“Salir a protestar sin saber si podré volver a casa con vida es devastador. Tener que correr cuando las Fuerzas Armadas vienen a reprimir, pero al mismo tiempo querer quedarme para ayudar a los heridos y que no se los lleven para matarlos, es mucho más que traumático”. La joven June Khine resume el horror que se vive en Myanmar y lo escribe en un correo que logra enviar al Perú sorteando los cortes de electricidad y el toque de queda nocturno de Internet que el ejército ha impuesto en su país.
Khine, ingeniera de estructuras de 23 años, se encuentra en Rangún, la capital económica de Myanmar y una de las ciudades que más han sufrido la sangrienta represión militar y policial contra las protestas prodemocráticas. Luego de siete años viviendo en Singapur, la joven volvió a mudarse a su país, sin imaginarse que poco después ocurriría el golpe de Estado del 1 de febrero. “Regresé porque Myanmar estaba desarrollándose fructíferamente, pero justo cuando empecé a buscar trabajo la junta militar tomó el poder”, cuenta a El Comercio.
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Desde el levantamiento, Khine y cientos de miles de birmanos han protestado en las calles casi a diario y mantienen un movimiento de desobediencia civil contra la junta militar. El ejército ha respondido con una brutal represión, que ha sido condenada por la comunidad internacional. Hasta ahora, más de 550 civiles han muerto en todo el país, entre ellos 44 niños. Además, 2.700 manifestantes han sido detenidos, entre ellos la depuesta lideresa Aung San Suu Kyi.
“Lo que empezó como protestas pacíficas se ha convertido en una completa revolución en la que los civiles tienen que defenderse de todo tipo de armas, explosivos y hondas. La situación actual en Myanmar es un desastre no causado de forma natural, sino causado por personas ávidas de poder que han provocado el derramamiento de sangre”, agrega.
Theo Htet, transportista birmano que radica fuera del país, dedica sus esfuerzos a difundir lo que ocurre en su nación a través de las redes sociales. Dice que la vida de todos los birmanos ha cambiado drásticamente desde el primer día del golpe, pues todos “vivimos y respiramos esta situación”. “Es difícil para nosotros disfrutar de las cosas como lo hacíamos antes”, asegura.
“El levantamiento ciudadano es mucho más que un movimiento político. La gente está luchando contra un sistema de codicia e impunidad. Myanmar tiene una media de edad de 29 años y nuestras generaciones más jóvenes están muy decididas. Hay un fuerte sentimiento de espíritu comunitario. Incluso los que vivimos en el extranjero ayudamos en lo que podemos. Nuestro movimiento ha llegado hasta aquí a pesar de las brutales persecuciones de la junta”, dice a este Diario.
Como parte del movimiento de desobediencia civil, personal del gobierno y personal civil se niegan a ir a trabajar con el objetivo de detener la funcionalidad del gobierno, como los camioneros del departamento de comercio, los contables del departamento de impuestos, los conductores de trenes para el transporte.
“Los civiles sienten que les han robado la democracia por la que votaron en noviembre pasado. Se sienten frustrados y enfadados por la injusticia y el abuso de armas contra ellos por expresar lo que desean y creen. Pero también se sienten motivados para ganar esta vez porque los militares han interferido constantemente en el gobierno del país durante muchos años, por lo que creen que van a deshacerse de los militares y pueden hacerlo de una vez por todas”, apunta June Khine, que compartió en su canal de YouTube cómo fueron los primeros días tras el golpe militar.
El temor a una guerra civil
Al igual que Khine y Htet, miles de birmanos están decididos a mantener el rechazo a la junta militar, mientras crecen los temores, dentro y fuera del país, a que la crisis desemboque en una guerra civil.
“Creo que el tiempo está de nuestra parte. El golpe de Estado ha unido al pueblo de una forma que no se había visto antes. Myanmar cuenta con varias organizaciones armadas étnicas y la mayoría de ellas se ha unido a la revolución. La situación actual es apremiante”, dice Htet.
Por su parte, Khine apunta que no sabe exactamente “cuándo acabará esto, pero no tardará mucho y todo el mundo está preparado para hacer su parte. “Esperemos que no lleguemos al punto de la mayor guerra civil. Solo necesitamos que la comunidad internacional, especialmente el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, se sume a sus acciones inmediatas”, señala.
“Los militares creen que pueden silenciar a la gente simplemente matándola”, agrega la joven, que cuenta cómo la vida se ha paralizado en Myanmar.
“Esto me ha dejado sin trabajo durante meses, afectando mucho a mi experiencia laboral, pero no soy el único. El pueblo ya ha sufrido el impacto de la pandemia. La mayoría de los habitantes de Myanmar lleva dos meses sin ingresos y tratando de llegar a fin de mes, por no hablar de la crisis de refugiados que se está produciendo debido a los ataques aéreos de los militares”, comenta.
Llamado a la comunidad internacional
Yadanar Maung, portavoz del colectivo de activistas Justicia para Myanmar, destaca el papel clave de la comunidad internacional para lograr poner fin a la crisis.
“La situación en Myanmar es horrible y está empeorando desde que la brutal e ilegal junta militar tomó el poder. Más de 500 personas han sido asesinadas deliberadamente por las fuerzas de la junta y muchas más han sido detenidas y torturadas”, dice a este Diario.
“Pedimos una acción internacional urgente contra la junta militar y sus empresas, que incluya sanciones selectivas y un embargo de armas mundial. Las atrocidades de los militares de Myanmar son facilitadas por sus intereses comerciales y apoyamos los llamamientos al boicot de sus productos militares. Pedimos al pueblo del Perú que apoye esta lucha por la democracia”, agrega.
Aunque gran parte de la comunidad internacional ha repudiado las acciones del ejército, el Consejo de Seguridad de la ONU no se ha pronunciado con dureza. China y Rusia están entre los Estados miembros que hasta ahora han preferido no denunciar el golpe militar.
“Los ciudadanos seguirán en pie, pero la comunidad internacional también tendrá que poner de su parte mediante acciones como sanciones duras contra el ejército y su flujo de dinero, un embargo de armas mundial para que el ejército no tenga acceso a más armas y remitir al ejército de Myanmar a la CPI para que rinda cuentas”, dice Khine.
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