La última bienal de Arquitectura se desarrolló en Trujillo, en 2018, y el libro con las ponencias y obras ganadoras acaba de ser puesto en circulación bajo los auspicios del Colegio de Arquitectos del Perú y de la Universidad de Ciencias y Artes de América Latina UCAL. Conversamos con el arquitecto Rudolf Giese, decano de la Facultad de Arquitectura de dicha universidad, y coeditor del volumen, quien comenta sobre los grandes retos que afronta esta especialidad en un bicentenario marcado por efectos de la pandemia y por la existencia de grandes déficits en viviendas, escuelas, hospitales y espacios públicos en el país. Además, anuncia que la próxima bienal se realizará en Cusco, de manera presencial, en 2022.
La reciente bienal se desarrolló en Trujillo en momentos en que el norte peruano se recuperaba de un fenómeno del Niño, ahora el país afronta los efectos de la pandemia, ¿cómo responder desde la arquitectura estos desafíos?
La bienal planteó el tema de la reconciliación con el territorio, por una razón importante: veíamos que las ciudades en el Perú han crecido en las últimas décadas al margen de la arquitectura y de los arquitectos. El 80 % de nuestras ciudades tienen un carácter informal, y no tienen las condiciones adecuadas para que sus habitantes puedan desarrollar un concepto fundamental que es la ciudadanía. Un primer factor, es el territorio. ¿Cómo lo estamos ocupando? Lima tiene ya 100 kilómetros de largo por 70 ancho; es una megalópolis que crece de manera descontrolada, cuando debería ser una ciudad con varios centros que permitan que la gente no tenga que desplazarse tanto. Sucede que, desde los años 70 del siglo pasado, el Estado se desentendió de los programas de vivienda social y las ciudades crecieron al ritmo de la gente. Entonces, ves ciudades hechas al revés: normalmente, una ciudad surge de un plan de desarrollo que define los espacios de viviendas, industrias, cultura, instituciones públicas, colegios, parques, comisarias, hospitales, redes de saneamiento, etc., y una vez que todo está hecho recién son ocupadas; pero, aquí, primero se ocupó el territorio y después se trató de gestionar el agua, la luz, los servicios, los colegios, hospitales. Esta bienal trató de valorar los esfuerzos de la arquitectura por reencontrarse con los ciudadanos. De hecho, uno de los premios importantes fue otorgado a una casa taller en Cañete, una casa sencilla, pero muy bien resuelta que terminó imponiéndose a proyectos más grandes e importantes.
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Los artículos del libro destacan también la importancia de escuchar a los usuarios de las construcciones a la hora de otorgar premios arquitectónicos, ¿ya no basta solo que estos sean proyectos logrados desde lo estético o desde una maqueta?
El factor más importante es si el proyecto resuelve o no las necesidades de la gente, como dices puede ser un gran edificio, pero si no resuelve las necesidades del usuario no sirve. Esta bienal busco eso.
¿Y cuáles son esas demandas del usuario peruano? ¿Han llegado a alguna definición de lo que busca el limeño, trujillano, cusqueño, etc.?
Es una pregunta compleja, porque si yo hablara de la mayoría de peruanos, diría que buscan un lugar donde puedan vivir con dignidad, porque el déficit de vivienda es enorme y la precariedad es alarmante. El peruano está buscando resolver una necesidad básica, pero una vez que esta ha sido resuelta, busca que ese espacio sea seguro y tenga cierto confort. Te diría que hay una preocupación importante en términos de sostenibilidad: muchas personas están empezando a valorar viviendas bien iluminadas, bien ventiladas, que puedan tener una vista a algún lado y no a la pared de un edificio. Y esto ha sucedido a raíz de la pandemia, porque hemos pasado cinco, seis meses en cuarentena en un departamento y eso nos ha enseñado a valorar ciertas cosas.
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En Lima y en otras ciudades cobró auge la figura del condominio cerrado y seguro. ¿Cree que con la pandemia la gente está volviendo a valorar el espacio público?
Sí, eso es definitivo. El espacio de conversación, socialización y aprendizaje es la calle. Es fundamental para una ciudadanía verdadera. El encierro empieza, en realidad, en la época del terrorismo, en los años 80, cuando la gente abandonó la calle por una cuestión de seguridad; después vino la delincuencia y la gente vio la manera de protegerse hacia adentro. Primero enrejamos nuestras casas, después nuestros barrios, después nuestros parques. Hoy creo que estamos volviendo a entender que el espacio público es fundamental para nuestra vida, las municipalidades están empezando a retirar las rejas… Los parques en Lima durante décadas han sido jardines para mirar, no podías pisar el césped, no podías jugar. Hoy está volviendo a ser un espacio de uso y eso es clave.
En el libro menciona que a través de la UCAL vienen seleccionando 200 proyectos arquitectónicos peruanos representativos del bicentenario, ¿se animaría a adelantar algunos de ellos?
