Cómodamente sentada en una silla plegable en la primera fila entre decenas de solicitantes de asilo que esperan para someterse a una prueba diagnóstica de COVID-19 en Arizona, Gloria Estela Vallora disfrutaba de los beneficios de su pasaporte colombiano.
Ella y ocho de sus familiares, de 4 a 63 años, volaron a Cancún y pasaron dos noches en el paradisiaco destino turístico. Después, tomaron otro vuelo hacia la frontera de México con Estados Unidos, caminaron 20 minutos hacia los agentes fronterizos estadounidenses y pasaron una noche detenidos. En cuestión de horas, ya estaban con un amigo de la familia en Utah.
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Para los colombianos y los migrantes procedentes de otros países que no requieren de una visa para entrar en México, un vuelo a territorio mexicano puede convertirse en su boleto hacia una solicitud de asilo en Estados Unidos. Una vez que llegan a una ciudad fronteriza mexicana, pueden caminar hacia el otro lado de la frontera a plena luz del día y entregarse a los agentes federales. Al hacerlo, evitan los riesgos de atravesar México y otros países por tierra y evitar las estrictas restricciones de asilo del gobierno estadounidense.
Estados Unidos ha expulsado a migrantes en más de 1,5 millones de ocasiones en virtud de una orden de salud pública que se encuentra en vigor desde marzo de 2020 para combatir la pandemia del coronavirus, pero esta medida no se ha aplicado en toda la frontera.
México acepta de regreso a sus migrantes y a aquellos procedentes de Guatemala, Honduras y El Salvador de acuerdo con la medida, conocida como Título 42. Los migrantes de otras nacionalidades son elegibles a la expulsión, pero generalmente Estados Unidos no los expulsa vía aérea debido a los gastos o por el distanciamiento en las relaciones diplomáticas con sus países de origen, como en el caso de Cuba y Venezuela. En su lugar, son liberados rápidamente en territorio estadounidense para continuar su proceso de asilo.
Los más beneficiados son los migrantes colombianos y de otras naciones que pueden ingresar a México sin la necesidad de una visa, lo que les permite llegar a la frontera con Estados Unidos y caminar hacia el otro lado.
“Con mi peso, no es tan fácil moverme como antes”, bromeó Vallora, de 59 años, quien huyó de la violencia en la ciudad de Bucaramanga. Fue entrevistada en una bodega a las afueras de Yuma, Arizona, donde personal de servicios médicos realizan pruebas diagnósticas de COVID-19 a los migrantes antes de que sean trasladados en autobuses al Aeropuerto Internacional Sky Harbor de Phoenix.
Ante la presión de Estados Unidos, México ha ampliado sus requerimientos de visa a más países, lo que demora o posiblemente elimina la opción de volar hasta la frontera. Su única alternativa podría ser la de viajar de manera ilícita por vía terrestre.
El año pasado, México comenzó a requerir visas para ciudadanos de Brasil y Ecuador y, a partir del 21 de enero, también para Venezuela. La Secretaría de Gobernación (Interior) dijo que la medida más reciente es en respuesta al incremento al décuplo en el número de venezolanos que viajan de manera irregular a un tercer país, evidentemente refiriéndose a Estados Unidos.
En diciembre, las autoridades estadounidenses detuvieron a migrantes venezolanos en casi 25.000 ocasiones en la frontera, más del doble que el conteo de septiembre y casi 200 veces la cantidad del mismo periodo del año anterior. Los venezolanos representaron la segunda nacionalidad con más encuentros en la frontera sur de Estados Unidos durante el mes de diciembre, solo detrás de los mexicanos.
En un grupo de WhatsApp de nombre “Venezolanos hacia Estados Unidos”, los usuarios preguntan constantemente cómo obtener una visa mexicana y cuáles son los consulados que otorgan las citas más próximas. Algunos usuarios ofrecen ayuda a cambio de un pago, mientras que otros advierten de posibles estafas.
Un mensaje en WhatsApp del 23 de enero anuncia a un guía en un vuelo hacia la ciudad de Mexicali, México, y hacia el otro lado de la frontera por 1.800 dólares, incluyendo alimentos y hospedajes. Añade que las autoridades mexicanas les confiscarán sus pasaportes en el aeropuerto y se los devolverán por 100 dólares.
Grupos de entre 75 y 125 migrantes se reunieron al amanecer durante varios días este mes frente a un agujero en el muro fronterizo cerca de Yuma, el sector de la Patrulla Fronteriza donde se detuvo a más de 30% de los venezolanos durante diciembre. Prácticamente no había venezolanos, tampoco mexicanos ni centroamericanos. Los grupos estaban integrados en su mayoría por colombianos, cubanos, indios, haitianos y rusos.
