La pandemia de COVID-19 y la invasión rusa de Ucrania han desencadenado el nacimiento de una nueva era en la Unión Europea, con un acelerón sin precedentes en la integración económica, comercial, sanitaria o militar. El balance de la tormenta parece, al menos hasta ahora, positivo, porque el club comunitario ha acometido transformaciones que en un escenario normal habrían tardado décadas o nunca habrían llegado. Bruselas quiere mantener el mismo ritmo durante el próximo curso. Pero la unidad de los Veintisiete acusa fisuras, sobre todo en Hungría y, potencialmente, en Italia, países donde el euroescepticismo y las filias con el Kremlin campan a sus anchas.
MIRA: Cómo la guerra en Ucrania está ayudando a rehabilitar la imagen internacional del príncipe saudita Bin Salman
La Unión Europea termina este domingo un curso político marcado por los interminables coletazos de la pandemia de covid ―la mayor crisis sanitaria del continente en 100 años― y por la invasión rusa de Ucrania, el primer gran conflicto entre dos países en territorio europeo desde el final de la II Guerra Mundial. Las autoridades europeas han colgado el cartel de “casi cerrado por vacaciones” y se han marchado de Bruselas con la sensación de haber afrontado problemas inéditos, pero también con aprehensión por la crisis económica y energética que acecha a la vuelta del verano.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha estado en el epicentro de todas las iniciativas puestas en marcha durante los últimos dos años para hacer frente a la pandemia y a las consecuencias de la guerra provocada por el presidente ruso, Vladímir Putin. Y está convencida de que ambos dramas dejan importantes lecciones para hacer frente a las futuras adversidades. “La lección que hemos aprendido es que el único camino para superar crisis de esta magnitud es tirar de todo nuestro peso como club y actuar con plena solidaridad unos con otros”, comenta Von der Leyen a este periódico.
Durante los últimos 24 meses, la UE se ha movido a un ritmo vertiginoso y el término “histórico” ha dejado de ser un tópico para convertirse en una etiqueta incuestionable de muchas de las decisiones que se han tomado. “Se han adoptados medidas sobre la marcha y hemos creado instrumentos que, en ciertos casos, hemos tenido que crear de la nada”, apunta un alto funcionario europeo, presente en la cocina de todos esos avances.
La interpretación de las normas comunitarias se ha estirado hasta romper tabúes aparentemente inquebrantables. La UE, el club nacido por y para la paz en Europa, ha aceptado financiar con dinero común la compra de armamento letal para ayudar a Ucrania a defenderse. Y los 500 millones de euros de financiación inicial se han multiplicado por cinco en cuestión de meses hasta alcanzar los 2.500 millones de euros y marcar, con ayuda de Estados Unidos, una diferencia tangible en el potencial del ejército de Volodymyr Zelensky para golpear al de Putin.
El siguiente paso en la militarización del club ha llegado en forma de un proyecto de rearme conjunto, que arrancará con 500 millones de euros de financiación comunitaria para las compras más urgentes destinadas a rellenar los arsenales diezmados de los socios por la ayuda a Ucrania.
El histórico giro se ha visualizado especialmente en Alemania, donde se ha bautizado como Zeitenwende: cambio de era. Berlín ha abandonado la alergia militar cultivada desde la derrota del nazismo y se ha embarcado en un rearme de proporciones desconocidas en 70 años. A un presupuesto de defensa anual de 50.000 millones de euros, el 80% destinado a mero mantenimiento del material, Alemania añadirá 100.000 millones más en cinco años. Y de 10.000 millones de euros al año para desarrollo de armamento pasará a 35.000 millones. El ejército alemán ruge de nuevo.
“La UE ha dado, y sigue dando, una respuesta decidida y unida a las dos crisis consecutivas [pandemia y guerra]”, valora Roberta Metsola, presidenta del Parlamento Europeo. Metsola cree que “gracias a esta respuesta, la UE es hoy más fuerte. Hemos demostrado determinación y este debe ser nuestro modelo para seguir avanzando”.
La europarlamentaria maltesa fue la primera dirigente comunitaria en organizar una visita a Kiev para reunirse con el presidente ucranio, Volodymyr Zelensky, tras la fallida ofensiva rusa sobre la capital ucrania. El viaje de Metsola inició una romería de líderes europeos ―desde la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, además de Pedro Sánchez, Emmanuel Macron, Olaf Scholz o Mario Draghi― que ratificó la implicación de la UE en una guerra que ha dinamitado el marco de seguridad vigente en el continente europeo.
