La vida para la familia de Amina, una niña afgana de 10 años, ya no era buena un año atrás, cuando las tropas estadounidenses se retiraron de Afganistán tras décadas de conflicto armado y los talibanes tomaron el poder. La diferencia entre entonces y ahora radica en que la extrema pobreza en la que se encuentran hoy llevó a los padres de la niña a un punto límite, en el que no tuvieron otra alternativa que tomar la decisión más difícil de sus vidas, una que nunca había surgido en sus cabezas hasta este momento: casar a su hija con un hombre mayor a cambio de dinero.
“No teníamos para darle de comer al resto de nuestros hijos. Pensamos que, si vendíamos a nuestra hija, entonces el resto de nuestros hijos podría sobrevivir”, contó en conversación telefónica con LA NACION el padre de la niña.
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Amina viene de una familia compuesta por su padre, un agricultor que perdió su empleo cuando el gobierno de facto tomó Kabul, su madre, quien se desempeña como ama de casa y está embarazada de unos pocos meses, y sus cinco hermanos. La niña es la más grande de las tres hijas mujeres. En sus cortos diez años de vida, ni ella ni sus hermanas asistieron a la escuela.
Una década atrás, su madre la tuvo en su casa ubicada en la provincia de Badghis, en el noroeste del país, en un momento en el que la familia gozaba de estabilidad gracias al trabajo en el campo del padre, que, si bien asegura que el dinero no sobraba, era suficiente para llevar una vida digna y que la comida nunca faltara en la mesa.
El equilibrio del seno familiar comenzó a desmoronarse cuando Amina tenía apenas dos años. El impacto de la incesante guerra interna en un país inestable con una economía frágil impactó a la familia, que se vio obligada, así como otros 3,5 millones de personas, a migrar hacia otro lugar más seguro dentro del país. Con el correr del tiempo y el agravamiento de la crisis, su padre decidió vender su casa y otra propiedad con la que contaban para poder pagar sus deudas, y encontraron lo que creían que sería un nuevo hogar en un campo de refugiados.
El lugar estaba lejos de parecerse a un refugio acogedor. La habitación en la que vivían tenía un tamaño de apenas unos pocos metros cuadrados y dormían todos juntos en una alfombra en el piso. En el campo de refugiados no había instituciones disponibles para la educación de los niños, tampoco un sistema de salud.
“Revolvíamos la basura para encontrar algo para comer. A veces podíamos comer una vez, otras dos veces. Otras veces pasábamos días sin comer”, aseguró la familia a este medio.
Pero el presente se tornó desesperante cuando el padre de Amina perdió su empleo tras la instauración del gobierno talibán. Los ingresos económicos se redujeron a cero, y encontrar un nuevo puesto de trabajo se volvió imposible por la debacle en la que se sumergió el país y la elevada edad de la cabeza de la familia.
La asfixiante realidad enfrentó a los padres con la única alternativa que veían como posible para hacer que los siete miembros de su familia salgan a flote. Amina debía casarse. Su esposo, un hombre de 21 años que trabaja en Irán, podría darle una vida mejor a la niña, mientras que la suma de dinero acordada en el arreglo nupcial le daría una solución momentánea a empobrecida economía.
“Lloramos desconsoladamente. No queríamos venderla, pero teníamos que hacerlo. Amina estaba muy a disgusto e incómoda con la situación”, lamentó su madre en conversación con LA NACION.
El rescate
Amina pudo ser rescatada por la organización humanitaria Too Young To Wed (Muy joven para casarse), que lucha contra el matrimonio infantil en países en vías de desarrollo. Lograron encontrarla gracias a un reporte de France 24 justo antes de que la familia del esposo terminara con los pagos prometidos, por lo que la niña nunca llegó a manos de su marido. La organización trasladó a toda la familia a un departamento de Herat, donde les proveen alimentos y asistencia sanitaria, además de educación para todos sus hijos, incluida Amina, y trabajo para su padre.
“Tanto Amina como su hermano llegaron a Herat con un cuadro de diarrea aguda y una neumonía terrible. Ella no quería hablar, era muy cerrada”, indicaron a LA NACION miembros de la organización. “Ahora está feliz. Dice que le encanta vivir en una casa grande con cuarto propio y está entusiasmada por comenzar la escuela. Cuenta que quiere ser maestra o doctora cuando sea grande”.
El sábado por la mañana, Amina y sus hermanas asistieron a su primer día de clases, “radiantes de alegría”, contaron a este medio los miembros de la organización humanitaria. “Su padre las acompañó. Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad”.
Durante la cursada, las niñas tendrán clase de persa darí - el dialecto que se habla en Afganistán-, inglés, Corán, introducción a la robótica, matemáticas, habilidades para la vida y arte.
“Me siento muy bien, y estoy estudiando para construir mi futuro”, dijo la niña luego de terminada su jornada escolar. Aseguró que le resultó intrigante el hecho de estudiar con otras chicas y con sus compañeros de clase.
La devastadora situación en la que se encuentra Afganistán un año después de la caída de Kabul en manos de los talibanes llevó a la vida de muchos niños a un punto límite. Más de 1 de cada 20 niñas, un 5,5%, han sido forzadas al matrimonio para ayudar a mantener a sus familias, sumidas en la pobreza extrema. Los casos son más comunes en los hogares encabezados por mujeres, que sufren las mayores presiones financieras y deficiencias en la capacidad para llevar a la familia adelante por las estrictas leyes contra el sexo femenino impuestas por los talibanes, según el último reporte de Save the Children.
Las niñas víctimas de matrimonios forzados suelen tener entre 8 y 15 años, y son entregadas a hombres que en su mayoría triplican su edad.
Los desplazamientos internos en busca de una mejora en la calidad de vida suponen un riesgo para los niños, en especial si se separan de sus padres o de sus cuidadores, ya que pueden acabar cooptados por redes de tráfico de personas.
Las razones que llevan a la decisión de forzar a las niñas al matrimonio no solo son económicas, también recaen en la imprevisibilidad de futuro. Basir Mohammadi, director regional de Too Young to Wed, dijo a LA NACION que “el factor del miedo” es un gran detonador.
“Las familias temen no poder alimentar a sus hijas, temen no poder protegerlas, no poder ofrecerles un futuro. Su futuro es incierto al ver que los talibanes excluyen a las mujeres de la sociedad. Otros temen que un miembro del gobierno talibán las rapte o las violen, porque eso también sucede. Entonces prefieren casarlas para que sus maridos las protejan”, detalló Mohammadi.
Lo cierto es que la solución tampoco está allí. El hombre con el que iba a casarse Amina no tenía planeado proveerle educación a la niña, sino que estaba destinada a ser ama de casa.
“Desafortunadamente, la vida luego de estar casadas no mejora para las niñas”, subraya Mohammadi. “Suelen venderlas a hombres adultos, que en su mayoría tienen otras esposas e hijos de la edad de las niñas. En algunos casos, las familias que compran a las niñas están una posición económica algo mejor que las que venden a sus hijas, pero no dejan de estar afectados por la crisis económica”.
Por Lucía Sol Miguel