Cuando la policía rompió la puerta de su departamento, Eduardo ya estaba muerto. Tenía 69 años, estaba solo y falleció esperando que le confirmen si tenía COVID-19, esa nueva enfermedad que estaba causando graves estragos en Asia y Europa y que en Perú había provocado que, tres días antes, se declare cuarentena nacional. Afuera, en el frontis del edificio Santa Ana de Miraflores, su amigo Benjamín Lino confirmaba por qué no contestaba sus llamadas. Su última comunicación había sido un “no puedo respirar”.
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Era el jueves 19 de marzo y el país se enteraba de la tercera muerte por el coronavirus cuando todavía no asimilaba las otras dos. Los tres casos tenían apenas unas horas entre sí y no quedaba claro quién había fallecido primero. Ante las cámaras de televisión, Benjamín reclamaba por la demora en la atención de su amigo. En medio de la incertidumbre y el miedo por la desconocida enfermedad solo había una certeza, aquello que los especialistas habían adelantado desde que virus llegó el país: el coronavirus iba a empezar a matar en cualquier momento. Solo no se esperaba que tan pronto.
Una tarde interminable
Antes de que el Ministerio de Salud (Minsa) confirmara que las muertes por coronavirus eran una realidad en el país, el rumor sobre un primer fallecido se acrecentaba en las redes sociales y salas de redacción en el cuarto día de emergencia nacional. Además del quién y dónde, el cómo era lo que más inquietaba. ¿Era un familiar del caso cero? ¿tuvo contacto con otras personas?
Para esa fecha, solo un compatriota que radicaba en el extranjero había muerto en España, donde las víctimas mortales pasaban el centenar y había más de 13.000 contagios. En el Perú, sin embargo, los casos positivos apenas eran 234. Ese jueves 19 de marzo, el mismo presidente Martin Vizcarra, en su pronunciamiento diario del mediodía, había confirmado que los casos aumentaban, pero llamaba a la calma. “[98 casos nuevos en un día] Es un incremento significativo, pero no hay qué preocuparse porque esa curva de aumento era la esperada”, había dicho. La preocupación, sin embargo, no menguaba.
A las 5:06 p.m., un tuit del Minsa confirmó la noticia. Un hombre de 78 con antecedentes de hipertensión arterial había muerto a las 3:00 p.m. tras pasar dos días internado en la unidad de cuidados intensivos del Hospital de la Fuerza Aérea del Perú.
Esa tarde, Elizabeth Hinostroza hizo sus últimas declaraciones como ministra de Salud y explicó que la primera muerte correspondía a un caso de transmisión comunitaria. “Él no estuvo en el extranjero ni tampoco uno de sus familiares. Adquirió el COVID-19 dentro de la fase comunitaria”, dijo a Canal N. Su mensaje también pedía calma y responsabilidad para cumplir el aislamiento social obligatorio. En los primeros días de la cuarentena, se reportaba aglomeraciones en mercados y bancos. “Que esto sirva para que las personas tomen conciencia y evitemos más muertes”, agregó.
Una hora después, a las 6:15 p.m., ocurrió la segunda muerte. Esta vez, la ministra no declaró.
A las 8:51 p.m. llegó el segundo tuit del Minsa. En él se detallaba que la víctima era un hombre de 47 años con antecedente de viaje a España, quien se encontraba internado en cuidados intensivos del Hospital Dos de Mayo por una insuficiencia respiratoria y shock séptico. También se confirmaba como una muerte por COVID-19 el caso de Eduardo. De él se decía que era un paciente que también había estado en España y que se había presentado [no se decía cuándo] en el hospital Edgardo Rebagliati por tener un serio cuadro respiratorio.
Lo que no decía el comunicado, Benjamín, médico de profesión, lo denunciaba en los noticieros nocturnos. Su amigo había acudido el 17 de marzo, cuatro días después de volver al Perú, a hospital de Essalud para tomarse la prueba molecular porque presentaba síntomas de una infección viral intensa. Pese a los indicios, lo mandaron a su casa a esperar los resultados. Dos días después, cuando Eduardo le dijo que ya no podía respirar, el médico fue al hospital a averiguar él mismo los resultados, pidió ambulancias y hasta acudió a la policía para que lo ayudaran a trasladarlo a un lugar especializado. “Insistía e insistía para que lo atiendan porque estaba en una crisis y era evidente que no iba a durar mucho. Desde la hora que llamé hasta que llegaron pasaron cuatro horas”, dijo a ATV. Cuando llegaron era demasiado tarde.
La versión de Essalud fue intentaron sin éxito comunicarse con el paciente y que, cuando fueron a buscarlo, lo encontraron sin vida.
Demora injustificable
Cuando las muertes empezaron, el Minsa no tenía un protocolo específico para atender los cadáveres de infectados. Sí había un documento técnico, emitido 12 días antes (el 7 de marzo, sobre la atención y el manejo clínico de los casos en el que se establecía que los cuerpos debían ser cremados y qué pasos seguir en caso de muerte en un hospital. No se decía nada sobre fallecimientos en viviendas o en la calle.
Por eso, cuando tuvieron que recoger el cuerpo del hombre de 69 años hubo tal descoordinación que los vecinos esperaron varias horas para que se culmine el levantamiento.
El hallazgo del cuerpo ocurrió a las 6:15 de la tarde, aunque la muerte habría ocurrido horas antes. Sin embargo, a las 8 a.m. del día siguiente fue personal del Minsa para realizar las diligencias en coordinación con Essalud. La demora habría surgido en la búsqueda de una empresa funeraria para el retiro del cuerpo. Luego vinieron las discrepancias con la fiscalía. Essalud pedía la presencia del Ministerio Público, pero este aseguraba que las muertes por COVID-19 no eran de su competencia.
Recién a las 11 a.m. el cuerpo fue llevado a la morgue. Habían pasado al menos 17 horas desde su muerte.
Apenas tres horas después, Víctor Zamora juraba como Ministro de Salud en reemplazo de Hinostroza, con la promesa de multiplicar las camas UCI en un país que contaba con 255 camas para todo lo que se avecinaba. Vizcarra explicaba así el cambio: “Una evaluación rigurosa de los acontecimientos nos obliga a tomar la decisión de que la reemplace otro personal, médico también, pero que sea experto en salud pública”.
Ese fue el preludio de un duelo que no termina. Después de cuatro meses, más de 12.300 peruanos han muerto – según cifras oficiales del Minsa que difieren otros recuentos –, los contagios superan los 353.000, Pilar Mazzeti ocupa el cargo de ministra de Salud y la angustia por convivir con un enemigo silencioso aún no termina de asimilarse.
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