La Unión Europea llevaba más de 70 años creciendo y prosperando a salvo de grandes epidemias y con una paz solo interrumpida por oleadas de terrorismo dentro del club o brotes de violencia en sus países vecinos. Pero de repente se vio asolada por una devastadora crisis sanitaria y, poco después, los tanques de Putin invadían Ucrania y los misiles rusos caían a un puñado de kilómetros de la frontera europea. “La tiranía y la guerra han sido parte de la historia de Europa, así que quizá las décadas pasadas de paz y democracia hayan sido una excepción”, advertía este mes de julio la ministra finlandesa de Exteriores, Titty Tupurainen, durante una intervención telemática en el foro Les rencontres économiques, celebrado en Aix-en-Provence.
Al vicepresidente de la Comisión Europea y alto representante de Política Exterior de la UE, Josep Borrell, le ha tocado estar en primera línea de la respuesta de Bruselas tanto a la covid-19 como a la guerra. Al inicio de la pandemia, su departamento coordinó la repatriación de más medio millón de ciudadanos europeos que se vieron atrapados por el bloqueo del transporte internacional en algún país tercero. Cientos de vuelos de retorno que, según la Comisión, constituyeron la mayor operación de cooperación consular entre los Estados miembros en la historia de la UE.
La guerra de Putin volvió a colocar a Borrell en el epicentro de una crisis que ha propiciado un salto en la coordinación de la política exterior de los Veintisiete. Moscú lo comprobó con evidente disgusto cuando el ministro ruso, Serguéi Lavrov, poco antes de la guerra, se dirigió por escrito y por separado a los ministros de Exteriores de cada país de la UE para presentar los argumentos del Kremlin sobre Ucrania. Ninguno contestó. Pactaron, en cambio, que fuese Borrell quien respondiese en nombre de todos. “La UE contestó con una sola y única respuesta que se tradujo en un apoyo sin precedentes para Ucrania y en sanciones contra el Kremlin”, celebra Von der Leyen.
Borrell también se muestra satisfecho. “Creo que la UE sale más fuerte en la medida en que se ha enfrentado a una prueba difícil y la ha superado”, señala el jefe de la diplomacia comunitaria tras haber logrado que se apruebe el séptimo paquete de sanciones contra Moscú.
Problema conjunto
Bruselas ha seguido durante la guerra el mismo esquema que aplicó con éxito frente a la pandemia: interpretar la amenaza a la seguridad como un problema del conjunto de Europa que requiere una respuesta coordinada. Von der Leyen apunta: “Hemos aprendido mucho a partir de la pandemia porque era una amenaza sanitaria global, pero también un reto para el mercado único de la UE que podría haber llevado a una profunda crisis económica que ningún país podía afrontar por sí solo”.
En el caso de la covid, la respuesta común se tradujo en la creación de un Fondo de Recuperación que, por primera vez, incluye la emisión de deuda conjunta para financiar subsidios a fondo perdido. Un salto de 750.000 millones de euros en la política presupuestaria de la UE que equivale a un avance sin precedentes hacia la integración fiscal y que compromete a los 27 socios con una “hipoteca” común pagadera hasta 2058.
Las primeras emisiones de bonos para el fondo ya han catapultado a la Comisión Europea a los primeros puestos del ranking europeo de deuda pública. En 2019, antes de la pandemia, el organismo comunitario era el decimocuarto emisor de Europa y colocó menos de 500 millones de euros para financiar préstamos, por debajo de países como Irlanda o Finlandia.
En 2021, con 133.000 millones de euros, ya es el quinto emisor, solo por detrás de Francia, Alemania, Italia y España, según los datos de la propia Comisión. Y los analistas apuntan que, por primera vez, se vislumbra el nacimiento de un “activo seguro” para la zona euro, equivalente al papel de referencia y refugio que el dólar desempeña a nivel de Estados Unidos e internacionalmente.
Un salto similar se ha producido en política sanitaria, un área donde la UE carecía de competencias significativas antes de la pandemia. La Comisión de Ursula von der Leyen, esgrimiendo poderes excepcionales previstos en el artículo 122 del Tratado de Funcionamiento de la UE (TFUE), se erigió en comandante en jefe de la reacción frente a la pandemia. Bruselas coordinó y financió en parte la adquisición de más de 3.400 millones de dosis de unas vacunas que han impulsado al club hasta la vanguardia mundial de la lucha contra la covid.
La pandemia y la guerra han supuesto tal acelerón en los avances europeos que el artículo 122 ha dejado de ser la palanca de último recurso ante grandes catástrofes para convertirse en una herramienta constantemente al alcance de la Comisión Europea. El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, también llegó a invocarlo ante el desbarajuste inicial de la campaña de vacunas, amenazando con intervenir la producción de las farmacéuticas si no cumplían el calendario de entrega de dosis pactado.