Nosotros empezamos hace tres años esta tarea y hemos hecho un inventario de proyectos importantes en Lima y en todo el Perú, hemos elegido diez por cada década. Dentro de eso, establecimos criterios: no puedes evaluar con los mismos criterios un proyecto que se desarrolla hoy con otro de hace 50, 100 o 200 años. Hemos hecho los planos de cada uno de ellos, de los que existen, y de los que no los hemos reconstruido a partir de la investigación histórica. Por ejemplo, un criterio fue que hayan ganado el Hexágono de Oro, el premio que otorga el Colegio de Arquitectos, desde los años 70. Están, por eso, la casa Velarde, la restauración de la casa Garcilaso, la capilla San José en La Victoria, de García Bryce; la sede del Banco Agrario, el Molicentro, hasta el Aulario de la Universidad de Piura, que fue premiado en la bienal de 2018. Y entre los no premiados, están el edificio Ajax-Hispania, de Emilio Soyer, en San Isidro; el edificio del antiguo Ministerio de Educación, de Enrique Seoane, el primero construido en acero en el Perú; el Palacio Torre Tagle; el hospital Edgardo Rebagliati; el Hotel Los Horcones, en Túcume; la residencial de la FAP, en Chiclayo; el local de El Comercio, por supuesto, la lista es larga.
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¿En términos arquitectónicos que le gustaría ver para el año 2024 cuando culminen las celebraciones por el bicentenario?
Me gustaría que se cierren las brechas que existen. Tenemos una brecha importante de infraestructura pública que se ha hecho evidente con la pandemia. Faltan hospitales, pero la brecha en infraestructura educativa, creo, es una deuda que tenemos que saldar lo más pronto posible. Sería lo mejor que nos podría pasar para empezar bien los próximos cien años. Para mí el bicentenario debería ser el cierre de una época y la apertura de otra y para garantizar un futuro mejor necesitamos colegios. No puede ser que miles de niños vuelvan a lugares donde no hay agua, no hay desagüe, no hay luz eléctrica. En el norte todavía no se reconstruyen las aulas afectadas por el último fenómeno de El Niño. Hay que involucrar a los gobiernos regionales, al sector privado, fórmulas de asociaciones publico-privadas, de obras por impuestos… esa tendría que ser una tarea de todos.
Sin ánimo catastrofista sino previsor, ¿qué aconseja para proteger la ciudad del terremoto que, como todos sabemos, ocurrirá en algún momento?
Acabamos de ver lo sucedido en Haití, con más de mil 300 personas fallecidas. Si no nos miramos en esos espejos nunca vamos a tomar conciencia de lo que puede pasar. Pasó en Pisco hace 14 años. Hay que mirar casos como el de Ciudad de México, donde, tras los terremotos, se cambiaron las normas técnicas para la construcción, se hizo más riguroso el proceso de supervisión de edificaciones y se empezó un programa de reforzamiento de viviendas. Creo que seriamos muy necios si esperamos una tragedia para recién actuar. Es un tema político, de nuestras autoridades.
La Bienal de Trujillo puso énfasis en las lecciones que podemos sacar hoy de la arquitectura peruana precolombina, ¿qué podemos aprender de quienes nos antecedieron en este territorio?
Acabo de regresar de Calca, en Cuzco, estuve un mes viviendo allá, y no termino de sorprenderme de la capacidad de los antiguos peruanos para construir y pensar sus edificaciones en armonía con la naturaleza. El control que tenían del territorio… En Lima, por ejemplo, hicieron una red de canales para convertir el desierto en un valle fértil, sobre el que se ubicaron después los españoles. Las perforaciones que hacían para controlar los efectos de los sismos, o las inclinaciones que le daban a los muros. A nosotros nos toca revalorizar eso. Hemos mirado por mucho tiempo hacia afuera y está bien la tecnología, es fundamental, pero hay procesos simples como la observación. No hay ninguna edificación prehispánica asentada en una cuenca de río o ladera sin que esta antes no haya sido trabajada. Ahora, en cambio, viene el huaico y se lleva 200, 300 casas que están en su cauce. Esos aprendizajes son fundamentales en un territorio complejo. El Hexágono de Oro de esta última bienal fue para el Aulario de la Universidad de Piura, proyectado como si fuera una pequeña ciudad, con un sistema de calles angostas que facilitan la sombra y los flujos del viento, lográndose un edificio climáticamente perfecto en una región de altas temperaturas. No se trata de que las edificaciones sean un remedo de la arquitectura prehispánica, sino de rescatar los principios e incorporarlos en las soluciones contemporáneas.
Más información
El libro “XVIII Bienal Nacional de Arquitectura” se puede consultar en el Colegio de Arquitectos del Perú (av. San Felipe 999, Jesús María) y también en la biblioteca de la Universidad de Ciencias y Artes de América Latina UCAL (av. La Molina 3755, Sol de La Molina).
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