médico de servicio, el doctor Simons. El primer boletín sobre su salud detalla contusiones múltiples en todo el cuerpo, fractura del fémur y rotura de ambas piernas.
El 24 de setiembre, a la mañana siguiente del accidente, Barzini describe el estado de Chávez como “satisfactorio”. Telegramas llegaban de todas partes para dar testimonio de admiración, mientras que un centenar de personas se congregaban a las puertas del hospital.
El aviador se encontraba lúcido. Aunque con voz débil, pudo relatarle a Barzini su travesía: “Es terrible. Haber tenido que detenerme a causa de un accidente insignificante, después de vencida la parte más difícil”, se lamenta Chávez. “Pasado el Simplón, tuve que luchar con un viento muy fuerte. Creía encontrarme en la antesala del infierno. Me di cuenta de que no me encontraba a suficiente altura y que podía estrellarme. Para elevarme, me fue preciso describir una gran espiral, tarea muy fatigosa debido al viento”, dice.
“Cuando alcancé el valle del Gondo, avisté Domodossola, que parecía un simple punto. Mi aparato corría a toda velocidad, y era necesario descender. Vi a la muchedumbre y oí sus exclamaciones. La velocidad debe haber sido fabulosa. De lo demás no me acuerdo nada. Debo haber maniobrado constantemente. El viento soplaba en ráfagas. Subía y bajaba. De golpe, en el valle encontré una atmósfera tranquila. Había llegado. Descendí. El accidente me sorprendió, las alas se rompieron”, recordaba el piloto.
— La caída y el éxtasis —
En los días siguientes, el estado de salud de Chávez se agrava. Barzini es testigo de su agonía: “El rostro del moribundo reflejaba ya el color de la muerte. Agita su hermosa cabeza buscando el aire”, escribe. En la habitación del hospital, lo acompañan sus amigos, su hermano Juan y su novia, “que sentada con el rostro entre las manos, comprime el llanto”. A las tres de la tarde del 27 de setiembre, el héroe de los Alpes muere. Según Barzini, 45 minutos antes, había comenzado a delirar: “La altitud, la altitud”, decía de improviso, articulando con fatiga las palabras. Después de un largo silencio, Chávez balbucea: “El motor... el motor... tengo que descender”. Por fin, pronuncia un postrero “No, no, no me muero”. Las graves fracturas en las piernas habían producido una hemorragia masiva.
¿Cuál fue la razón de su accidente? Chávez era un piloto admirable, por lo que un error humano es una posibilidad remota. Se cree que un tensor del Bleriot cedió, lo que replegó una de las alas y lo precipitó a tierra. No quedó un solo pedazo de la nave intacto. Los fragmentos fueron llevados a la estación de Domodossola para de allí ser remitidos a París. De la hélice no quedó rastro: sus pedazos fueron recogidos por los testigos del accidente, deseosos de conservar un recuerdo de aquel acontecimiento, triunfal y trágico a la vez.







