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“Frankenstein” de Guillermo del Toro en Netflix: qué adorable criatura
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“Frankenstein” de Guillermo del Toro en Netflix: qué adorable criatura

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Dentro de la filmografía de , está más cerca de la sensiblería estilizada de “La forma del agua” (2017) que de la perturbación de su tempranera “Cronos” (2003). Ciertamente, la clásica historia concebida por Mary Shelley guarda todos los elementos para ser adaptable por el imaginario del director mexicano (él mismo ha dicho que era su proyecto por años soñado), pero el resultado no termina siendo demasiado convincente, pues parece un filme excesivamente enamorado de sus formas, casi hasta el punto de la manía.

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Ambientada a mediados del siglo XIX, la película se divide en dos partes. La primera mitad se narra desde el punto de vista del doctor Victor Frankenstein, interpretado por Oscar Isaac: un científico obsesionado con crear vida. En ese juego del hombre que juega a ser Dios, Isaac ofrece una actuación apasionada, de un arco interesante, atravesando estados de soberbia, envidia, delirio, ira, culpa, arrepentimiento. El guatemalteco-estadounidense es un actor notable, de una versatilidad probada hace ya varios años.

La otra mitad de “Frankenstein” está centrada en la Criatura (Jacob Elordi). Si bien uno pensaría que es el lado de la película que mejor debería funcionar, y es claro que está narrado y filmado de tal manera que pueda congraciarse más con el espectador, es en el fondo donde más se sienten las debilidades del filme. El personaje interpretado por Elordi posee un aspecto de dudosa monstruosidad: su complexión atlética, el cabello largo, las facciones finas pese a las cicatrices, lo perfilan más como un modelo que como un zurcido de residuos cadavéricos (lo que me hace recordar al Nosferatu con bigote ‘hipster’ de Robert Eggers, el año pasado).

Hay una idealización en la figura de la Criatura que poco tiene que ver con el gótico-romántico de Shelley, y que más bien tiene cosas de Disney: basta verlo rodeado de animalitos del bosque para pensarlo como una especie de Blancanieves, en una comparativa que no lo favorece para nada. Y es por ese idilio con la pureza de su esbelto engendro que el “Frankenstein” de Del Toro termina reblandecido. Súmesele a ello que ni siquiera sus momentos más grotescos, descarnados y fascinantes –que los hay– eximen a la película de una pátina sobrecargada de saturaciones y del preciosismo en los decorados y vestuarios (la estética Netflix imponiéndose otra vez). Un cuidado tan perfeccionista que termina restando, pues le roba al estilo de Del Toro una desprolijidad y oscuridad que se extraña, que solo se encuentra en pocos momentos (hay una secuencia nocturna y en la nieve brillante, digna de un western gélido), y que probablemente encandile a más de uno, pero no deja de sentirse artificioso e insatisfactorio.

Calificación: 2.5 de 5.