Como una suerte de resistencia armada a base de cánticos, la diminuta hinchada de Argentinos Juniors hacía oír su voz en un estribillo que contenía más de esperanza que de exigencia:
“Maradona no se vende…
Maradona no se va…
Maradona es del barrio…
del barrio La Paternal”
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Saltando sobre los viejos tablones de madera, en el grito se mezclaban el orgullo y la súplica. Eran los años 1978, ’79, ’80... Un jugador absolutamente fabuloso asomó al fútbol en el pequeño club (mucho más que ahora en aquel tiempo) y la fuerza de los millones amenazaba llevárselo en cualquier momento. Se hablaba cada vez más insistentemente de Boca, de River, de la Juventus, que estuvo muy cerca de llevárselo por un millón de dólares, pero finalmente se tiró atrás, le pareció arriesgado. El adiós parecía inminente, inevitable. La gente del barrio se oponía a la transferencia y lo expresaba en cada partido. Quería tenerlo para siempre. El cuento de hadas terminó a comienzos de 1981 con el pase del genio a Boca, luego Barcelona y todo lo demás.
Nunca volvería Diego a vestir la camiseta colorada que se puso a los 10 años y que se sacó recién a los 20. Los cuatro años y monedas en Primera División que transcurrieron entre su debut (20 de octubre de 1976) y febrero de 1981 son los más puros de la historia del astro, y los más felices de una institución centenaria. Con todo derecho, Argentinos podría parafrasear a Julio Iglesias: “Lo mejor de tu vida me lo he quedado yo…” Allí ofreció, quizás, lo más sublime de su repertorio. Quienes cubríamos semanalmente los partidos de Argentinos Juniors lo veíamos. Era normal que cualquiera de quienes trabajábamos en Crónica volviera a la redacción un domingo al atardecer de la cancha de Vélez o Platense o Racing y comentara: “¡No saben las cosas que hizo Maradona hoy…!”.
-Yo tenía un chico en las infantiles de Argentinos, Goyo Carrizo, que vivía en Villa Fiorito. Era calladito, pero todos los días venía y me decía lo mismo: “Maestro, en mi barrio hay un pibe que juega mejor que yo”. Pasa que muchas veces los chicos quieren traer al hermanito o a un primo. No le hice mucho caso, sin embargo, me lo repetía. Hasta que un día le dije bueno, decile que venga. El chico era Maradona…
El relato pertenece a Francis Cornejo, el descubridor de Diego, a quien entrevistamos para El Gráfico en 1986.
-No me ponga descubridor, porque a Maradona lo descubría hasta un marciano, cualquiera se daba cuenta de que era un fenómeno. Me lo trajeron, lo vi jugar y quedé hipnotizado. Me dijo que tenía diez años y no le creí, por eso le pedí el documento; respondió que no lo había traído. Bueno, mañana tráelo. Al principio pensé que era un enano y que me estaban engañando, jugaba más que todos los de doce, trece, catorce y quince.
Francis acuñó una frase que describe el amor del 10 por la pelota: “Si Diego estuviese en una fiesta con un smoking blanco y le tiraran una pelota embarrada, la pararía de pecho”. Algo así aconteció en Oxford, cuando el Pibe de Oro fue a dar una conferencia y en la postrimería de la charla le arrojaron una pelotita de golf. De impecable traje oscuro y corbata, Diego la paró de pecho, hizo jueguito con la zurda una y otra vez ante el asombro de la sala, la levantó hacia la rodilla, la acomodó y le metió un zurdazo hacia el techo. Oxford deliró.
Una foto a toda página de la revista Goles, en 1972, muestra a un chico de 12 años jugando con el balón, sosteniéndolo sobre su cabeza. En el epígrafe, premonitorio, dice: " DIEGO ARMANDO MARADONA. Un pibe que promete. Juega en la novena de Argentinos Juniors. Es de los que colaboran haciendo volver la pelota al campo cuando sale. En el entretiempo Argentinos-River se mandó un ‘show’ haciendo bailar la pelota por todo su cuerpo… Quien lo dirige dice que será sensación… ¡Y cómo le pega!..."
