La marcha de España de Juan Carlos I deja en el aire el legado de un reinado, inicialmente considerado de gran estadista pero cada vez más cuestionado por borrones personales tanto por sus relaciones íntimas como por la gestión de sus finanzas.
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Nieto del rey Alfonso XIII que partió al exilio tras la proclamación de la II República en 1931, Juan Carlos de Borbón fue repescado en 1969 como príncipe por el dictador Francisco Franco para tratar de dar continuidad y legitimidad a su régimen.
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Coronado rey pocos días después de la muerte de Franco, en noviembre de 1975, el nuevo soberano planteó rápidamente la transición ordenada a una democracia parlamentaria de corte occidental, entre presiones inmovilistas del "búnker" franquista y, por otro lado, de los partidos de izquierda que buscaban una ruptura total y rápida.
Juan Carlos I eligió personalmente para timonear el proceso a Adolfo Suárez, quien logró dirigir con éxito la transición política, liberar a todos los presos políticos del franquismo, celebrar elecciones plenamente democráticas y aprobar una Constitución moderna.
La concesión de amplios poderes a las regiones, especialmente al País Vasco y a Cataluña, que gozaron de un autogobierno sin parangón entonces en Europa, fue otro de los pasos casi revolucionarios de esa época, tras décadas de férreo centralismo franquista y represión de las lenguas de esas y otras regiones.
Todo ello ocurrió en muy pocos años, entre graves tensiones políticas de todo tipo, una seria crisis económica y sangrientos atentados de la extrema derecha y, sobre todo, de la organización terrorista ETA, autora de más de 800 asesinatos, la mayor parte durante la actual democracia española.
El malestar por el terrorismo de ETA (con más de cien muertos en algunos años) acabó causando el intento del golpe de Estado de un sector muy minoritario del Ejército, en febrero de 1981, que el rey frenó con una famosa alocución televisada en la que, como jefe de las Fuerzas Armadas, conminó a los militares rebeldes a someterse a la legalidad.
Fueron tiempos en los que muchos españoles se declaraban "republicanos juancarlistas" y políticos abiertamente republicanos reconocían al rey su papel en la reconciliación política tras una cruenta guerra civil (1936-1939) en la que hubo crímenes masivos que no han terminado de cicatrizar.
La transición y consolidación democráticas fueron un ejemplo para muchos países, entre ellos en Latinoamérica, y Juan Carlos I una figura admirada y respetada como estadista de talla internacional.
Durante los once primeros años de su reinado, la España democrática salió del aislamiento franquista y normalizó su presencia internacional con su ingreso en la Unión Europea y en la OTAN, así como con una actividad diplomática creciente, sobre todo en América Latina.
Entre otros muchos galardones, Juan Carlos I recibió en 1982 el Premio Carlomagno por su contribución a la construcción europea, fue candidato en varias ocasiones al Nobel de la Paz y tiene doctorados “honoris causa” en más de treinta universidades de todo el mundo.
En 1987 las Naciones Unidas le concedieron la Medalla Nansen, por su apoyo a los refugiados y un año después recibió la Medalla del Consejo de Europa.
Sin embargo, el rey Juan Carlos se benefició de una protección por parte de la prensa y el poder político que, centrados en la estabilidad institucional y el progreso interno e internacional del país, miraron para a otro lado cuando ocurrían algunas lagunas de la vida privada del monarca, como asuntos extramatrimoniales de los que solo se informaba fuera del país o millonarios regalos de monarcas del Golfo Pérsico, como su yate “Fortuna” o automóviles deportivos.
Pero el paso de los años hizo que las nuevas generaciones fueran menos conscientes de los logros de Juan Carlos I en unos años críticos y que se mirara a su figura con el prisma del siglo XXI, en el que ciertas actuaciones ya no se consideran aceptables. Cada vez más situaciones acababan desvelándose.
Finalmente, la cascada de revelaciones sobre su vida privada que comenzaron en 2012 con su ya famosa cacería de elefantes en Botsuana y las noticias sobre su amistad íntima con Corinna Larsen acabaron forzando su abdicación en junio de 2014, para pasar a ser rey emérito, una figura inédita en la Historia española.
Aún peor, la sucesión de informaciones de este año, por las que fiscalías de Suiza y España investigan al rey por posible blanqueo de capitales y evasión fiscal, terminaron de arruinar su imagen.
Ante esta situación, su hijo Felipe VI anunció en marzo que había renunciado a cualquier herencia que pudiera corresponderle de su padre, a quien además retiró su asignación económica.
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Ahora, y ante la continuación de las revelaciones sobre el supuesto manejo de cuentas en el paraíso fiscal suizo, que habían creado una situación cada vez más insostenible, Juan Carlos I anunció hoy su salida del país.
Triste final después de un reinado de casi 39 años, que de forma innegable tuvo muchas luces pero a las que las sombras postreras amenazan con difuminar.
Nacido en el exilio de su familia en Roma, Juan Carlos confesó al escritor José Luis de Vilallonga, para su libro “El rey”, que “morir en el exilio debe de ser lo peor que le puede suceder a un hombre”.
Y aunque su marcha no es un exilio como el que protagonizaron algunos de sus antepasados durante varios avatares de la Historia, seguramente dejar el país en estas circunstancias es algo tan doloroso como lo que ellos vivieron.
Fuente: EFE
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