Nadie sabe con exactitud desde cuándo está habitado ese lugar. Los archivos dicen que a inicios de los años noventa un grupo de parceleros invadió la zona. Los vecinos, en cambio, aseguran que este espacio siempre estuvo poblado. Lo que sí se tiene es un punto de partida: el 25 de diciembre de 1986, el Congreso de mayoría aprista aprobó un proyecto que, entre otras cosas, expandió el territorio de Punta Hermosa en casi 1.000%. Si antes el límite de este distrito con dirección al este llegaba hasta la carretera Panamericana Sur, con la modificatoria de ley se amplió al punto de alcanzar la provincia de Huarochirí.
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En consecuencia, miles de hectáreas fueron ganadas de un día para otro. Sin embargo, con el paso de los años la constante en este lugar han sido los innumerables enfrentamientos, varios de ellos violentos, entre empresas privadas y las comunidades por el derecho al suelo, la infinidad de denuncias de invasiones y tráfico de tierras, la pobreza, el abandono y la escasez de servicios básicos como luz y agua potable. Todo esto, ante un paisaje de viviendas precarizadas construidas entre kilómetros de tierra y polvo. Con ese contexto previo, llegamos a Pampa Pacta. El centro poblado más peculiar erigido en este ambiente desolador.
Mira el documental sobre Pampa Pacta:
El agente municipal de Pampa Pacta se llama Gitler Heredia; no le importa si su nombre lo escriben con G o con H. Nació en Arequipa hace 37 años y es transportista. Su labor es una suerte de enlace entre las municipalidades de Punta Hermosa y Santo Domingo de los Olleros (Huarochirí).
Conocimos a Gitler en febrero de este año. A través de él, ingresamos a la comunidad. Al inicio, lo que nos llamó la atención fueron los cercos que rodean el centro poblado, las torres de vigilancia de madera y los motociclistas que vigilan que no ingresen extraños. Luego, los grandes letreros colocados al lado de las únicas puertas de acceso que anuncian la peculiar forma de vida que allí dentro tienen.
En Pampa Pacta se rigen bajo sus propias reglas de conducta. Están prohibidos, por ejemplo, hablar vulgaridades, chismosear, consumir alcohol y promover reuniones. Quien incumple es castigado por los ronderos en moto, y expulsado de esas tierras.
Esa forma de vida rige desde que llegaron los actuales vecinos, en el 2013, tras comprar a los parceleros los metros cuadrados que necesitaban para construir sus casas. Luego se enteraron de que sus vendedores no eran los verdaderos propietarios, de modo que esos cercos y esas reglas de conducta se convirtieron en su principal mecanismo de defensa contra quienes pretendieran desalojarlos.
Hoy en este centro poblado viven más de cinco mil personas. Los mismos vecinos han construido sus parques, calles y plazas. En marzo inauguraron un cine y aguardaban terminar este año su propio hospital y estrenar el servicio de alumbrado eléctrico. Pero estos proyectos se paralizaron.
Luego de la llegada del COVID-19, regresamos a Pampa Pacta y constatamos lo difícil que fue para ellos sobrellevar las primeras semanas de cuarentena. Sin luz, agua ni oportunidad de trabajar, los vecinos eran una población especialmente vulnerable.
Volvimos hace una semana. Junto con Gitler recorrimos los barrios y conversamos con los habitantes. Aunque no hay cómo comprobarlo oficialmente, ellos aseguran que solo han tenido un contagiado y que eso se debe a sus reglas de conducta y a la disciplina que desarrollaron. Ahora dicen que se sienten más seguros frente al virus detrás de sus cercos que en la caótica y desordenada Lima.
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