Fue todo tal cual. El 20 de octubre de 1976 debutó en Primera con 15 años todavía y a los pocos días, frente a San Lorenzo de Mar del Plata, ya deslumbró: dos goles y tres remates en los palos. Luego vendrían la leyenda y los excesos, la gloria y las polémicas, pero la magia, las hazañas, las gambetas, los goles inmortales, todo forma parte de la historia del deporte. Siempre que llega octubre y cumplen años Pelé y Maradona se reflota inevitable la comparación entre ambos. Los partidarios de los números y la estadística levantan la bandera de Pelé, los amantes de la fantasía se inclinan por Diego.
“Vayan mis mejores augurios para el diez más grande de la historia del fútbol”, expresó el técnico italiano Arrigo Sacchi al referirse a Diego cuando éste cumplió medio siglo de vida. Italia -y Europa en general-, siguen rendidas a los pies de Maradona, a quien ponen claramente por encima de Pelé. Ambos se encargaron de dejar atrás en el tiempo a Di Stéfano. Y a los dos les salió un inesperado competidor: Messi, que reúne el gol de O Rei y la habilidad del Pibe de Oro. “El pie izquierdo de Maradona es lo más grande que dio el fútbol mundial”, nos dijo en junio de 1986 Enzo Francescoli, una semana después de haberlo enfrentado en México ’86.
Maradona debió tener dos Mundiales, pero Menotti lo dejó insólitamente fuera de Argentina ’78 cuando era por mucho el mejor futbolista del país. No obstante, no es menoscabo en su currículum, para cientos de millones, es el número uno de la historia, otros siguen fieles a Pelé y muchos más entronizan a Messi. Las carreras de todos los jugadores son diferentes y los tres tienen enormes méritos. Algo es indiscutible: la épica de Maradona no la tuvo nadie. Su origen pobre, el legendario inicio en la modestia total de Argentinos, el fogoso romance con Boca, el pase bomba y las turbulencias en Barcelona, haber refundado al Napoli, su novela eterna con la Selección Argentina, el inmortal gol a los ingleses... Todo ha sido una película que el fútbol mundial pasará una y otra vez. Y la suerte de quienes fuimos contemporáneos.
Si es el uno, el dos o el tres se puede discutir, como jugador no, tuvo todo lo que se le puede pedir a un supercrack: clase, valentía, magia, talento, espíritu ganador, rebeldía. Como personaje ha sido cinematográfico, inigualable. Para lo bueno y para lo malo, no existe nada más argentino que Diego. Ricardo Fontana, zaguero compatriota de grueso bigote que jugó años en The Strongest y, ya nacionalizado, integró la Selección Boliviana, relata un instante de su vida deportiva enfrentando al 10 que define su increíble personalidad:
-Fue en la Copa América de 1989. A mí no me importaba que él fuera argentino, yo debía defender a Bolivia. En el primer cruce fui fuerte, cayó y me miró feo, pero no me dijo nada. En el segundo ya le entré con todo, rodó y desde el suelo me dijo: “¿Qué te pasa, bigote…?”.
Apenas asumido como nuevo técnico del Napoli, Ottavio Bianchi le hizo saber a Maradona lo que pretendía de él:
-Cuando perdemos la pelota quiero que usted se tire a los pies del rival para recuperarla, si es necesario.
La respuesta de Diego define al futbolista, pero más al contestatario:
-Yo no me tiro a los pies de los rivales, ellos se tiran a los pies míos.
-Entonces vamos a tener problemas-, se enojó el allenatore.
-Sí, y vos te vas a tener que ir.
Cumplió sesenta, vivió por ciento ochenta, es una estatua viviente.
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