Los incendiarios no apagan el fuego, solo saben ocasionar incendios. Esta era la idea detrás de la columna de Simon Kurper publicada por el “Financial Times” en enero del 2023 que recordaba la trágica ironía de la pieza de teatro de Max Frisch “Biedermann and the Arsonists” de 1953, en la que el empresario Biedermann invitaba a un grupo de incendiarios a su casa que, previsiblemente, estos terminaban incendiando. Una metáfora de lo sucedido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Leí la columna porque dos amigos me la recomendaron. Entiendo que ellos aborrecían la metamorfosis que ha sufrido la derecha política en el mundo, pero, especialmente, aborrecían lo que esta le había hecho a la derecha en el Perú.
Kurper concluía que la derecha global más ‘pro-establishment’ del mundo estaba cosechando derrotas electorales, en buena parte, porque se había entregado –sin reparos– a la derecha extrema, cada vez más ensimismada, pero, al mismo tiempo, cada vez más incapaz de ganar una elección, de defender las libertades personales y más presta de arrimarse al incendiario de turno.
Pensaba en los incendiarios mientras el Foro Madrid se desarrollaba en Lima. Probablemente a alguien le pareció buena idea montar un foro con el nombre de la capital de quienes fueron nuestros conquistadores y entregarse con candidez al proyecto globalista regresivo de Vox para salir del “globalismo progresista del Foro de Sao Paulo”. Porque, más que el globalismo, lo que les preocupa a algunos es el tipo de globalismo. Nuestros conservadores más lúcidos de otras épocas hubieran descreído de un foro de tal estirpe, porque estarían preocupados del gigantesco poder polarizador que podría despertar en buena parte de la escena nacional un proyecto tan desangelado que le regalaría todo un derrotero fértil a la izquierda más identitaria que seguramente aprovecharía tal desprolijidad para secarlos electoralmente en las regiones altoandinas peruanas. Quizá los más lúcidos conservadores, en lugar de proponer la filiación hispanista, hubieran propuesto una más bien peruanista. Frente a la nomenclatura, Víctor Andrés Belaunde hubiera propuesto la defensa de la síntesis viviente peruana, José Agustín de la Puente Candamo hubiera recordado el mestizaje y José de la Riva Agüero habría reclamado el protagonismo de la sierra peruana cuya redención vinculó irrefrenablemente al destino del Perú. Hubieran sido, simplemente, más inteligentes.
En la dispersión de insignificantes proyectos políticos peruanos, todos pueden tener un lugar, incluso los más radicales y regresivos, pero si esta es la estrategia más inteligente de la derecha peruana para vencer en una próxima elección, entonces está condenada a ser derrotada nuevamente por algún candidato que corra por el carril identitario que dejarán vacío. Probablemente algunos de los políticos que medran en predios de la derecha peruana se sintieron cómodos en el Foro Madrid. No obstante, en la política del territorio, esas prédicas solo tienen eco en la Lima emergente y más desarrollada, pero palidecerán en la Lima más empobrecida y en las regiones altoandinas. Una estrategia que terminará quemando las naves de nuestra derecha y de nuestros liberales en el camino.
La izquierda en el Perú le había regalado el protagonismo político a la derecha tras la intentona golpista y la debacle de Pedro Castillo, pero lo que ha escogido nuestra derecha, en lugar de construir un proyecto político que vuelva a sembrar ahí donde Castillo marchitó la ambición reformista, ha sido construir muros cada vez más insondables con varias regiones del Perú, agrietando una fractura social cada vez más pronunciada con su renuencia a adelantar elecciones y con su apoyo innegociable a la mano dura cueste lo que cueste porque, según ellos, hay peruanos que están “bien muertos”. Y nadie va a cambiar nada hasta que una nueva elección nos recuerde que muchas cosas tenían que cambiar.
El vecindario en la región está movido. Son tiempos de democracia estancada y de “democracia para mis amigos” en Latinoamérica. Los presidentes de México y Colombia no han dicho nada sobre los intentos de remover a Guillermo Lasso en Ecuador; en cambio, por Castillo iniciaron una cruzada vergonzosa. Sin embargo, la derecha en la región –y la liberal especialmente– no puede ser tan ingenua de entregarse a los incendiarios de turno con la esperanza de que al hacerlo ganará elecciones, porque lo más probable es que las pierda peregrinando por ese camino que acentúa las distancias y diferencias culturales que –en el caso del imaginario colectivo peruano– son mucho más pronunciadas y complejas.