“Sin música la vida sería un error”, decía Nietzsche. El tema es inagotable, así es que solo lo abordaré desde la orilla, sin pretender hacer un playlist ni mucho menos. Hay tantas canciones icónicas escritas en momentos históricos decisivos para la humanidad que es bueno recordar que están siempre ahí, como un soundtrack de la realidad, ya sea para denunciarla, celebrarla o aliviarnos. Y además nos confronta con el hecho de que el pasado no ha pasado todavía, y que algunas melodías le dan sentido al caos y belleza a la desesperanza. Cómo olvidar “Lili Marleen”, por citar solo una, que transitó por las dos guerras mundiales alcanzando siempre diversos significados y versiones. Aunque para mí conserva el espíritu del soldado y poeta Hans Leip, que escribió desde las trincheras la letra original, dirigida a su novia: “Desde el espacio silencioso / Desde el nivel del suelo / Me elevan como en un sueño / tus adorables labios. / Cuando la niebla nocturna se arremoline / yo estaré en la farola / Como antes, Lili Marleen”.
En un maravilloso artículo de Maria Popova sobre el “Himno a la alegría” de Beethoven, esa obra maestra coral que cierra su Novena Sinfonía, la última que escribió el genio alemán (e incorpora la letra del famoso poema “Oda a la alegría” de Schiller), se evidencia lo que todos sabemos, que el tiempo no ha hecho sino engrandecer su legado. “Walt Withman la celebraba como la más profunda expresión de la naturaleza humana. Hellen Keller la ‘escuchó’ con sus manos presionadas sobre los parlantes de la radio y comprendió el significado de la música. Manifestantes chilenos la coreaban mientras contribuían a terminar con la dictadura de Pinochet. Músicos japoneses la interpretaron luego del terremoto y tsunami en Tohoku y Leonard Bernstein dirigió a un grupo de músicos que habían vivido a ambos lados del muro de Berlín en un concierto realizado el día de Navidad que conmemoraba el vigésimo aniversario de su caída”. La Novena Sinfonía fue estrenada en Viena, en 1824, dirigida por el austriaco Michael Umlauf, acompañado del propio Beethoven, incapaz de oír absolutamente nada. Un milagro imposible de imaginar. El músico falleció en 1827, a los 57 años, sin poder escuchar tampoco los estruendosos aplausos que dejaba tras de sí.
Se puede rastrear canciones que se convirtieron en símbolos de una época y que han sido revaloradas o resignificadas con el paso del tiempo. Un caso emblemático es el de “Bella ciao”, una canción popular italiana que fue adoptada como un himno de la resistencia antifascista. Esta volvió a sonar fuertemente en otro contexto: hace un par de años fue parte del soundtrack de la exitosa serie española “La casa de papel”. ¿Perdió su valioso significado? ¿Adquirió uno nuevo? ¿Fue revalorada como himno antifascista en un contexto donde los conservadurismos avanzan? El debate al respecto aún no ha concluido.
Cambalache
No quisiera hacer “ruido” con este vocablo luego de hablar de la Novena Sinfonía, pero como decía Toño Cisneros, “No había más remedio que saltar a la Tierra”. Aunque la palabra cambalache quizás suene disonante, bajemos de las altas esferas para citar un par de ejemplos de lo terrenal y “escuchemos” lo que ocurría en el siglo XX. En este caso, “Cambalache”, un tango emblemático compuesto por el genial Enrique Santos Discépolo, que se estrenó en 1934 en el teatro Maipo de Buenos Aires. Tres años después se convocaron en Argentina elecciones presidenciales, luego de lo que se consideró el final de la llamada Década Infame.
“Cambalache” podría haber sido escrita ayer: “Pero que el siglo XX es un despliegue de maldad insolente ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos… ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! Es lo mismo el que trabaja noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley.” Apuesto a que nos suena familiar.
Si bien estamos atravesando por uno de los peores momentos de nuestra historia republicana, la música siempre tendrá la capacidad de encender las luces y sombras de las circunstancias, aunque sea por un momento fugaz. Y en muchos casos, perdurará para siempre. Pero no solo para regocijarnos, sino también para expresar rebeldía, bronca o aflicción.
¿De qué se ríe?
Otra muestra desde la orilla del siglo XX es esta canción que toma la letra de un poema de Mario Benedetti, también conocido como “Seré curioso” y que cobra hoy una vigencia irresistible de mencionar.
“En una exacta foto del diario, señor ministro del imposible, vi en pleno gozo y en plena euforia y en plena risa su rostro simple. Seré curiosa, señor ministro, ¿de qué se ríe? Tienen sus hijos ojos de mando, pero otros tienen mirada triste… Ustedes, duros con nuestra gente, por qué con otros son tan serviles… Cómo traicionan, usted y los otros, los adulones y los seniles… Después de todo usted es el palo mayor de un barco que se va a pique. Por eso digo, señor ministro, ¿de qué se ríe?”.
Esta canción fue interpretada como su sello distintivo por la exuberante Nacha Guevara (Mar del Plata, 1940), que ha sido siempre una fuerza desatada de la naturaleza. Actriz, cantante, directora, alzó la voz durante toda su carrera burlándose de casi todo lo importante con gran seriedad y levantando polvaredas y comentarios de todo tipo. Según ella, “la mayoría fueron un invento”.
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