
En una entrevista para el diario La Nación, Arturo Pérez-Reverte se ha declarado un hombre feliz. Lo dice por ser testigo del derrumbe de su mundo, la cultura occidental. Según afirma hoy Europa es “una porquería” y “una piltrafa”, que sirve solo como un parque temático. En este hundimiento del Titanic, la orquesta todavía toca y puede verse alguna pareja que baila. Por lo demás, lo único que queda de Europa es el escenario donde van los turistas a tomarse un selfie en el Vaticano o en el acueducto de Segovia.
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Entre las formas de esa cultura que no volverán, el escritor español incluye la amabilidad. Esas frases de interconexión (“buenos días”, “buenas tardes”, “¿lo puedo ayudar en algo?”) han desaparecido para siempre. Eran señales que nos hacíamos los habitantes de una comunidad para afianzar una unión. Hoy los intercambios son rápidos y cortos, con demandas y pedidos urgentes.
Aunque Pérez Reverte seguramente exagera, tiene algo de razón. Europa es un universo lleno de contrastes que conquistó y destruyó territorios en otros continentes. Sin embargo también enarboló las banderas de la solidaridad y el respeto mutuo cuyos lemas más famosos fueron los de la Revolución Francesa. Después de la Segunda Guerra Mundial, Europa y también Estados Unidos (con lideres como Adenauer y De Gaulle) defendieron la democracia como un modo de convivencia dentro del respeto y la atención a necesidades comunes. Esa democracia estaba basada en la convivencia libre y en un sistema de poderes dividido (herencia de la antigua Roma). Hoy, en cambio, todas las encuestas afirman el deterioro de la democracia. No es casual que aparezcan tantos caudillos que han ganado elecciones y siguen gobernando en todo el mundo (hace poco uno de más radicales ganó la primera vuelta en Rumania). Esa situación política es una expresión de nuestra vida cotidiana. En el universo digital de hoy, el tiempo es más veloz. Lo único que importa es la gratificación inmediata. Los alumnos de las universidades en muchos países escriben sus trabajos con la ayuda fulminante de la Inteligencia Artificial. Esos investigadores que se sentaban a trabajar con esfuerzo y paciencia pueden pasar a la historia.
Por supuesto que la Inteligencia Artificial y las tecnologías tienen sus ventajas. Como bien dice Pérez-Reverte no hay que tener tristeza en despedir el mundo que se termina. Estamos cumpliendo el ciclo de la historia. ¿Pero tenemos idea del universo en el que estamos ingresando?
Hace unos días, el siete de mayo, se recordó el fin de la Segunda Guerra Mundial. Han pasado ochenta años desde que en un colegio en Reims, Francia, se firmó la rendición incondicional de los nazis. Y aún así, hoy los códigos del racismo y la discriminación se han activado bajo numerosas formas.
Algunos síntomas del mundo que empieza pueden ser la difusión rampante de la vulgaridad, del humor idiota y de la violencia. A la violencia de las mentes corresponde la de los cuerpos. En el Perú las hordas de criminales siguen imparables, como se ha demostrado en Pataz. Países como Haití están tomados por los delincuentes. Tenemos guerras en Ucrania, en el Gaza y ahora en Pakistán. El deterioro del medio ambiente sigue su curso. Uno piensa en todos los títulos latinoamericanos que nos lo anunciaron: “La guerra del fin del mundo”, “El Llano en llamas”, “Cien años de Soledad”. Esos libros ya lo sabían todo. Pero también nos enseñaron que la esperanza nunca desaparece.






