A la izquierda el escritor uruguayo Mario Benedetti, acompañado del periodista peruano Mario Fernández, en el año 2008.
A la izquierda el escritor uruguayo Mario Benedetti, acompañado del periodista peruano Mario Fernández, en el año 2008.
/ Lino Chipana/ El Comercio
Mario Fernández

Si Mario Orlando Hardy Hamlet Benedetti Farrugia, más conocido mundialmente como Mario Benedetti hoy estaría vivo en su departamento del edificio de la calle Zelmar Michellini, en pleno centro de Montevideo, este sábado 14 celebraría sus 104 años. Pensar que tuve la inmensa fortuna de entrevistarlo el mediodía del 24/4 del 2008 un año ante de su muerte en ese departamento lleno de recuerdos, de libros, caricaturas, fotos enmarcadas y un reloj que marcaba las 11:01 am. Y, a un Mario con lápiz en mano que nunca soltó y que vestía un buzo deportivo sentado sobre una larga mesa con sus piernas extendidas debajo de ella frente a una ruma de papeles, apuntes y periódicos del día que Ariel García su secretario y amigo nuestro llegó a atender y servir hasta el día de su muerte el 17/5/2009.

“Ya está. He terminado de firmar más libros que una feria”, fueron las últimas palabras que le escuché decir a Mario tras una entrevista que comenzó mal y terminó de los más bien. Porque si Mario no se cansó de decirnos a mí y al reportero gráfico Lino Chipana que estaba muy ocupado y no daba entrevistas a nadie, menos lo estuvo Ariel que se opuso de arranque a permitir se le tomaran fotos ni entrevista alguna. Bueno, Ariel estaba en lo cierto porque cuando desde Lima lo llamé y ya en el propio Montevideo le repetí que deseaba visitar a Mario llevándole saludos de amigos que dejó en Lima cuando como perseguido político nuestro país le dio asilo lo único que pidió fue puntualidad: 11 am con tal dirección. Por supuesto que el “saludo de los amigos” fue un gancho que me abrió las puertas del ascensor directo a la sala de Mario. Ariel pensó que iba a ir, además, solo y no con el reportero gráfico Lino Chipana que me acompañaba para el partido de la Copa Libertadores entre Nacional y Cienciano.

Siempre bajo la repetida frase de Mario “señores comprendan estamos trabajando” de repente todo se nubló. Fue cuando Lino comenzó a tomar fotos y Ariel puso el grito en el cielo. “No, Mario ni fotos ni nada por favor. Sale la entrevista en “El Comercio” y mañana tengo ciento de cartas de todo el mundo pidiendo lo mismo”.

Fue, entonces, que ante la gran oportunidad de mi vida que parecía escaparse de hacerle una nota a uno de los poetas más leídos en el mundo, que hizo casar a muchas parejas, autor de tantos libros como los años que llevaba encima (88 en ese momento) les dije no solo a Mario sino al propio Ariel -que seguía sin salir de su asombro- que el mundo cultural (y político) peruanos quería saber a través de “El Comercio” cómo se encontraba de salud, qué proyectos de obras trabajaba y si Lima como capital lo volvería recibir ya no como asilado. Además, que podíamos volver por la tarde y el ¡noooo! de Ariel se dejó oír en segundos.

Pero cuando les conté que nuestra presencia en Montevideo era para cubrir el partido de su Nacional y si él (Mario) me podía dar un pronóstico fue como si una represa abriera sus compuertas. “Sigo a mi Nacional pero no asisto más a los estadios, pues se ha sumado a ese gran comercio del fútbol la violencia entre hinchadas y las barras bravas y esto aleja de la cancha a los adeptos a una sana competencia y a donde uno asiste, al menos yo, a disfrutar”.

En su rostro se notaba que tenía prisa por seguir trabajando. Había leído ya, costumbre de años, casi todos los diarios con su riguroso análisis que realizaba delante de Ariel. Por eso dijo que él “escribe cuando lo dejan” en clara alusión a que nuestro encuentro debía acabar pero al final de todo hasta el propio Ariel nos tomó fotos a los tres.

―Mario, el año 2000 cuando entrevisté en su casa de Asunción a don Augusto Roa Bastos, al preguntarle por César Vallejo, me dijo que su poesía era como un sueño de palabras expresando una realidad concreta y dura que hace de su sufrimiento un tema de esperanza, ¿para usted que representó Vallejo?

Siempre lo sostuve: si lo de Neruda (Pablo) funciona especialmente como un paradigma literario, lo de Vallejo -así sea analizado mediante sus poemas- funciona como un paradigma humano y en ¡qué dimensión!

―¿Y de Mario Vargas Llosa qué comentario tiene hoy?

“Hablé mucho de él como él también de mí. En mis columnas en el diario “El País” uruguayo recuerdo sostuvimos una acalorada polémica. No me gustó el viraje político que le dio a su vida y allí está mi columna que titulé “Ni corruptos ni contentos” y usted puede leerla”.

―La última don Mario, ¿por qué en sus novelas estuvo siempre presente el montevideano?

El humilde, siempre el humilde, tanto el de aquí como el que vive en el exterior porque conocí su mundo. No me quedé con la poesía y llegué a cuentos y novelas.

Fue entonces que le solicitamos nos firme la serie de libros de sus obras que habíamos comprado y no dudó en hacerlo. Yo le llevaba otros tres: uno de Umberto Jara (“Secretos del túnel”), otro que en Buenos Aires me alcanzó Jorge Barraza sobre la “Historia del fútbol Sudamericano” y el mío sobre su novela “La tregua”.

Cuando Lino le mencionó ‘Mandruka’ (apelativo de su jefe, Manuel García Miró) lo miró fijamente y medio molesto le dijo: “Qué tal nombrecito, cómo lo escriben”. Se acomodó sus lentes, miró el papel que Lino había apuntado previamente y estampó su dedicatoria y la firma. Al despedirnos, mirando seriamente a Ariel, señaló: “Ya está. Hoy he firmado más libros que en una feria a estos señores peruanos, pero estuvo bien”).

Ya mientras descendíamos por el ascensor, recordando los momentos vividos hacía unos minutos, aún con su viva imagen apagada y hasta enfermiza, evoqué en mi interior dos de sus poemas: “Nunca pensé que en la felicidad hubiera tanta tristeza” y “la muerte está esperándome, ella sabe en qué invierno aunque yo no lo sepa”.

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