En los últimos capítulos de Código fuente, Bill Gates cuenta sin complacencias sus años en Harvard, sus diferencias y afinidades con Paul Allen, así como el vertiginoso nacimiento de Microsoft. (Foto: EFE)
En los últimos capítulos de Código fuente, Bill Gates cuenta sin complacencias sus años en Harvard, sus diferencias y afinidades con Paul Allen, así como el vertiginoso nacimiento de Microsoft. (Foto: EFE)
Jorge Paredes Laos

Mucho antes de que Elon Musk acaparara todas las miradas, estaba . Él era el sinónimo de magnate tecnológico, el cerebro detrás de Microsoft, el genio precoz que había cambiado el mundo con la revolución del software y las computadoras personales, alguien que había visto el futuro antes que nadie. Ahora, a pocos meses de cumplir 70 años, con una imagen más reposada y proverbial —parece que prefiere la palabra filántropo a la de empresario—, Bill Gates ha publicado la autobiografía de sus primeros años, cuando era un niño flaquito y de voz aflautada, cuyos mayores desafíos eran las excursiones por las montañas cercanas a Seattle, con un grupo de niños scouts más fuertes y altos que él, y poder ganarle una partida de cartas a su imbatible abuela materna. Dos desafíos que despertaron su espíritu analítico y competitivo, y lo prepararon para lo que vendría después.

En Código fuente (Plaza & Janés), Gates recuerda: “Yo tenía unos ocho años cuando atisbé por primera vez cómo lo hacía (…). Estamos jugando al pounce, una especie de solitario que se juega en grupo y a un ritmo veloz. Un ganador asiduo de pounce puede llevar la cuenta de las cartas que tiene en la mano, las que están en los montones de cada jugador y las que están en los montones comunes que se encuentran en la mesa. Hace que te desarrollen una fuerte memoria funcional y la capacidad de establecer patrones para reconocer al instante que una carta que aparece en la mesa te sirve para las que tienes en la mano (…). Estoy mirando mis cartas y mi mente trabaja a toda velocidad para encontrar las que pueden venirme bien”.

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Cinco años después, en el otoño de 1968, ese mismo muchacho estaba en una escuela elitista de Seattle, sentado frente a un rudimentario terminal de computadora, que se conectaba a una central mediante un teletipo, pensando de qué manera podía crear un código de programación para solucionar simples operaciones matemáticas o un juego de tres en raya.

En la escuela de Lakeside, Gates conocerá no solo a Paul Allen, el chico dos años mayor con quien fundaría Microsoft en 1975, sino también a Kent Evans, su alma gemela de aquellos tiempos de colegio. Si Bill era analítico y retraído, Kent era más resuelto, y pensaba en cómo sacar utilidad a los sistemas de programación con los que entonces jugaban y que para la mayoría de estudiantes, incluidos muchos de sus profesores, eran solo una rareza de chicos frikis, algo disfuncionales, que pasaban horas encerrados en un laboratorio.

Las proezas que Paul, Kent y Bill tuvieron que realizar para conseguir el acceso a computadoras, que a inicios de los años 70 eran servicios escasos y caros, ocupan varias páginas del libro. A estas dificultades se suman los desencuentros de Bill con su madre, quien se lamentaba que, más allá de las matemáticas, su hijo no mostrara mayor interés por los estudios. A mitad de la secundaria, Bill entendió que para calmar los ánimos debía mejorar sus calificaciones, y así lo hizo.

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Eso lo llevó a ganar independencia y respeto, y con Kent imaginaban un futuro promisorio. Esperaban, por ejemplo, crear un programa que sincronizara los semáforos de Seattle para ordenar el tráfico, pero la tragedia irrumpió en sus caminos. La repentina muerte de su amigo, hizo entrar a Bill de golpe en la vida adulta.

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En los últimos capítulos de Código fuente, Gates cuenta sin complacencias sus años en Harvard, sus diferencias y afinidades con Paul Allen, así como el vertiginoso nacimiento de Microsoft en un tiempo en que la computación dejaba de ser un secreto militar y despertaba el interés de aficionados a la electrónica, de melenudos universitarios y hippies de la costa Oeste de Estados Unidos.

La aparición de los chips de Intel los llevó a creer que era posible la masificación de computadoras cada vez más pequeñas y baratas. Paul apostaba por crear un procesador innovador, pero Bill creía en el boom del software. Cuenta que, durante una cena, le dijo a Paul: “El desarrollo de un software implicaba solamente capacidad intelectual y tiempo. Y es lo que sabemos hacer (…). Incluso podríamos ser los pioneros”.

En una tarde de nieve, de diciembre de 1974, eso empezó a hacerse realidad. La revista Popular Electronics anunció en su portada la inminente salida del “primer equipo de minicomputadora del mundo”, que podía fabricarse con menos de 400 dólares. Era el Altair 8800 que usaba el último chip de Intel. El artículo abundaba en detalles, pero no decía nada del software. La sospecha de Bill era que no lo tenía. Esa era la oportunidad que esperaban. El gran obstáculo era que ellos no contaban con el chip ni con el Altair para escribir un programa a medida.

Bill cuenta que, en las vacaciones de Navidad, Paul consiguió crear un simulador del chip y comenzaron a trabajar, a hurtadillas por las noches, en la pesada máquina PDP-10 de Harvard. Un mes después, pudieron hablar con los creadores del Altair, cuya fábrica quedaba en Alburquerque, Nuevo México, y descubrieron con sorpresa que la famosa máquina todavía era un prototipo. Ellos tampoco tenían mucho, pero prometieron desarrollar una versión de BASIC para la nueva computadora. No eran los únicos. Otros ya habían llamado diciendo lo mismo. Los fabricantes les dijeron que el primero que la entregara tendría el contrato asegurado.

Bill se encerró durante seis semanas, casi sin dormir, para desarrollar el ansiado código. Luego, compró un boleto de avión para Paul y este viajó a Alburquerque sin saber si el programa realmente funcionaría en un Altair original.

Después de siete interminables minutos, la cinta del programa entró a la computadora, pero no pasó nada. Lo probaron de nuevo. “Paul tecleó algunos comandos de BASIC para mostrar nuestra obra maestra”, escribe Bill. Y sucedió el milagro. “No sé quién estaba más sorprendido si ellos o yo”, le contó Paul horas después, mientras bebían felices un ponche de frutas. El camino de Microsoft se había iniciado.

En síntesis, el libro narra las múltiples peripecias de un niño que va haciéndose adulto “sin estereotipos”, como asegura el propio Bill, solo impulsado por su natural perspicacia y múltiples circunstancias que lo llevaron a mover las cartas hacia el lado correcto. Esas mismas cartas que le permitieron convertirse en un ícono de la revolución tecnológica contemporánea.

El libro

Título: Código fuente

Autor: Bill Gates

Editorial: Plaza & Janés

Páginas: 366

SOBRE EL AUTOR

Nacido en Lima. Comunicador social, licenciado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Actualmente, curso una maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Idiomas: Inglés. Competencias locales: temas culturales.

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