Un reciente sondeo de Ipsos (”Perú 21″, 29/6/2024) le pone cifras a una percepción generalizada: dominan el Congreso los aliados del Gobierno. Se da, en consecuencia, un gobierno de coalición. En efecto, según la encuesta, la mayoría considera que los líderes de Fuerza Popular, Alianza para el Progreso y Renovación Popular son aliados del Gobierno (49%, 48% y 42%, respectivamente).
¿Qué implicancia tiene esto? Para empezar, y como señala Alfredo Torres en la nota que acompaña al sondeo, dichas agrupaciones experimentarán el desgaste que sufre el impopular gobierno de Dina Boluarte. Podrá decirse que el sacrificio bien vale la gobernabilidad o la obtención de alguna cuota. Pero parece un precio muy alto.
Además, con parte importante del liderazgo parlamentario percibido como aliado, se deja espacio para que otros actores capitalicen ese alto rechazo que despierta Boluarte (91%, según Datum para El Comercio). La desaprobación a la presidenta es, pues, una bandera por levantar.
En cuanto al equilibrio de poderes, la percepción de un cogobierno (que es lo que se entiende cuando se dice aliados) priva al país de un control político más allá de lo formal. Ciertamente, el Congreso tuvo en ascuas al Ejecutivo en cuanto a la delegación de facultades, pero no pasó de un asunto anecdótico.
Mirando la escena electoral, los aliados podrían correr la misma suerte que los oficialismos salientes en el 2006, el 2011 y el 2016, que fueron incapaces de presentar candidaturas presidenciales y obtuvieron resultados magros en el frente parlamentario. El 2021 fue otro cantar, pero, si sirve como indicativo, el partido que llevó a la presidencia a Pedro Pablo Kuczynski apenas obtuvo 1% en las elecciones congresales de enero del 2020.
Además, esta percepción de aliados que encabezan una gestión impopular bien puede animar a potenciales y entusiastas candidatos a hacer de la denuncia de este liderazgo el adversario a derrotar. En Argentina, Javier Milei tuvo éxito al etiquetar al ‘establishment’ como “la casta”; en décadas pasadas, Alberto Fujimori combatió lo que bautizó como “la partidocracia”.
Una situación similar podrían enfrentar los componentes de este gobierno de coalición, con particular incidencia en los espacios geográficos que gobiernan (la capital y la región La Libertad, en los casos de López Aliaga y Acuña, respectivamente).
Con tal panorama, la existencia o percepción de un gobierno de coalición tiene muchas consecuencias que deben sopesarse cuando el país se encamina a la renovación del liderazgo político en el 2026. Al final de cuentas, y parafraseando a Karl Marx (“la violencia es la partera de la historia”), bien podría decirse que la coyuntura es la partera de los comicios. No hace falta una bola de cristal.