Ilustración: Víctor Sanjinez
Ilustración: Víctor Sanjinez
Hugo Coya

El último Carnaval de pasará a la historia como el más politizado de las últimas décadas. Para quien ha cubierto cinco veces en condición de periodista y dos de participante –incluyendo el finalizado este Miércoles de Ceniza– puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que no se había visto tantas protestas ni muestras de indignación desde fines de 1980, durante las postrimerías de la dictadura militar.

Es el reflejo de la grave crisis política, social y económica que atraviesa el país, derivada del estallido del . Desde el presidente Michel Temer, pasando por los dirigentes de la mayoría de los partidos políticos de derecha e izquierda, altos funcionarios de las administraciones municipales, regionales y federales hasta los grandes empresarios no pudieron escapar de las burlas, críticas, ironías registradas en las festividades.

Las expresiones populares de malestar carnavalescas son un termómetro del combustionado clima de asco y hartazgo que existe en la ciudadanía, sobre todo contra aquellos ciegos que no vieron o no quisieron ver cómo su país era saqueado. Les entregaron su confianza y ahora les reclaman la traición.

Cuando el 17 de marzo del 2014 la policía detectó que una estación de gasolina realizaba sospechosas operaciones de compra y venta de dólares a menos de dos kilómetros de la sede del Congreso en Brasilia, ni siquiera el más agudo analista podía avizorar que dicho hallazgo se convertiría en el hilo de la madeja que desencadenaría el mayor escándalo de corrupción en la historia de América Latina e incluiría al Perú, entre otros países.

Hoy la estación se ha tornado en una atracción turística y Lava Jato en una maraña con tantas ramificaciones que es difícil saber si estamos llegando al final del ovillo o aún restan más hebras que desenredar.

Si tomáramos apenas el caso de los políticos brasileños, las cifras acumuladas son impresionantes y escalofriantes a la vez porque reflejan la magnitud de la trama. De los 35 partidos existentes, por lo menos 28 de todas las tendencias fueron sindicados.

Cuatro ex presidentes de la República, 178 diputados, 37 senadores, nueve ministros y 19 gobernadores han sido o vienen siendo investigados. Muchos de ellos condenados y que forman parte de la enorme población de las atiborradas cárceles brasileñas, donde también están funcionarios de segundo, tercero y cuarto nivel y numerosos empresarios que integraban este intrincado sistema ilegal.

La prensa brasileña informa diariamente de nuevos hallazgos, nuevas denuncias y nuevas aristas, así como los intentos de sabotaje de diverso calibre. Hasta fines de diciembre, las condenas sumaban la astronómica suma de 1.753 años por delitos como corrupción activa y pasiva, lavado de dinero, fraude, sobornos, obstrucción a la justicia, entre otros.

Uno de los últimos en caer ha sido el diputado en ejercicio João Rodrigues, detenido hace nueve días en uno de los aeropuertos de Sao Paulo cuando pretendía viajar a Paraguay. Ha sido recluido en una cárcel de Porto Alegre para que cumpla cinco años de prisión por un fraude en una licitación antes de asumir sus funciones legislativas.

Cuando su condena fue ratificada, Rodrigues presentó un proyecto de ley para que los propios presos pudiesen mejorar la infraestructura de las cárceles a fin de “aliviar el caos instalado”. Aseguró que la propuesta no era en beneficio propio, sino para aprovechar la bonanza que poseían aún algunos de los reos, a pesar de sus castigos e incautaciones.

Incluso, el presidente Temer está en la mira de la justicia. Grabaciones comprometedoras que lo mencionan y montos exorbitantes de dinero no explicados en poder de algunos cercanos colaboradores han complicado su situación.

Tampoco el favorito de las encuestas para las elecciones de octubre, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, se encuentra a salvo. Está amenazado con ir a la cárcel por una condena de 12 años porque dos jueces consideraron que recibió de OAS un departamento tríplex como retribución a contratos firmados entre dicha constructora y la estatal de petróleos, Petrobras. Él ha negado la acusación, afirmando que el inmueble no le pertenece, apenas lo alquila y que no existen pruebas en su contra.

Antes del fallo judicial que lo transformó en el primer presidente brasileño condenado desde la promulgación de la actual Constitución de 1988, Lula ha sido acusado, asimismo, de corrupción pasiva, lavado de dinero, obstrucción a la justicia y se investiga el jugoso financiamiento dado por las empresas involucradas al Instituto Lula en Sao Paulo e incluso para la película biográfica “Lula, el hijo de Brasil”, realizada con fondos de Odebrecht.

Si no consigue resolver sus problemas judiciales, los próximos comicios se tornarán inciertos. El segundo puesto de los sondeos es ocupado por el diputado Jair Bolsonaro, un ex militar derechista que recuerda más a Antauro Humala por sus posiciones maximalistas.

Como ocurre en momentos de crisis con escasos políticos no salpicados por el escándalo, los últimos sondeos abren la posibilidad de un ‘outsider’.

Joaquim Barbosa, el primer magistrado afrodescendiente en llegar al Supremo Tribunal Federal y artífice de la sentencia que llevó tras las rejas a la mayoría de los máximos dirigentes del partido de Lula, se perfila. Barbosa forma parte de la legión de jueces como Sergio Moro que goza de gran prestigio por llevar a varias personas tradicionalmente intocables a prisión.

Otro posible candidato es Luciano Huck, el popular conductor de un programa de amenidades sabatinas de la cadena televisiva Globo. Ha sido sugerido por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso como una buena alternativa.

Pero como dicen los analistas, medio en broma, medio en serio, lo único previsible en la política brasileña es que nada resulta previsible y eso se puede aplicar ahora más que nunca. Resulta difícil vaticinar qué ocurrirá si las revelaciones de Lava Jato prosiguen, y si Lula no puede postular.

La interrogante entonces sería hacia dónde se inclinarán los electores que, en estas fiestas, corearon la frase “En el circo Brasil, el payaso resultó siendo el pueblo” porque sienten que se rieron de ellos durante largo tiempo.