Los venezolanos que siguen siendo liberados en Estados Unidos aseguran que ingresaron a México antes de que entrara en vigor el requerimiento de visa y condenaron la medida.
“Es una travesía”, dijo Daniel Sandrea, quien voló a México el 19 de enero acompañado de su hijo de 13 años y planea establecerse en Chicago con un amigo.
Sandrea, de 42 años, dijo que huyó de Venezuela porque, como agente de policía en la ciudad de Mérida, ya no podía obedecer las órdenes de amenazar y acosar a los opositores del presidente Nicolás Maduro. “Huimos de una dictadura”, dijo mientras esperaba un autobús a Phoenix desde la bodega del Regional Center for Border Health en Somerton, un soleado suburbio de Yuma con 14.000 habitantes.
Durante el mes de diciembre, las autoridades detuvieron a colombianos, la mayoría de ellos en buena situación económica, en 4.100 ocasiones, en comparación con apenas 73 el año anterior.
Alejandro Pizza, de 34 años, llegó este mes junto con 16 miembros de su familia después de decidir que su negocio de venta de equipo agrícola de importación en Bogotá no podría sobrevivir a las amenazas de extorsión. Vacacionaron cuatro días en las playas de Cancún antes de tomar un vuelo a Mexicali, donde contrataron a cuatro conductores de Uber para que los llevaran hacia el hueco en el muro fronterizo en Yuma.
Por lo general, los vuelos llegan después de las 10 de la noche a Mexicali, donde los migrantes encuentran un hotel antes de abordar un autobús o un taxi que los lleve en el viaje de una hora a Los Algodones, una población situada al este llena de dentistas y oftalmólogos que atienden a estadounidenses y canadienses que pasan los inviernos en México.
Desde ese punto, caminan unos 10 minutos sobre una cornisa de concreto de la Presa Morelos hacia los agentes fronterizos en Yuma. Otros toman una caminata un poco más larga hacia otro acceso más al sur. Los dos puntos están conectados por un camino no pavimentado, que por un lado tiene al muro fronterizo y por el otro se ven palmas datileras y canales de riego para las parcelas de lechuga, hierbas y otros cultivos.
Entre los migrantes que abarrotan las vagonetas para una breve estancia en una carpa de la Patrulla Fronteriza hay muchos de países con requerimientos de visa, y que viajan clandestinamente por tierra hasta llegar a la frontera. Los cubanos suelen iniciar su travesía en Nicaragua, el país más cercano a Estados Unidos hacia el que pueden volar.
La situación de los haitianos es incluso peor. Love Bre, quien llegó en autobús y a pie desde Chile, cometió el error de permitir que un mexicano los guiara a él, a su esposa y su hija desde una colina y a través de la presa hacia Yuma.
“Hasta robó mi reloj”, dijo Bre, de 35 años, mientras se sostenía la muñeca al ingresar al almacén en Somerton para someterse a una prueba diagnóstica a COVID-19 y abordar el autobús hacia el aeropuerto de Phoenix. El ladrón también les quitó 180 dólares.
Las autoridades estadounidenses han llevado a unos 15.000 migrantes al Regional Center for Border Health desde febrero del año pasado, señaló Amanda Aguirre, directora ejecutiva de la empresa de servicios médicos. Alrededor del 90% no tardan en ser colocados en el autobús hacia el aeropuerto de Phoenix, mientras que el resto es trasladado a albergues.
Es muy pronto para determinar si las restricciones de viaje detendrán a los venezolanos, y ello podría depender de qué tan fácil emita las visas México.
Estados Unidos ni siquiera reconoce al gobierno de Maduro en Venezuela, lo que hace que los vuelos sean prácticamente imposibles. El mes pasado, Estados Unidos comenzó a deportar a venezolanos a Colombia sin otorgarles la oportunidad de solicitar asilo, y señaló que continuaría haciéndolo de “forma regular”.
Karla Macaveo, de 28 años, llegó a la Ciudad de México desde Venezuela seis días antes de que el requerimiento de visa entrara en vigor. Voló a Mexicali, tomó un taxi al cruce fronterizo hacia Yuma y planeaba volar a Delaware. Esto no se compara con hacer el viaje por tierra.
“Fue mucho más fácil”, dijo sonriendo mientras esperaba para subir a uno de los cuatro autobuses que partieron rumbo al aeropuerto de Phoenix ese día.
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