Con una significativa cantidad de premios (como el Hexágono de Oro o el premio de la Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires 2013) y una serie de proyectos que refrendan dichos reconocimientos, la arquitecta Sandra Barclay (Lima, 1967) ha conseguido sostener una trayectoria basada, como ella indica, “en la dinámica de equipo y del diálogo”. Lo dice porque casi la totalidad de su trabajo lo lleva a cabo al lado de Jean Pierre Crousse, su esposo y socio, con quien han emprendido proyectos sobresalientes como el Lugar de la Memoria de Miraflores o el Edificio E de la Universidad de Piura (UDEP).
Justamente este último proyecto es una de las razones por las que Barclay se considera tan cercana a dicha universidad, que el último viernes le otorgó el doctorado honoris causa. “El Edificio E es realmente un lugar de encuentro para los estudiantes de todo el campus. Y una de las satisfacciones más grandes para un arquitecto es que su edificio funcione bien, que se use. Porque, finalmente, uno proyecta algo, pero luego son los estudiantes, los profesores, las personas que se apropian del espacio, las que le dan su propia vida. Y ese edificio creo que la tiene”, afirma. La dupla Barclay-Crousse viene preparando otro proyecto con la UDEP: la construcción de la nueva biblioteca del campus, punto de encuentro e intercambio por excelencia. Conversamos con ella.
¿Cómo percibe una arquitecta limeña a una ciudad tan caótica como Lima?
Para mí es una ciudad con mucho potencial. La condición geográfica y el clima son increíbles. Ciertamente es compleja por su historia y su configuración, pero hay un dinamismo, unas energías que hacen falta encaminar. Esto incluye la infraestructura, el aspecto vial, los espacios públicos. Carencias como la de no tener un sistema de metro desde hace 30 años. Las cosas van llegando un poco desfasadas respecto de la velocidad con que crecen la ciudad y sus necesidades, pero las posibilidades siguen allí. Falta reunir voluntades políticas, económicas; reunir lo privado con lo público, etc.
Esa complejidad que mencionas –de por ejemplo tener capas milenarias, coloniales, modernas– ¿puede pasar de ser un problema a ser una ventaja?
Claro, porque todas esas capas contribuyen a tener una ciudad más rica. Lo que falta es que se hagan proyectos públicos para la ciudad, proyectos en que los arquitectos participen. Porque muchas de las obras en la ciudad no están hechas por arquitectos y, por eso, la calidad no es prioridad en la toma de decisiones, solo se busca lo más barato. El criterio debe ser el de la calidad como esencia, generar conciencia de que la arquitectura construye ciudad. Desde este año, por ley, en el Perú ya se pueden hacer concursos de arquitectura para las obras públicas. Entonces falta impulsar eso: que las municipalidades y los gobiernos regionales empiecen a pensar en sus proyectos como proyectos de calidad, que organicen concursos.
Pero con una idea general de ciudad, que no solo pase por proyectos aislados…
Es que hace falta la visión, que todos trabajamos para una sola idea de ciudad. La visión permite pensar en espacio público, no solo en terrenos, no solo en la promoción privada que va a invertir, sino también en cuáles son las falencias y las ventajas; y amarrarlo, por ejemplo, a una infraestructura de movilidad o de espacios públicos de recreación. Si no, efectivamente, no generamos un cambio real.
Otro tema, igual de relevante, es el del rol de las mujeres en la arquitectura. El año pasado, ganaste el premio Women in Architecture. ¿Ha sido difícil encontrar un espacio?
Sí, en efecto. Cuando yo estudiaba, en los años 80 y 90, las mujeres éramos una minoría en cualquier clase de una facultad de Arquitectura. Eso ha cambiado mucho. Hoy en día, que soy docente, puedo decir que la mayoría de estudiantes son más bien mujeres. Y es complicado también cuando una decide tener familia y hay que desdoblarse, mantener el trabajo y tener tiempo para la familia. Es complejo, pero una encuentra la manera de combinar estos roles distintos. Hoy hay muchas mujeres ligadas a la arquitectura, una profesión con una responsabilidad tan importante como la de construir ciudad, y para eso hay que ponerse en los zapatos del otro. Entonces está esa doble complejidad: ser creativa y a la vez servir a los otros. Por eso, ese premio también es una responsabilidad, como cualquier otro reconocimiento.