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Todas las patrias, todas: la crítica de José Carlos Yrigoyen
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Todas las patrias, todas: la crítica de José Carlos Yrigoyen

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Claudia Paredes Guinand nació en Virginia, de padre peruano y madre venezolana, y ha vivido y estudiado en Barcelona. De esa mescolanza de destinos y patrias consigue extraer una sensibilidad literaria bastante propia, que cuesta catalogar en una idiosincrasia definida y reconocible. Ese es el principal atractivo de “Un lugar en la familia de las cosas”, su segundo libro de cuentos, que destaca sobre otras propuestas por la mirada desinhibida, de humor inteligente y crítico que se inmiscuye en planos de la realidad donde nuestros narradores usualmente no pueden o no quieren merodear.

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El primer cuento, “Me enamoré de un paramédico”, el más logrado del conjunto, resume bien esta necesidad. La historia es, en apariencia, ligera y risueña: una chica que se rebela ante las imposiciones sociales con respecto a su edad y a su estado civil, termina con una resaca severa luego de la boda de su prima en Venezuela, y procura no quedar mal frente a su familia con la ayuda del personal del hotel donde se hospeda y especialmente de un paramédico con el que experimenta una inmediata relación platónica. Paredes demuestra aquí varios méritos: un lenguaje plástico, intrusivo, que maneja con llamativa solvencia, y la creación de un personaje femenino de ricas aristas, con una sexualidad a flor de piel y con un bagaje sombrío que brota, ambiguo, mientras la liviandad cotidiana se cierne sobre ella.

Hay otros relatos de interés que se basan, más allá de su anécdota, en la construcción de atmósferas, detalles luminosos y delimitadas psicologías que en los menores gestos delatan sus aspiraciones o frustraciones. Ejemplo de esto es el meritorio “Puerta”, que se ancla en la rutina de un taller de escritura y en el perfil de sus participantes para apuntar meditaciones acerca de las realidades latinoamericanas y su impacto en los destinos individuales. No menos encomiable es “Ojo”, que en escasas páginas consigue redondear una historia en la que Paredes concreta bien los claroscuros entre el accidente ocasional y el destino trágico, ilustrados en el flujo mental de una chica sometida a su excéntrica madre y los avatares del periodo pandémico (que es un leitmotiv en estos cuentos, y cuya inclusión cobra diversas valencias que contribuyen a delinear personalidades puestas al límite o resignadas al determinismo que toda catástrofe erige en nosotros).

Hay, como dije, una voluntad crítica en estos cuentos, siempre matizada por un humor que los distancia de la moralina inconducente. La única excepción sería “Guerra mundial”, que empieza con una buena idea -un grupo de chicas de un colegio privado de Pueblo Libre que emprenden una razzia contra sus compañeros venezolanos- pero que al final se diluye en un señalamiento grave y justiciero que echa a perder todo lo previamente formulado. Ese parece ser el mayor riesgo del que Paredes debe cuidarse. Por lo demás, cuentos como “Eme de matrimonio” -aguda y sardónica incursión en las desigualdades e hipocresías de una Lima todavía colonial- y en especial “Trayecto” -texto que evidencia una capacidad técnica poco común- la redimen de esos excesos. Hay autores que nos comprometen con las inquietudes y trastiendas que toda sonrisa, en el fondo, esconde. Claudia Paredes puede contarse, por derecho propio, en esa categoría.

Claudia Paredes Guinand. Un lugar en la familia de las cosas.

Colmillo Blanco, 2025. 92 pp.

Relación con la autora: ninguna.

Valoración: 3.5 estrellas de 5 posibles.

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