Bruselas creó, a partir de ese artículo, la Autoridad Europea de Preparación y respuesta ante Emergencias Sanitarias (HERA, por sus siglas en inglés), un organismo dotado con 6.000 millones de euros hasta 2027 y que, de facto, traspasa a la Comisión la competencia en la coordinación frente a futuras crisis sanitarias de envergadura. De hecho, ya se ha encargado de coordinar la compra de las vacunas para el reciente brote de la viruela del mono.
El mismo artículo, otrora considerado un arma excepcional, se ha invocado para pactar la semana pasada, en tiempo récord, un plan de reducción voluntaria del 15% en el consumo de gas, objetivo que pasará a ser obligatorio si Rusia provoca la temida emergencia energética. “Las instituciones han demostrado varias veces en los últimos meses que cuando hace falta pueden trabajar a una velocidad inusitada”, señala una alta funcionaria comunitaria.
Las excepcionales circunstancias han servido de catalizador también para desatascar proyectos que llevaban meses o años bloqueados, como los relativos a la defensa de las empresas europeas frente a la competencia desleal procedente de terceros países. En cuestión de meses, han salido adelante los proyectos para controlar el dopaje que las compañías de países terceros pueden recibir en ayudas públicas para comprar empresas en la UE o para participar en licitaciones públicas, y otro para cerrar los mercados europeos de contratación pública a las firmas de Estados que no ofrezcan una apertura recíproca.
El veterano Javier Solana, ex secretario general del Consejo de la UE, no se resiste a una interpretación optimista de esta concatenación de decisiones sin precedentes. “Europa atraviesa un momento muy importante, conviviendo con una guerra y un incremento de precios (…), pero todas las decisiones que se han tomado tienen en común que tienden a integrar más la Unión Europea”, apuntaba Solana durante un reciente seminario virtual organizado por el centro de investigación EsadeGeo.
“Lo sucedido en los últimos meses demuestra que necesitamos un esfuerzo conjunto y más eficaz en ámbitos como la sanidad, la seguridad y la defensa”, resume Roberta Metsola.
Un invierno políticamente complicado
La experiencia positiva de los últimos meses no garantiza, sin embargo, que el empuje a la integración europea vaya a continuar.
Fuentes diplomáticas apuntan el riesgo que acecha durante el próximo invierno, un periodo que se anticipa muy complicado políticamente por el impacto económico de la guerra en Ucrania y por los previsibles problemas de suministro energético y de escalada de precios.
Las mismas fuentes apuntan que las consecuencias de la guerra podrían privar a muchos gobiernos de apoyo entre la opinión pública, imprescindible para mantener la dinámica integradora en Bruselas. La primera prueba de fuego será en Italia, donde la caída del Ejecutivo proeuropeo de Mario Draghi ha abocado a unas elecciones anticipadas el próximo 25 de septiembre en las que parte como favorita Giorgia Meloni, líder del partido ultraderechista y eurófobo Hermanos de Italia.
“Con la guerra hemos comprobado que Rusia tiene varios caballos de Troya entre nosotros”, apunta con preocupación una alta fuente comunitaria, en alusión tanto a Gobiernos claramente prorrusos, como el de Viktor Orbán en Hungría, como a formaciones de ultraderecha y ultraizquierda que comparten y apoyan el discurso defensivo de Vladímir Putin ante la supuesta agresividad de Occidente contra Moscú.
El panorama es aún más inquietante allende las fronteras europeas. En Latinoamérica, África o Asia, gran parte de los gobiernos achacan a las sanciones la UE y de Estados Unidos contra Rusia la crisis económica y, en algunos casos, alimentaria, que está provocando la guerra. “El G-20 está roto entre el G-7 [países más desarrollados] y el resto, que se muestra comprensivo con Rusia”, apunta una alta fuente diplomática europea. El discurso de Bruselas o Washington sobre la defensa de valores democráticos en las trincheras de Ucrania apenas tiene credibilidad en unas regiones del planeta que recuerdan el colonialismo occidental, las injerencias de la CIA o la violación de derechos humanos por parte de Administraciones estadounidenses como la de George W. Bush.
El escenario internacional esconde, además, inquietantes incógnitas para el futuro de la UE. Las más importantes, si China se mantendrá o no al margen del conflicto bélico en Europa y si Donald Trump regresará o no a la Casa Blanca en las elecciones de 2024.
VIDEO RECOMENDADO
Contenido sugerido
Contenido GEC